La histeria fiscal se extiende por las ciudades tur¨ªsticas
Otra tasa no resuelve decenios de imprevisi¨®n municipal
Responsables pol¨ªticos del ayuntamiento de Barcelona han dejado caer la probabilidad de imponer una tasa a los turistas que recalen en la ciudad pero que, por diversos motivos, no pernocten en ella. Recordemos que Barcelona impone una tasa tur¨ªstica por pernoctaci¨®n; pero, claro, muchos turistas llegan en crucero, duermen en el barco y no pagan la tarifa; otros sencillamente pasan el d¨ªa y se van. Concejales y asesores han llegado a la conclusi¨®n de que, como como el turista de un d¨ªa tambi¨¦n ensucia la ciudad y en algunas zonas deterioran el valor inmobiliario ¡ªpor su presencia andrajosa, cabe suponer¡ª, tienen que someterse a un impuesto. Las cuentas conocidas son las siguientes: los cruceros turisticos aportan casi 415 millones al PIB catal¨¢n y permiten recaudar 152 millones en impuestos. Pero s¨®lo el 24% de los cruceristas pasa la noche en la capital y, por lo tanto, el resto no paga tasas.
Estamos ante otro caso, end¨¦mico en la administraci¨®n espa?ola, de irracionalidad fiscal inducida por el p¨¢nico financiero y la imprevisi¨®n. Durante decenios, el sector p¨²blico (y el privado) han entendido el turismo como una industria de coste cero en la que s¨®lo hay que ingresar y recaudar. En Espa?a van entrado turistas (un 10% m¨¢s cada a?o) sin que a los municipios se les pase por la cabeza que hay que invertir en infraestructuras, diversificar las zonas de estancia y regular normas de limpieza o convivencia. El resultado es masificaci¨®n, suciedad localizada, zonas atestadas frente a otras vac¨ªas, pisos patera, borrachos en fila y en bater¨ªa y las v¨ªas p¨²blicas ocupadas por terrazas y chiringuitos.
Y como desde los a?os 60 la gesti¨®n del turismo ha sido entre mala y p¨¦sima, los ayuntamientos (incluyendo el de Madrid, que pretende imponer una tasa como la de Barcelona) quieren solucionar una larga cadena de errores actuando sin piedad sobre el eslab¨®n final: se impone una tasa al que no duerma en la ciudad y problema resuelto. Y si no es bastante, se aprobar¨¢ una tarifa sobre las bermudas o las gafas de sol. Pero ?que se busca con esta floraci¨®n de impuestos? Quiz¨¢ disuadir a los turistas de venir a Barcelona, porque en la ciudad no caben ocho millones de turistas; o tal vez se trate de que permanezcan m¨¢s tiempo en la capital, en cuyo caso no est¨¢n poniendo el cebo adecuado en el anzuelo; o aumentar los ingresos, porque Barcelona est¨¢ mal financiada, como todos los municipios, y ha decidido, como los malos restauradores, que lo ideal es esquilmar al viajero.
Se admiten apuestas a que, sea cual sea la decisi¨®n, no estar¨¢ respaldada por un informe econ¨®mico en el cual se expliquen a los barceloneses (o a los madrile?os) los beneficios y los costes de aplicar una tasa. Hemos entrado en una eapa de histeria fiscal, donde a cualquier problema se le aplica un emplasto de tasas, tarifas e impuestillos, como si las recetas tributarias fuesen un antibi¨®tico de amplio espectro y no tuviesen sus ¨¢mbitos de aplicaci¨®n y dosis prescritas. A este paso, las ciudades resucitar¨¢n la alcabala, el derecho de pernada o el arancel de frontera, como el que pagaba Gracita Morales a un timador para entrar en Madrid.
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