M¨¢s garant¨ªas
EE UU y la UE deben evitar la opacidad para salvar el acuerdo comercial
Una de las consecuencias m¨¢s explicitas de la crisis econ¨®mica reciente es la ca¨ªda del comercio internacional. Este crece a ritmos inferiores al amenazado PIB global. Esa introspecci¨®n en las transacciones reales, visible tambi¨¦n en la actividad financiera internacional, no es precisamente un buen augurio. Las tentaciones proteccionistas emergen cuando el entorno global se complica. Y el proteccionismo es un obst¨¢culo a la prosperidad y un mal presagio para la estabilidad pol¨ªtica general.
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Ampliar las oportunidades y la reducci¨®n de barreras al comercio, a la libre circulaci¨®n de las personas, es una condici¨®n necesaria para alcanzar ritmos superiores de crecimiento econ¨®mico. Pero esas garant¨ªas a la ampliaci¨®n de los espacios econ¨®micos deben contar con reglas bien definidas. Y entre estas, la protecci¨®n a los derechos de los consumidores y el juego limpio entre las empresas tienen que ser b¨¢sicas.
Desde este punto de partida hay que contemplar el alcance del Acuerdo Transatl¨¢ntico de Comercio e Inversi¨®n (TTIP por sus siglas en ingl¨¦s) lanzado hace dos a?os y medio por EE UU y la UE. Se pretende intensificar las relaciones entre los dos bloques econ¨®micos m¨¢s importantes, y actuar de prescriptores para el resto del mundo. El prop¨®sito general es razonable: la intensificaci¨®n de las relaciones comerciales y financieras deparar¨ªa mayores posibilidades de aumento del bienestar de los ciudadanos, fundamentalmente a trav¨¦s de mayor n¨²mero de empleos. Pero ni el excesivo apag¨®n con el que se est¨¢n llevando a cabo las negociaciones ni las presiones de grupos de inter¨¦s para reducir las garant¨ªas de los intercambios apuntan en la direcci¨®n correcta.
La documentaci¨®n ahora conocida avala algunos de los temores advertidos desde un primer momento: las intenciones de reducir los niveles de la regulaci¨®n europea en aspectos esenciales de ese tratado. El poder de los lobbies a uno y otro lado del Atl¨¢ntico pretende homologar al m¨ªnimo el grado de reglamentaci¨®n y protecci¨®n de los consumidores, con el riesgo de dotar a las empresas de una permisividad excesiva en las exigencias de salubridad en la producci¨®n de sus bienes o en el necesario cuidado del medio ambiente, alterando el propio proceso de legislaci¨®n de las instituciones europeas.
El empe?o de Washington, al parecer asumido por la canciller Merkel con ocasi¨®n de la reciente visita del presidente Obama a Europa, de cerrar las negociaciones antes de fin de este a?o podr¨ªa conducir a un mal acuerdo. Con una extensi¨®n en Europa de los vientos proteccionistas procedentes tanto de formaciones pol¨ªticas de izquierda como de la derecha mas extrema, las probabilidades de da?ar a¨²n m¨¢s el clima social son grandes.
En aras de salvar la iniciativa, har¨ªan bien las autoridades europeas en eliminar la opacidad hasta ahora dominante y defender aquellas estipulaciones que, siendo compatibles con el prop¨®sito de intensificar el comercio y la inversi¨®n, no menoscaben derechos b¨¢sicos de los consumidores. De lo contrario, el espectro del proteccionismo se incorporar¨¢ al peor ambiente europeo desde el nacimiento de sus instituciones.
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