Las aceras son para los peatones
La proliferaci¨®n de ciclistas en las grandes ciudades obliga a regular mejor la utilizaci¨®n del espacio
No es necesario ser un Licurgo para entender que las aceras son para los peatones. Autom¨®viles, motocicletas y bicicletas tienen su propia v¨ªa de circulaci¨®n. Existen algunos tramos viarios (pocos) exclusivos para los ciclistas, en atenci¨®n a su debilidad respecto al resto de los veh¨ªculos, llamados carril bici. Pero desde a?os atr¨¢s los peatones vienen observando un fen¨®meno an¨®malo y peligroso: los ciclistas han tomado las aceras como si fuesen suyas. En Madrid las bicis circulan a velocidades respetables a babor y a estribor de los viandantes y pasan cuando les viene en gana y por donde les place desde la acera hasta la carretera o viceversa. Las aceras ya no son para sus destinatarios, los caminantes; tienen que compartirlas con las bicis, que se han multiplicado en el espacio p¨²blico con una tasa de reproducci¨®n conejuna y con otros aparatos llamados segwaysque tambi¨¦n circulan donde tiene a bien su conductor. No es de extra?ar que aumenten los incidentes violentos entre peatones y ciclistas en las grandes ciudades. Y tambi¨¦n los accidentes.
En Barcelona, una mujer de 69 a?os fue atropellada por un ciclista y qued¨® en coma. El autor del atropello asegura que ¨¦l circulaba por su carril bici, pero, claro, el mencionado carril es apenas una franja pintada. Los accidentes en los que est¨¦n implicados peatones y ciclistas han ido e ir¨¢n a m¨¢s. Siguiendo el principio nada sin causa, se puede rastrear esta perturbaci¨®n urbana en la eclosi¨®n de la bicicleta como medio de transporte ecol¨®gico, relativamente barato, aureolado por su presencia masiva en ciudades europeas de referencia y ¨²til en distancias peque?as. Algunos Ayuntamientos (Madrid y Barcelona son buenos ejemplos) ofrecieron adem¨¢s una actividad suplementaria a turistas o viajeros con un servicio de bicicletas ancladas en amarres propios, actividad que pretend¨ªa ser un negocio, pero que ha resultado ruinosa.
Pero como el aparato administrativo espa?ol rara vez examina las consecuencias de las decisiones que toma, se ha llegado a una situaci¨®n en la que los ciclistas, multiplicados por la moda y el favor municipal, no tienen por donde circular; y tampoco se ha debatido y aprobado una normativa que regule estricta y eficazmente lo que se puede y lo que no se puede hacer con una bicicleta. En tal orfandad, y como resulta molesto bajar de la bicicleta cada vez que suben a la acera, los ciclistas han invadido sin reparos e ileg¨ªtimamente el espacio peatonal. Los peatones tienen que cargar con los efectos nocivos de la imprevisi¨®n municipal.
La polic¨ªa municipal, siempre presta a cerrar manu militari y sin previo aviso una o varias calles, act¨²a con m¨¢s lenidad cuando observa c¨®mo los ciclistas van sorteando peatones. En el mejor de los casos, el municipal resuelve la faena con una blanda llamada de atenci¨®n; en el peor, ni reacciona. Quiz¨¢ es que no tengan ¨®rdenes precisas. Hasta que no se acumulen incidentes graves, los Ayuntamientos no caer¨¢n en la cuenta (es decir, tarde y mal) de que hay que regular el uso de las bicicletas en los espacios p¨²blicos. Se impone un manifiesto p¨²blico: las aceras son para los peatones.
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