Pa¨ªs ¡®pinball¡¯
Somos como la bola de acero, que acepta el zarandeo, cabecea feliz las dianas con premio y al final se va por el agujero
Los chicos de mi generaci¨®n a¨²n crecimos jugando al pinball. Aquellas m¨¢quinas que tambi¨¦n llam¨¢bamos flipper convocaban la atenci¨®n en el bar. Sucedi¨® antes de que llegaran los entretenimientos individuales en la Red y el m¨®vil. Igual que ha llegado la tertulia individual en Internet, con la cafeter¨ªa para ti solo. Es una tertulia donde todos tienen una opini¨®n contundente, pero no est¨¢n dispuestos a aceptar la de otro, ni tan siquiera a escucharla. Uno hubiera preferido ser influido por algo m¨¢s enriquecedor y formativo que la m¨¢quina de pinball, pero al final te deb¨ªas un poco a la pandilla y a esas primeras novias con destreza para estos mecanismos retadores. Los grandes jugadores de pinballusaban mucho la cadera. Le pegaban golpes de pelvis a la m¨¢quina y bordeaban la falta, pero as¨ª agitaban la bola de acero para sumar m¨¢s puntos.
S¨ª, confes¨¦moslo, cada vez que llega la campa?a electoral nos acordamos del pinball. Porque de lo que se trata es de zarandear la bola y sumar la mayor cantidad de puntos por contacto. Escuchas los discursos, los viajes, las salidas recolectoras de votos, las propuestas, y es como si oyeras sonar el campanilleo de la puntuaci¨®n. Ah¨ª van sumando los chavales. A ver si cantan partida, piensas desde lejos. Hace unos d¨ªas que venimos oyendo sonar la cantinela. Lo mismo da la lectura local de la crisis institucional de Venezuela, que la visita de Otegi al Parlamento catal¨¢n. El zarandeo es tan tremendo que solo se puede justificar si alguien anda sumando bazas con tragedias ajenas.
La prohibici¨®n de las banderas independentistas en la final de Copa de f¨²tbol coincidi¨® con la reprimenda de las autoridades europeas a nuestra balanza contable. Las coincidencias son preciosas en un pa¨ªs de oportunistas. O a lo peor es que ya no hay pa¨ªs que valga, solo hay el olivo agitado para que caigan las aceitunas m¨¢s propicias en cada saco. Los jugadores de pinball se esfuerzan por meter la ingle mientras la matraca sonora de su puntuaci¨®n acalla cualquier sosegada reflexi¨®n. Juncker ha logrado que no nos multen durante la campa?a electoral pese a nuestro incumplimiento econ¨®mico. Venga, d¨¦jales seguir enredando, que acaben la partida hasta el final. Pa¨ªs pinball, manejado por los esencialismos de unos y de otros, por abanderados desbocados. El enga?o consiste en hacernos creer que en sus trapacer¨ªas de partidita de bar nos jugamos el presente. Somos como la bola de acero, que acepta el zarandeo, cabecea feliz las dianas con premio y al final se va por el agujero y solo resucita si hay dinero para que alguien juegue la siguiente partida.
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