Un extrav¨ªo llamado Venezuela
"La v¨ªa recta estaba perdida". Dante, Divina comedia/
1
El momento en que tu mirada tropieza por primera vez con un fusil a la entrada de un supermercado es inolvidable. Est¨¢s desprevenida pensando en el almuerzo y, de pronto, te sorprende ese largo ca?¨®n negro tan fuera de lugar. Mi primera vez fue una ma?ana luminosa de 2012. Tal vez el soldado que exhib¨ªa el arma tambi¨¦n lo recuerda. Se le notaba inc¨®modo, como si estuviera debutando en esa misi¨®n. Hab¨ªa fruncido el ce?o en un vano intento de endurecer su rostro ani?ado.
Lo hab¨ªan enviado all¨ª para prevenir tumultos. Los clientes se alineaban en una fila, como hormigas, para comprar el producto m¨¢s com¨²n de nuestra dieta: harina de ma¨ªz precocida para hacer arepas. Otro soldado, tan joven como ¨¦l, cuidaba la retaguardia en aquel enorme negocio ubicado frente a una de las estaciones de metro m¨¢s concurridas de Caracas.
Cruc¨¦ al parque del Este, un oasis de 82 hect¨¢reas desde donde la vista del ?vila ¨Cesa monta?a tan verde y proporcionada al norte de Caracas¨C es tan espl¨¦ndida que te carga de energ¨ªa y optimismo.
Una hora despu¨¦s, al regresar, la cola era igual de larga, como si el tiempo se hubiera detenido. Los soldados en el mismo lugar con la misma postura. La fila del mismo tama?o mientras algunos clientes sal¨ªan con su carga de cuatro kilos de harina dentro de una bolsa pl¨¢stica blanca. Entonces, aquello no era tan com¨²n. Comenzaba a suceder espor¨¢dicamente.
M¨¢s all¨¢ de la tensi¨®n pol¨ªtica que nos agobia desde hace tanto, segu¨ªamos llevando una cotidianidad medianamente normal, dentro del est¨¢ndar latinoamericano. Nuestra principal preocupaci¨®n era la violencia, esa hidra implacable que nos tiene acorralados. El man¨¢ venezolano se vend¨ªa en casi 100 d¨®lares por barril y el 98% de los venezolanos com¨ªa tres veces al d¨ªa, seg¨²n la Organizaci¨®n de Naciones Unidas para la Alimentaci¨®n y la Agricultura (FAO).
Aquel encuentro inesperado con el fusil en el mercado fue, sin embargo, un mal presagio, el pr¨®logo anticipado de un libro que estaba por escribirse. El presidente Hugo Ch¨¢vez hab¨ªa ganado su ¨²ltima reelecci¨®n hac¨ªa un par de semanas, pero perd¨ªa la batalla contra el c¨¢ncer. Todos sab¨ªamos que estaba muriendo. Como morir¨ªa pronto la fantas¨ªa petrolera. Asist¨ªamos al fin de una utop¨ªa.
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Es probable que haya hecho demasiado calor durante el Carnaval de 2014. O que los uniformes de camuflaje fueran de ese poli¨¦ster que raspa la piel. O, simplemente, que los ni?os de boina roja llevaran demasiado tiempo en la misma postura, sobre la carroza repleta de globos rojos y fotos de cuando Ch¨¢vez era candidato presidencial. Lo cierto es que esos peque?os, disfrazados del h¨¦roe de sus padres, se aburren mortalmente, ajenos a su rol en la construcci¨®n del mito.
El desfile transcurre a ritmo de samba en el paseo de Los Pr¨®ceres, frente al mayor fuerte militar del pa¨ªs, y el ministro de Turismo celebra el operativo vacacional ¨C¡°la fiesta m¨¢s ch¨¦vere¡±¨C. El ambiente es de tensi¨®n, desaf¨ªo y miedo.
El pa¨ªs lleva dos semanas en ebullici¨®n. El sonido de los fuegos artificiales se confunde con el de las balas. El sol m¨¢s radiante, con la bruma m¨¢s oscura. Las protestas contra la inseguridad, la inflaci¨®n y la escasez, iniciadas por los estudiantes y encabezadas por un sector de la oposici¨®n, est¨¢n en apogeo. Hay una dura batalla en varias ciudades. Y se multiplican ¨Cespont¨¢nea o artificialmente¨C los agravios que nos dividen.
Mientras se celebra en Los Pr¨®ceres, no cesan de caer bombas lacrim¨®genas, balas y golpes contra los manifestantes. Ni piedras ni c¨®cteles molotov?contra polic¨ªas y militares que llegan a las zonas de combate?con tanques y motocicletas, a veces acompa?ados de civiles. Hay calles bloqueadas por basura, palos y llantas. La lista de heridos supera los 250. La de detenidos, el millar.
Todav¨ªa no se termina de asentar la tierra en las tumbas de 18 v¨ªctimas. J¨®venes que iban en primera fila o hu¨ªan de la polic¨ªa, universitarias de rostros borrados por escopetas, polic¨ªas y soldados baleados, alg¨²n mir¨®n con p¨¦sima fortuna, una embarazada desprevenida, conductores sorprendidos por barricadas. Gente que estaba a favor o en contra del Gobierno, pero que nunca pens¨® que eso le costar¨ªa la vida.
En un d¨ªa pasamos del Carnaval m¨¢s largo y delirante que hayamos vivido a la conmemoraci¨®n del primer aniversario de la muerte del Comandante Supremo y Eterno, con un programa de 10 d¨ªas para recordar al Cristo de los pobres. As¨ª lo llama su heredero, el presidente Nicol¨¢s Maduro.
La lucha en las calles no se detiene y se prolonga durante varias semanas m¨¢s. Hasta sumar 43 muertos, m¨¢s de 800 heridos, 3.351 detenidos y decenas de denuncias de torturas. La Fiscal¨ªa admite 183 violaciones de derechos humanos y 166 de trato cruel. Por estos d¨ªas, todo parece blanco y negro. Pero nada es tan uniforme como algunos pretenden. Mientras un soldado golpea o dispara a matar, otro te apunta con su fusil y te hace un gui?o para que escapes r¨¢pidamente.
?Qu¨¦ tan peligrosa es esa bell¨ªsima lice¨ªsta que lleva la etiqueta de ¡°estudiante venezolana¡± sobre el coraz¨®n? ?Qu¨¦ tan feroz la agente de polic¨ªa que humaniza su caparaz¨®n antimotines pintando sus labios de cereza? ?Cu¨¢les son sus antagonismos reales, sus diferencias insalvables? ?Acaso las dos no comparten ese estado de frustraci¨®n y temor perenne en que vivimos todos a causa de los grandes r¨¦cords que ha alcanzado Venezuela? Nada menos que la inflaci¨®n m¨¢s alta del mundo y la delincuencia m¨¢s letal de Sudam¨¦rica.
3
Amarelis L¨®pez despierta en la oscuridad, enciende la l¨¢mpara y se viste r¨¢pidamente. Hoy es su d¨ªa. A las cuatro de la madrugada, cuando llega al supermercado, otros cazadores esperan en el estacionamiento. La vista de un fusil ya no sorprende a nadie. Forma parte del paisaje. La enfermera, de paciencia evang¨¦lica, se dispone a esperar de pie el tiempo que sea necesario.
El Gobierno ha establecido turnos, de acuerdo al ¨²ltimo n¨²mero del carn¨¦ de identidad, para la compra de 50 productos b¨¢sicos que est¨¢n subvencionados y cuya distribuci¨®n es controlada por los militares. Los viernes, por ejemplo, le toca a quienes tienen documentos que terminan en 8 y en 9. Adem¨¢s, antes de pagar, debes poner el dedo en una m¨¢quina captahuellas, como en la migraci¨®n de Estados Unidos, para confirmar que t¨² eres realmente t¨².
Hacer un mercado de productos b¨¢sicos se ha vuelto una pesadilla, pero puedes comprar f¨¢cilmente 453 variedades de vino, 28 de whisky escoc¨¦s o 20 de champ¨¢n si tienes mucho dinero. O una mostaza de Dijon con confitura de naranja de La Grande ?picerie de Par¨ªs.
Han transcurrido tres a?os de la muerte de Ch¨¢vez. Hay quienes llevan su rostro o su firma tatuada en el cuerpo. El duelo no acaba. Sus fieles lo extra?an m¨¢s que nunca.
?Qui¨¦n dir¨ªa que debajo de esta superficie maltrecha donde la gente espera horas para comprar harina, donde se roba la comida de los ni?os de una escuela primaria, hay un verdadero oc¨¦ano de petr¨®leo? Las mayores reservas del planeta Tierra: 296.500 millones de barriles. Y las cuartas de gas. Minas de oro suficientes para que incluso las Fuerzas Armadas exploten una parte. Y diamantes y colt¨¢n.
Somos una amarga paradoja: el pa¨ªs rico m¨¢s pobre del mundo. Cegado por esa fortuna que nos cay¨® del cielo, creyendo siempre que las vacas gordas son eternas. El boom se desinfl¨®. La lluvia de petrod¨®lares ha cesado. Otra vez. Como en los a?os ochenta, cuando un presidente asumi¨® el poder advirtiendo que recib¨ªa ¡°un pa¨ªs hipotecado¡±. Estamos tan arruinados que da coraje. En la peor bancarrota que hayamos vivido jam¨¢s.
Los ingresos ¨C96 de cada 100 d¨®lares provienen de la exportaci¨®n de crudo¨C ya no alcanzan para seguir importando el 70% de lo que comemos, la gran mayor¨ªa de las medicinas y mil cosas m¨¢s. Hemos pasado de la abundancia a la tragedia de tener que vagar de comercio en comercio olfateando alguna presa, de salir de la farmacia con un nudo en la garganta y las manos vac¨ªas.
Cinco horas despu¨¦s de haber llegado, Amarelis sale, molesta, con dos kilos de leche en polvo. No m¨¢s. El viernes pasado no consigui¨® nada regulado. ¡°No tengo arroz, ni harina, ni pan, ni caf¨¦. Estamos desayunando con cazabe [galleta de harina de yuca]. ?T¨² crees que eso es justo?¡±, exclama explosivamente, ajena a las lecciones de su Jehov¨¢. Ya ?l entender¨¢ que su oveja lleva demasiados meses en ese suplicio.
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El Gobierno atribuye la escasez y la inflaci¨®n, que en 2015 lleg¨® al r¨¦cord hist¨®rico de 180,9%, a una guerra econ¨®mica del imperialismo. Y la oposici¨®n responsabiliza al Gobierno. Pero ni las explicaciones m¨¢s sesudas de los economistas sirven de alivio a la mayor¨ªa de los 30 millones de venezolanos que se empobrecen vertiginosamente.
Belkys M¨¢rquez tiene 4 hijos, de entre 6 y 14 a?os. Trabaja de cajera en un banco. Es de ese tipo de personas que siempre sonr¨ªe cuando habla. Salvo cuando cuenta, con cierta verg¨¹enza, que ya no puede cenar porque la comida no alcanza. Tres de cada 10 venezolanos est¨¢n en la misma dieta forzosa. El 13,4% come una vez al d¨ªa y solo el 53% puede hacer las tres comidas. Eso revela un sondeo realizado por el Instituto Venezolano de An¨¢lisis de Datos (IVAD) en abril y divulgado en la prensa local.
El salario m¨ªnimo ¨Cque ha aumentado, por decreto, un 50% en lo que va de a?o¨C resulta realmente m¨ªnimo comparado con la inflaci¨®n de los alimentos: 254,43% en un a?o (septiembre de 2014-septiembre de 2015), seg¨²n el Banco Central. Belkys gana 501,6 bol¨ªvares diarios m¨¢s 664 de bono de alimentaci¨®n: 1.165 bol¨ªvares diarios. Es lo que vale una arepa con queso en la calle. En total, 33.636 bol¨ªvares mensuales, unos 27 euros en el mercado negro.
Min¨²sculo tambi¨¦n frente al costo de la canasta alimentaria b¨¢sica, que incluye 58 productos para una familia de cinco miembros, y en marzo pasado costaba 142.853 bol¨ªvares (m¨¢s de cuatro veces su ingreso actual).
Ese precio es inaccesible tambi¨¦n para muchos profesionales de clase media, m¨¦dicos, abogados, ingenieros. El sueldo diario de un profesor universitario, con doctorado en Columbia, equivale a tres cervezas.
En ocasiones, Belkys ha tenido que recurrir a los bachaqueros,?como llaman a los revendedores en alusi¨®n al bachaco, una hormiga grande y voraz. Sobornando a quien corresponda ¨Cmilitares, distribuidores, empleados¨C, compran productos regulados y los venden hasta 40 veces m¨¢s caros. Un kilo de arroz, de 25 bol¨ªvares a 1.040; uno de harina, de 19 a 800; un cart¨®n de huevos (30 unidades), de 420 bol¨ªvares a 2.200. En cualquier fila, los reconoces enseguida. Van en grupo, con aire amenazante, y est¨¢n dispuestos a mostrarte una navaja si reclamas. Se adelantan, entran antes y terminan comprando m¨¢s que nadie. Los bachaqueros?venden su mercanc¨ªa abiertamente en las aceras de zonas populares. Algunos tienen, incluso, servicio a domicilio para la minor¨ªa que puede pagarlo.
La gente est¨¢ al l¨ªmite. Arrecha ¨Ciracunda¨C es la palabra m¨¢s escuchada. Y estalla cada vez m¨¢s a menudo. Sin importar que haya fusiles en el horizonte rompe la fila, se hace masa en la puerta, embiste y entra pasando por encima de los cristales rotos y de quien se interponga. En Semana Santa sucedi¨® 21 veces. En promedio, hubo tres saqueos diarios. Lo report¨® el vicepresidente, Arist¨®bulo Ist¨²riz. Las protestas callejeras se multiplican. Por la escasez, por mejores sueldos, por apagones, por falta de agua. El hast¨ªo se huele en cada esquina. La exaltaci¨®n mantiene a centenares de militares en la calle.
La situaci¨®n es tan extrema que el jefe del Ministerio de Alimentaci¨®n, un general del Ej¨¦rcito, recorre zonas populares con bolsas de alimentos (arroz, harina, pasta, un pollo, aceite), encabezando un operativo de venta de comida casa por casa. El Estado posee una red de 22.000 establecimientos de dep¨®sito, distribuci¨®n y expendio de productos. ?Cu¨¢ndo volveremos a hacer un mercado normalmente?
5
En Venezuela puedes encontrar a la gente m¨¢s c¨¢lida y afectuosa. Tambi¨¦n, a los criminales m¨¢s fr¨ªos y despiadados. Y a seres que van mutando en ese caldo de violencia e impunidad, tan inusual, tan nunca visto, en un Gobierno con una presencia militar tan fuerte y extendida. Seres como quienes suben a Twitter v¨ªdeos de ladrones en llamas, v¨ªctimas de las m¨¢s macabras representaciones de Fuenteovejuna. En los primeros cuatro meses del a?o ha habido 74 linchamientos, en los que la mitad de los delincuentes murieron, seg¨²n la Fiscal¨ªa. Un promedio de 18 mensuales. Hartos de demandar seguridad y justicia, sin obtener respuesta, entre el 60% y el 65% de la poblaci¨®n aprueba la barbarie, de acuerdo con un estudio del Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV).
Sobrevivimos desde hace tanto con tanto miedo. En un estado de alerta permanente, con una mirada estrobosc¨®pica. Enclaustrados detr¨¢s muros y cercos infinitos. Agobiados por un enjambre de motociclistas an¨¢rquicos, sin poder distinguir cu¨¢les est¨¢n armados y dispuestos a volarte los sesos si no les das tu m¨®vil, la cartera o el coche.
En la primera imagen, el comisionado Rafael Graterol, en su despacho del?peligroso barrio de Petare. En la segunda, una pintada de los Tupamaros, un grupo comunista radical, en Caracas.?NATALIE KEYSSAR?
Somos jugadores involuntarios de una tenebrosa loter¨ªa que cada media hora despacha a alguien. Cada d¨ªa a 52. Cada mes a 1.565. Una colina de 4.696 en el primer trimestre de este a?o. Una monta?a de 17.778 personas en 2015 (una tasa de 58,1 por cada 100.000 habitantes, seg¨²n datos de la Fiscal¨ªa). O una cordillera de 27.875 venezolanos (90 por cada cien mil), seg¨²n el OVV. Demasiados entierros y cremaciones, miles de hu¨¦rfanos, viudos, padres desolados.
Los secuestros expr¨¦s van in crescendo y se han dolarizado con el hundimiento del bol¨ªvar. Los raptores pueden tratarte bien o golpearte. Conformarse con lo que llevas encima si te creen que tu familia est¨¢ pelando,?que apenas tiene para el d¨ªa a d¨ªa. O lanzarte en la autopista como un perro y darte un tiro en una nalga. Algunos tienen la cortes¨ªa de darte dinero para el taxi despu¨¦s de cobrar el rescate. Otros te matan.
?Qu¨¦ tipo de secuestradores son esos tres j¨®venes enmascarados que posan altiva, y a la vez d¨®cilmente, ante la c¨¢mara? Uno de ellos le conf¨ªa a la fot¨®grafa que no vio otra opci¨®n para salir de la pobreza. Que, en realidad, no quieren hacerle da?o a nadie. Pero le explica: ¡°Si te secuestrara y me trataras con respeto, tomar¨ªamos tu dinero y vivir¨ªas. Pero si no, tendr¨ªa que matarte. No lo pensar¨ªa dos veces¡±.
Me pregunto si la pistola que empu?a el del medio como una extensi¨®n de su mano habr¨¢ pertenecido a alg¨²n polic¨ªa asesinado para robarle el arma. Como Osmary Tavare, de 27 a?os, muerta de un balazo en la cabeza mientras patrullaba en bicicleta por el este de Caracas una bonita ma?ana de abril.
El a?o pasado, 344 funcionarios de seguridad, 65 de ellos militares, fueron asesinados para robarles las pistolas, seg¨²n el registro de la ONG Fundepro. La cacer¨ªa es brutal. Los agentes son un blanco ambulante. Los delincuentes, que se agrupan en bandas cada vez m¨¢s grandes, se han vuelto tan osados que se atreven a atacar cuarteles policiales con granadas.
Yohangel M¨¢rquez, de 33 a?os, acab¨® en esa tumba donde una cruz se alza sobre una gruesa alfombra de flores, rodeada de mujeres con sombrillas. Estaba de civil, en una fiesta al aire libre, cuando un malandro lo reconoci¨® y le vaci¨® el rev¨®lver en el rostro. M¨¢rquez trabajaba en la polic¨ªa del Estado Miranda. No es el primer agente que ha visto caer el comisionado Rafael Graterol. En sus pupilas apagadas parece haber ya demasiados funerales. En sus hombros ca¨ªdos, m¨¢s de una batalla perdida.
6
He o¨ªdo a alguna gente preguntar c¨®mo en un lugar tan descompuesto no pasa nada. ?Acaso no sucede demasiado? ?Esperan un estallido popular con muchos muertos, como el caracazo de 1989? ?Una guerra civil? ?O tal vez otro golpe militar como el de 1992, o como el de 2002, o como tantos de nuestro abultad¨ªsimo repertorio hist¨®rico de aventuras y dictaduras militares?
En esta contradicci¨®n de 912.000 kil¨®metros cuadrados, que ahora parece un t¨²nel sin final, ?cu¨¢ntos est¨¢n realmente dispuestos a matarse? En esta herida de la que han huido m¨¢s de un mill¨®n de venezolanos en los ¨²ltimos a?os, la enorme mayor¨ªa libra una lucha conmovedora y sostenida por vivir y criar a sus hijos en paz. Una lucha a ras de suelo, menos estridente pero mucho m¨¢s admirable que cualquier ¨¦pica.
Ah¨ª est¨¢ esa multitud de rostros sonrientes al sol. Con una esperanza a prueba de fracasos. Como ese verso de Wislawa Szymborska que dice: ¡°Mi fe es ciega, fuerte y sin ning¨²n fundamento¡±. Ah¨ª est¨¢ esa ropa blanca, imponi¨¦ndose al muro carcomido. Esa ruleta electoral, que cada vez que gira, enmudece las trompetas del Apocalipsis. Esa mano que apunta el camino m¨¢s anhelado en este extrav¨ªo llamado Venezuela.
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