Di lo que quieras: yo me voy a re¨ªr de lo que digas
En Espa?a seguimos en la ¨¦poca de los garrotazos, pero en la actualidad esos mandobles se tornan en risotadas
Esto que cuento aqu¨ª pas¨® en La Sexta Noche, pero podr¨ªa haber pasado en cualquier cadena de la televisi¨®n espa?ola. En esa tertulia se mezclan periodistas y pol¨ªticos en un matrimonio de dimes y diretes; a un lado, la derecha, en el otro, la izquierda. Y en el centro, tratando de llevar la deliberaci¨®n por los derroteros cl¨¢sicos, el moderador. Ni el moderador los calma ni los que se disputan la palabra est¨¢n dispuestos a arrancarse de sus convicciones p¨¦treas. No siempre hablan, sin embargo; a veces r¨ªen, y muchas veces a mand¨ªbula batiente. Ah¨ª es donde un l¨ªder pol¨ªtico que se form¨® en esos lances, Pablo Iglesias, llam¨® ¡°pantuflo¡±, a un periodista, Eduardo Inda, y ah¨ª es donde otro periodista cuyo nombre ahora no me viene a la mente insult¨® con un machismo soberbio a la ahora alcaldesa Ada Colau.
?Ese es el pa¨ªs que tenemos? No necesariamente, pero ah¨ª se exhibe, a veces con una fluencia de verbo que no necesita expresarse en palabras, sino en risas. En el mundo de la tertulia la risa suele ser atributo del desde?oso, aquel que se pone en la posici¨®n del que que va a escuchar cualquier cosa para oponerse. O para re¨ªrse del argumento contrario. Ocurri¨® hace unas noches el ep¨ªtome de esa actitud: la que habla, el que se r¨ªe como toda respuesta. Los protagonistas, en esta ocasi¨®n, eran la representante del Partido Popular, Rosa Romero, y el representante de Podemos, Rafael Mayoral. Despu¨¦s de algunas escaramuzas le toc¨® profundizar a la persona de la derecha; la persona de la izquierda adopt¨® la posici¨®n del que escucha para mondarse de la risa. De cualquier cosa que dijera su contrincante.
Re¨ªrse es una costumbre sana, excepto si nos re¨ªmos de otros con el deseo avieso de da?ar. En este caso, es bueno no hacer coros, porque esa risa se convierte de inmediato en una desconsideraci¨®n que ha de ser reprobada por el p¨²blico y, por supuesto, por la persona que ha de moderar esas ¨ªnfulas. En este caso llam¨® la atenci¨®n que el moderador se abstuviera de llamar la atenci¨®n al risue?o, que campaba en la propia consideraci¨®n de las c¨¢maras, que debieron entender, como el citado Mayoral, que las risas eran la mejor respuesta para lo que estaba diciendo, en vano, aquella mujer de la derecha.
Este ser¨ªa un incidente pol¨ªtico-perod¨ªstico que revelar¨ªa tan solo un caso de trastorno transitorio de los m¨²sculos de la risa si no fuera que ocurre cada vez m¨¢s en el escenario pol¨ªtico y en el establecimiento period¨ªstico. Ya tenemos la flecha en el arco y disparamos diga lo que diga el que est¨¢ delante. A los ni?os ingleses les ense?an a debatir defendiendo argumentos en los que no creen; eso los acostumbra a escuchar. En Espa?a nos hemos dado garrotazos antes de Goya y despu¨¦s; ahora seguimos en la ¨¦poca de los garrotazos, pero en la actualidad esos mandobles se tornan en risotadas. No es exagerado decir que son tan irritantes las risotadas como los garrotazos, pero ni a las c¨¢maras ni al moderador ni al representante de la izquierda se les ocurri¨® rebuscar en la bolsa de respeto que uno debe llevar a todos los debates.
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