El nivel de la zozobra
El mayor desencuentro, y el m¨¢s letal, de la historia del pa¨ªs es la lucha entre la Espa?a centralizada y la descentralizada
Entre las maneras de expresar, sentir y analizar la actual situaci¨®n de Espa?a emerger¨ªa el concepto de zozobra. Pocos niegan qne soplan vientos de esa naturaleza, Otro asunto es que Espa?a tenga que ser una zozobra en s¨ª misma, ineludible, o quiz¨¢ fat¨ªdica. La zozobra se apareja a la intranquilidad, la inquietud, a veces a la aflicci¨®n, como indica el DRAE. Algunos preferimos el matiz mar¨ªtimo de la zozobra cuando ya no son marejadas sino tempestades las que pueden impedir la navegaci¨®n. Tampoco es que est¨¦ a la vista el tif¨®n de Conrad. Lo que se presenta es una amplia zozobra relativa a lo sociopol¨ªtico, aunque tambi¨¦n a lo constitutivo de Espa?a.
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Ya se sabe que negar la evidencia es el primer deber de los optimistas al estilo de C¨¢ndido. Estos siempre encuentran razones para ver el fondo del barril, y la resistencia a la adversidad que queda en un pa¨ªs o en una situaci¨®n. Les consuela, al parecer, la tranquilidad que emana del hecho de ser un pa¨ªs viejo, aunque le crujan un tanto las cuadernas. As¨ª lo que se hace es barrer la zozobra para dentro, tal vez debajo del catre. Pues ese personal tan c¨¢ndido sigue aferr¨¢ndose a la esperanza intr¨ªnseca de los optimistas que consiste en que ya escampar¨¢.
A estas alturas caben pocas dudas de que la zozobra afecta al conjunto de Espa?a, y de forma m¨¢s acentuada a varias de sus hist¨®ricas partes componentes, hoy territorios auton¨®micos. Y ah¨ª aparece en primer lugar, como es notorio, la zozobra proveniente del nordeste, o de Catalu?a para ser m¨¢s concretos y para reanudar una especie de hilo de nuestra historia. El hilo no es siempre materia de laberinto, puede ayudar a sacar conclusiones o al menos a tirar del ovillo, Y en tal punto se coloca la zozobra de Catalu?a o Catalu?a vista desde la zozobra. Convendr¨ªa sin demora apartar semejante olla de la lumbre que es lo que hace la Fundaci¨®n Ortega-Mara?¨®n explorando la necesidad de una nueva v¨ªa de di¨¢logo entre Catalu?a y Espa?a. "?Escolta Espanya, Escucha Catalu?a!", el t¨ªtulo de los encuentros de la FOM, recuerda que el momento en que estamos m¨¢s parece el de un di¨¢logo de sordos. Y sin embargo se impone una vez m¨¢s el intento, el querer ahondar, no en las diferencias evidentes, desencuentros cr¨®nicos, y crispaciones que abren espitas que llevan a la explosi¨®n, sino un mejor conocimiento del problema a trav¨¦s del m¨¦todo menos falible, menos ¨¢spero, menos reductivo, que es el del di¨¢logo.
La zozobra, que viene de la marcha de la desafecci¨®n mutua, no s¨®lo de la unilateral, subraya la conveniencia de iniciativas dialogantes en profundidad, sin ocultar palomas o conejos bajo la chistera. Tampoco es tiempo ya de recurrir a parches Sor Virginia para un grave desencuentro. Y el desencuentro m¨¢s hist¨®rico, y m¨¢s letal, de la historia del pa¨ªs, a juzgar por John Huxtable Elliott en su lecci¨®n magistral en los encuentros de la FOM, no es otro que la lucha entre la Espa?a centralizada y la descentralizada, Pugna, m¨¢s contundente que un sokatira, que tiene elementos tendentes al desgarro, y que se han replanteado en nuestra historia con una contumacia digna de mejor causa. Pero nunca dejando de ser una realidad, y puede que una piedra de S¨ªsifo.
La naci¨®n castellana y la inglesa, dominantes sobre las dem¨¢s en el conjunto, han hecho valer su mayor peso sobre Catalu?a y Escocia
¡°Una historia que se pare en el Ebro es inaceptable¡±. Es una convicci¨®n de Elliott, enemigo de nadie salvo de la falsedad. ?D¨®nde quedar¨ªan las interacciones constantes, los intercambios, lo compartido, no s¨®lo lo disputado o lo anhelado? Por supuesto que se necesitan otros combustibles para seguir navegando juntos y Elliott lo reconoce: ¡°Toda naci¨®n necesita sus mitos. Pero el peligro de los mitos es que tienden a quedar fosilizados¡±. Elliott desde luego no ve al mito como esa estructura que se refiere simult¨¢neamente al pasado, al presente y al futuro, seg¨²n L¨¦vi-Strauss. Ni tiene Elliott por qu¨¦ reconocer en su ¨¢mbito hist¨®rico lo que el antrop¨®logo franc¨¦s daba por cierto en el terreno mitol¨®gico: ¡°El mismo engendra siempre al otro¡±. Naturalmente en cambio Elliott est¨¢ de acuerdo con Jaume Vicens Vives y su idea de la necesidad de revisi¨®n de los mitos extremos, catalanistas y franquistas, tan reduccionistas en ambos casos. As¨ª se ha originado tambi¨¦n la nueva sordera hisp¨¢nica. Elliott se suma una y otra vez -y esa es su lecci¨®n- a la exigencia de escuchar. Escuchar, no s¨®lo o¨ªr, es una virtud que suele ser superior a la de hablar. Hablar es tan f¨¢cil que a veces se desbarra. Si se escucha a¨²n no se yerra.
Esa es la raz¨®n que ratifica una voz como la del profesor em¨¦rito de Oxford, y el punto de vista de un historiador que no es s¨®lo un laborioso buscador de la objetividad, sino un extranjero tan cercano como ¨¦l. John H. Elliott, adem¨¢s, sabe del nivel de la zozobra que vivimos conociendo Catalu?a desde que fue estudiante en Barcelona hace m¨¢s de medio siglo. Y desde que en 1966 public¨® en catal¨¢n (once a?os antes que en espa?ol) su primer trabajo de hispanista ¡°La revolta catalana.1598-1640¡±. Un libro sin el acostumbrado reduccionismo, m¨¢s bien capaz de profundizar en las divisiones internas, la corrupci¨®n, los dudosos h¨¦roes de un lado, y por otro la ambig¨¹edad de un ambicioso estadista como el Conde Duque.
Desde luego Elliott nunca olvida lo esencial, la verdad hist¨®rica, pero tampoco lo que le pas¨® a ¨¦l en Catalu?a al preguntar en catal¨¢n una direcci¨®n a un polic¨ªa de tr¨¢fico, que le respondi¨®: ¡°Hable la lengua del Imperio¡±. El polic¨ªa, va de soi, no estaba esgrimiendo el contenido puntual de los decretos de Nueva Planta de Felipe V, el final de la historia, de cierta historia al menos, para Catalu?a. No es ah¨ª, en lo m¨¢s manifiesto, donde Elliott incide y excava, sino en el di¨¢logo necesario que aleje del horizonte cualquier militarizaci¨®n (construir otra Ciudadela) o renunciar a posiciones en Catalu?a como las del sutil y cabal Antonio de Capmany, capaz de alumbrar ¡°Catalu?a es mi patria, Espa?a es mi naci¨®n¡±.
A trav¨¦s de la larga historia de Catalu?a, que lo es hundiendo sus ra¨ªces en la Edad Media, se han intentado todos los modelos y matices de la conjugaci¨®n con Espa?a. Pacto, autonom¨ªa, aplastamiento, federaci¨®n, secesi¨®n, soberan¨ªa plena, su amago, su deseo. Incluso el poco publicitado proyecto regeneracionista de Espa?a pero impulsado y puede que pilotado por los catalanes. Hace tiempo que Elliott recorre todo este mapa de zozobras advirtiendo ahora similitudes (aparte de l¨®gicas diferencias) con el tema de Escocia e Inglaterra, que es el objeto de sus pesquisas para su pr¨®ximo libro. Pues bien, la hegemon¨ªa inglesa dentro de Gran Breta?a tiene un correlato en la hegemon¨ªa castellana en el reino de Espa?a. O mejor, el reino de las Espa?as, algo que a veces se quiere cancelar de un plumazo y nunca se logra. Ha habido ciertamente alteraciones en el fiel de la balanza de esos dos reinos, el de Espa?a y el de Gran Breta?a. De ah¨ª vienen muchas de las tensiones que sufren dos pa¨ªses vecinos, por el Atl¨¢ntico.
La naci¨®n castellana y la inglesa, dominantes sobre las dem¨¢s en el conjunto, han hecho valer, no siempre con la justicia y templanza correspondientes, su mayor peso sobre Catalu?a y Escocia, Elliott no alberga dudas al respecto. Otra cosa es que el victimismo puede ser otra reducci¨®n, como dijo una vez The Times: y Elliott lo rebota: ¡°Escocia siempre est¨¢ necesitada de un agravio¡±. Bien cierto, pero ?y el olvido intencionado? ?No es causa de la zozobra? Este a?o tambi¨¦n es para recordar con la intensidad apropiada no s¨®lo el cuarto centenario de Cervantes, sino el s¨¦ptimo centenario de la muerte de Ramon Llull.
Luis Pancorbo es autor del libro de viajes A?o nuevo en Sud¨¢n (RBA).
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