Escritores en tiempo real
Ser perseguido solo por hablar va a m¨¢s y la libertad de expresi¨®n adelgaza a todas luces
En los tiempos que corren, en una Europa abocada a un encuentro fatal con sus fantasmas, nunca muertos del todo, nunca desvanecidos de las mentes, los escritores somos seres extra?os. Nos hacemos preguntas incisivas, dolorosas, aunque sabemos que no tenemos m¨¢s que una respuesta posible y no siempre pr¨¢ctica: la de decir. Decir las cosas, decirlas de verdad, pensarlas y escribirlas, publicarlas y asumirlas, a veces denunciarlas. Decir las cosas para que los dem¨¢s tambi¨¦n las digan. Muchas veces somos un inicio, solo eso. ?Y decir qu¨¦ cosas? Las que revuelvan las cabezas de los dem¨¢s con ideas y emociones justas y f¨¦rtiles. Las que reafirmen los valores conquistados que nos fundan como una sociedad libre, abierta, generosa y plural, a la que contribuimos a construir como ciudadanos. Pero vivimos, ay, una ¨¦poca que empieza a hacerse densamente confusa. Entonces, los escritores despertamos teniendo algo que decir y que decirlo ahora. Sin embargo, repito que somos seres extra?os. Extra?os, incluso, a la misma sociedad que nos reserva el papel de ¡°relatores de la realidad¡±.
Todos los escritores, los vivos y los muertos, formamos una especie de red neuronal, gen¨¦tica, sin las barreras del tiempo ni del espacio; somos una c¨¦lula de un tejido mayor que se prolonga en millones de p¨¢ginas. Cuando nos sentamos a escribir, desde los tiempos de Homero hasta hoy, estamos todos ante un abismo similar: el abismo de tener que relatar una historia por encima de todo. Relatar una y otra vez. Porque el relato es infinito. Siempre que un escritor escribe, prolonga la aventura de la vida, invita a elegir nuevos caminos por donde avanzar.
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Pero no nos enga?emos: la importancia que tiene el escritor nunca es mucha. No somos importantes, aunque a veces somos admirados. Y entonces nos dan premios. Y tambi¨¦n a veces somos temidos. Y entonces tratan de eliminarnos y de callarnos. Este absurdo destino entre el premio o el desprecio nos confunde y nos presiona. Quiz¨¢ por ello nunca tenemos paz interior. Creo que ning¨²n artista tiene paz interior. Vivimos en el desequilibrio. Desquiciamos el mundo.
Con muchas limitaciones, los escritores ofrecemos lo que tenemos: una vida privada. En esto somos generosos. Se la ofrecemos como f¨¢bula a los lectores: nuestros temores, nuestras dudas, nuestros consuelos, nuestras alegr¨ªas o nuestras desesperanzas. Tambi¨¦n les traemos la diversi¨®n, la risa, la deformidad, la burla. Escribimos, adem¨¢s, sobre lo que ya no vuelve nunca. Y procuramos que el lector sienta. S¨®lo as¨ª, mediante la emoci¨®n, mediante el sentimiento, se puede comprender al otro.
Algunos tan solo son ¡°juntadores¡± de palabras. Y algunos, es cierto, pueden ser t¨®xicos. Pero yo me estoy refiriendo aqu¨ª a la gran mayor¨ªa de los escritores como colectivo heterog¨¦neo. Y quiero recordar que hay en el mundo muchos escritores cuya voz es silenciada por ser escritores. Ser perseguido solo por hablar va a m¨¢s, la libertad de expresi¨®n adelgaza a todas luces. Por eso, no podemos eludir que, aunque tangencialmente, a los escritores nos toca hablar a nuestro tiempo y al futuro de nuestro tiempo. Y nos toca hacerlo con valent¨ªa, por mucho que nos acomodemos en el sill¨®n de la autocomplacencia y no nos guste el riesgo, ya que escribir no es ser soldado, decimos, aunque parezcamos un ej¨¦rcito. No, no somos un ej¨¦rcito, pero tampoco un colectivo meramente nominal, como si de profesionales as¨¦pticos se tratara. Somos, m¨¢s bien, una raza transversal con capacidad de enfurecimiento.
No me cabe duda de que los escritores, hoy, en Europa, debemos alzar la voz como colectivo para dejar claro que nuestros libros, traten de lo que traten, nuestra actividad y nuestras palabras son un gesto contra la exclusi¨®n, contra la xenofobia, contra la intolerancia, contra la radicalizaci¨®n de ultraderechas y ultraizquierdas, contra la desigualdad, contra las doctrinas, contra las injusticias, contra las ideas retr¨®gradas, contra la represi¨®n de cuerpos y mentes, contra las pol¨ªticas que criminalizan a los refugiados, a los pobres, a los diferentes, a los insumisos y a cualquier colectivo que adopte una heterodoxia, aun a su pesar. Porque los escritores, si algo somos desde Homero, es heterodoxos a nuestro pesar.
Los escritores no somos parte del ¡°discurso oficial¡±, no estamos dentro del pu?o de nadie. S¨®lo por esto tal vez s¨ª seamos importantes, despu¨¦s de todo. Porque nuestra palabra siempre es le¨ªda, siempre es escuchada. Da igual cu¨¢ntos sean los lectores: siempre hay un lector en alguna parte al que decirle algo que acabe import¨¢ndole.
Adolfo Garc¨ªa Ortega es escritor.
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