Votar sin distorsiones
El sistema electoral espa?ol es uno de los que mejor responde al doble objetivo de gobernabilidad y representatividad. Solo con la redistribuci¨®n de circunscripciones por criterios demogr¨¢ficos se conseguir¨ªan mitigar los sesgos del modelo
Hay al menos una buena raz¨®n para no cambiar lo esencial del sistema electoral espa?ol, dos buenas razones para reformarlo, y una soluci¨®n que responde a todo a la vez. O de esto les quiero convencer, porque van a empezar a escuchar otras cosas bien distintas en el debate que puede abrirse tras las elecciones.
La tarea m¨¢s importante del Congreso es elegir y sostener a un gobierno, en eso consiste la democracia parlamentaria. Pensar en la reforma electoral sin poner este hecho en primer lugar es algo fr¨ªvolo. El sistema electoral espa?ol es uno de los que mejor se las han arreglado para encontrar un virtuoso curso medio entre los objetivos de gobernabilidad y representatividad, que es lo que buscan casi todos los sistemas del mundo. Para equilibrar ambos fines, es com¨²n que las democracias empleen artificios tales como barreras legales (realmente) excluyentes, sistemas de doble capa de diputados con doble contabilidad de votos, como en los sistemas mixtos, o incluso de doble voto -como en el extravagante sistema alem¨¢n- cuando no apa?os como los premios de mayor¨ªa de Grecia o Italia. Los ciudadanos no entienden la mayor¨ªa de estas reglas, ni despu¨¦s de muchos a?os. Con acierto, algunos pa¨ªses, como Espa?a, resuelven la cuesti¨®n mediante distritos electorales de tama?o medio moderado; algo transparente, efectivo y poco manipulable. La circunscripci¨®n media tiene en Espa?a siete esca?os y la mitad tienen cinco o menos.
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Hasta hoy, los gobiernos los han puesto y quitado los votos de los ciudadanos (salvo por el relevo de Su¨¢rez) y ha habido claridad en la responsabilidad. Espa?a es el ¨²nico pa¨ªs de Europa occidental en el que nunca ha habido un gobierno de coalici¨®n; y es uno de los pa¨ªses en los que m¨¢s duran los Presidentes del Gobierno, solo por detr¨¢s de Alemania. Pero, al mismo tiempo, hemos tenido frecuentes gobiernos de minor¨ªa, que han gobernado mediante acuerdos, y el Congreso ha sido razonablemente representativo de todas las opciones pol¨ªticas. Esto no es solo un efecto del sistema electoral, pero ha ayudado.
La primera raz¨®n para reformarlo es que el terreno de juego est¨¢ inclinado: si el PSOE y el PP hubieran empatado a votos en las ¨²ltimas elecciones -quedando lo dem¨¢s igual- el PP habr¨ªa obtenido nueve esca?os m¨¢s que el PSOE. Y si se hubiera producido un cu¨¢druple empate, los llamados nuevos partidos (Ciudadanos y Podemos) habr¨ªan obtenido diez esca?os menos cada uno que los partidos tradicionales (PP y PSOE). Adem¨¢s, aunque IU y Podemos hubieran sumado sus votos, logrando m¨¢s que el PSOE, habr¨ªan obtenido menos esca?os.
La no equidad entre partidos se sigue de la desigualdad entre distritos. En algunos lugares el n¨²mero de esca?os es propio de sistemas muy proporcionales, en otros es muy mayoritario, y en otros, felizmente, intermedio. La variaci¨®n misma hace que los costes de los esca?os sean muy dispares, menores -pero dif¨ªciles de conseguir para los partidos peque?os- en el ecosistema mayoritario, y mucho mayores -pero los ¨²nicos accesibles, sumando mucho, para los partidos minoritarios- en los grandes. Por si fuera poco, se refuerza la desigualdad haciendo que los distritos peque?os est¨¦n sobrerepresentados, y los grandes infrarepresentados. Catalu?a elige a 47 diputados, con 5,5 millones de electores; la suma de Castilla y Le¨®n, Castilla-La Mancha, Arag¨®n y La Rioja eligen a 70, con 5 millones. Esto no es inocuo: en estas cuatro comunidades, en torno al 45% de los votantes querr¨ªan suprimir las Comunidades Aut¨®nomas, mientras que en Catalu?a los centralistas son cuatro veces menos.
Con el nuevo reparto, Castilla y Le¨®n no tendr¨ªa 32 sino 19 esca?os, y Catalu?a no 47 sino 57
La segunda raz¨®n para reformarlo es la cuesti¨®n personal: Espa?a es uno de los pocos pa¨ªses que quedan donde los votantes solo pueden votar por listas. El voto personal no es un bien sin tacha, el voto de lista fue una conquista democr¨¢tica, la de los programas sobre las clientelas. En la vida de los partidos, el ¨®ptimo se encuentra, aqu¨ª tambi¨¦n, entre dos extremos: la pol¨ªtica de facciones, el personalismo y los grupos de inter¨¦s especiales; y el aislamiento de la sociedad, la ausencia de debates y el reclutamiento de median¨ªas. A los ciudadanos les gustan los partidos disciplinados, pero tambi¨¦n los buenos pol¨ªticos que les dicen cosas ¨²tiles para entender sus preocupaciones. El sistema electoral no hace milagros, pero es hora de flexibilizar las listas, haciendo que sea posible expresar un voto de preferencia por alguno de los candidatos, como se hace, por ejemplo, en Suecia. Esto podr¨ªa mejorar la selecci¨®n de los pol¨ªticos, y sin duda aumentar¨ªa la satisfacci¨®n de los votantes.
Se puede, por ¨²ltimo, cumplir con todo a la vez.
Para nivelar el terreno, se pueden crear circunscripciones iguales, en torno al tama?o medio de siete esca?os, lo m¨¢s parecidas posibles entre s¨ª, partiendo de las demarcaciones auton¨®micas y con un reparto proporcional a la poblaci¨®n. No existe forma de evitar los sesgos del sistema, que favorece el voto rural sobre el urbano, y el voto del interior sobre el de la periferia, salvo eliminando las provincias como demarcaci¨®n electoral. Esto supondr¨ªa una redistribuci¨®n pues, por ejemplo, a Catilla y Le¨®n no le corresponder¨ªan 32 sino 19 esca?os, y a Catalu?a no 47 sino 57. Los esca?os se dividir¨ªan en circunscripciones que representen agrupaciones de municipios o, en el caso de las grandes ciudades, de distritos urbanos. Castilla y Le¨®n tendr¨ªa tres circunscripciones y Catalu?a tendr¨ªa ocho. Dentro de algunas Comunidades tambi¨¦n habr¨ªa redistribuci¨®n, como en Catalu?a, donde la mayor parte de su interior formar¨ªa un ¨²nico distrito, mientras que el litoral cercano a Barcelona se dividir¨ªa en m¨²ltiples circunscripciones.
Los l¨ªmites pueden trazarse siguiendo criterios pol¨ªticamente neutrales, si se evita que los pol¨ªticos intervengan. Basta una comisi¨®n independiente y un buen programador con un mandato claro. En todo caso, los l¨ªmites son menos susceptibles de manipulaci¨®n que en el caso cl¨¢sico de los distritos uninominales, en EEUU o Gran Breta?a, pues son distritos mucho mayores.
Es hora de flexibilizar las listas para poder expresar un voto de preferencia por algunos candidatos
Adem¨¢s, las listas cortas har¨ªan que el voto personal tuviera sentido. Los ciudadanos podr¨ªan conocer a los candidatos y determinar el orden de los nombres propuestos por el partido, emitiendo un m¨ªnimo de votos de preferencia (digamos el uno o dos por ciento de los votos del partido). Pueden pensarse otras soluciones, como que el voto de preferencia sea obligatorio, pero es mejor ir paso a paso.
Se mantendr¨ªa, por ¨²ltimo, un parecido equilibro entre proporcionalidad y gobernabilidad, tal vez con m¨¢s dificultad para lograr mayor¨ªas absolutas y un mejor acomodo de hasta cuatro partidos. Se conservar¨ªa lo mejor y se reformar¨ªa lo peor. Sin m¨¢s aventura que la necesaria desaparici¨®n de las provincias y sin intentar que el sistema resuelva problemas que no son suyos, porque eso suele ser peor que no hacer nada.
Alberto Penad¨¦s es autor, junto a Jos¨¦ Manuel Pav¨ªa, de La reforma electoral perfecta, editado por La Catarata y la Fundaci¨®n Alternativas (2016).
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