Campa?a narcisista
La nuevas tecnolog¨ªas y las redes sociales han desplazado el protagonismo de las elecciones de los candidatos a los votantes. Ganan los candidatos que estimulan m¨¢s nuestro ego y se adaptan mejor a nuestros ego¨ªsmos
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?La campa?a electoral es una fiesta narcisista. Pero no porque los candidatos se paseen por los plat¨®s de televisi¨®n exhibiendo sus dotes seductoras, art¨ªsticas o culinarias. Los narcisistas somos nosotros, los votantes. Y los candidatos lo saben. Los m¨¢s listos dedican sus esfuerzos a ponernos un enorme espejo delante que, como a Narciso, nos recuerde qu¨¦ bellos y bellas somos.
Los pol¨ªticos nos piropean. Trabajadores por cuenta propia, aut¨®nomos, emprendedores, pensionistas, urbanitas y gentes del mundo rural, nos emocionan hasta vuestras alcachofas. Y qu¨¦ injusto ha sido el pa¨ªs con vosotros. Pedid y os ser¨¢ concedido. No, yo no voy a exigiros nada a cambio. Faltar¨ªa m¨¢s, con todo lo que ya hab¨¦is sufrido ya. Os han ¡°machacado a impuestos¡±, hab¨¦is sido ¡°v¨ªctimas de la austeridad¡±. Merec¨¦is que alguien compense vuestros esfuerzos.
?C¨®mo es posible que, con lo hermosos que sois, el pa¨ªs est¨¦ tan feo? Pues porque hab¨¦is estado gobernados por malos representantes, unos pol¨ªticos que no han escuchado vuestras voces cristalinas. No necesit¨¢is ning¨²n representante excepcional. Vosotros sois los excepcionales. Necesit¨¢is pol¨ªticos que os escuchen, que atiendan vuestras demandas en lugar de perseguir sus mezquinos intereses.
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Las campa?as electorales han cambiado de naturaleza. Durante la ¨¦poca de los partidos de masas, los candidatos pon¨ªan el ¨¦nfasis en el programa. Se votaba a aquellos que mostraban unas propuestas program¨¢ticas m¨¢s atractivas. Con la llegada de la televisi¨®n y los grandes medios de comunicaci¨®n de masas, el foco gir¨® al candidato. Se premiaba a quienes proyectaban un candidato m¨¢s atractivo. Guapo como Kennedy, carism¨¢tico como Clinton, o campechano como Bush (hay equivalentes en Espa?a, pero seguramente no nos pondr¨ªamos de acuerdo en qui¨¦n ha sido qu¨¦). La eclosi¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas y las redes sociales ha movido el protagonismo de la campa?a hacia los votantes mismos. Se conf¨ªa en los candidatos que presentan a una ciudadan¨ªa m¨¢s atractiva. En quienes nos ensalzan m¨¢s. Y est¨¦n m¨¢s dispuestos a mimarnos.
Hoy no nos interesan mucho los programas. Aunque todos nos quejemos de la poca sustancia de los debates pol¨ªticos, la comunicaci¨®n pol¨ªtica del 26-J ¡ªresponsabilidad colectiva de medios y de los asesores de los candidatos que, de hecho, son perfiles profesionales muy similares¡ª se basa m¨¢s en ¡°relatos ¨ªntimos¡± o en la ¡°trastienda de la campa?a¡± que en la discusi¨®n program¨¢tica. Cuentan m¨¢s las interacciones entre candidatos y votantes (o, mejor a¨²n, sus ni?as y ni?os) que entre los propios candidatos. Los debates p¨²blicos donde los candidatos pueden mostrar la fortaleza y debilidad de sus propuestas en contraste con la de sus oponentes son sustituidos por encuentros entre candidatos y gente corriente. Quienes interrogan a los candidatos son familias sentadas en el sof¨¢ de sus casas, estudiantes en sus clases o presentadores afables que tratan de reproducir el lenguaje, y la escenograf¨ªa, de la calle en sus programas de entretenimiento. Estos programas no versan sobre el pol¨ªtico entrevistado, sino sobre nosotros mismos. No revelan c¨®mo es el pol¨ªtico en la intimidad, sino c¨®mo es nuestra intimidad. El objeto no es retratar a Mariano, Pablo, Pedro o Albert; sino reflejar nuestra cotidianidad. Un espejo.
Las pantallas no revelan c¨®mo es el pol¨ªtico en la intimidad, sino c¨®mo es nuestra intimidad
Y es que, a pesar de la insistencia de tantos analistas en que la pol¨ªtica se ha personalizado mucho, en el fondo no nos interesan los candidatos. No nos importa demasiado c¨®mo son. No les votamos porque tengan un car¨¢cter s¨®lido. Nos da igual si antes se declaraban comunistas, luego posideol¨®gicos y ahora socialdem¨®cratas. Como a los votantes de Trump les da igual que ¨¦ste defienda que vuelvan las tropas y que se deporte a todos los inmigrantes indocumentados y al d¨ªa siguiente que se bombardee Siria y que se legalice a muchos indocumentados. No les votamos porque nos caigan bien. M¨¢s bien, tendemos a juzgarlos como excesivamente soberbios o planos. Ni tampoco porque sean moralmente rectos. Toleramos que sean pillos o incluso laxos con la corrupci¨®n.
Les votamos por lo que dicen, expl¨ªcita o impl¨ªcitamente, sobre nosotros mismos. Confiamos en un candidato no porque nos caiga bien, sino porque nos hace caer bien a nosotros mismos. No votamos a un gran pol¨ªtico, sino al que nos hace sentir grandes. No al pol¨ªtico m¨¢s preparado, sino al que nos hace creer que nosotros somos los m¨¢s preparados.
En la nueva pol¨ªtica, los candidatos que m¨¢s estimulan nuestro ego son los m¨¢s exitosos. Y hay dos f¨®rmulas para conseguirlo. La primera es empoderarnos: elevarnos a la categor¨ªa de decisores pol¨ªticos. Es ideal para los asuntos controvertidos, desde la pertenencia a la UE y la vertebraci¨®n territorial del pa¨ªs al dise?o de la pol¨ªtica de defensa. Como Poncio Pilatos, los pol¨ªticos se lavan las manos y dejan que sea el pueblo quien decida. Los procesos participativos y referendos proliferan en toda Europa, tanto en la radical Grecia como en el conservador Reino Unido, tanto para decidir qu¨¦ hacer con un tranv¨ªa como para permanecer en la UE. Y si hay una caracter¨ªstica que une a los seguidores de Trump es que consideran que su voz no cuenta a la hora de tomar las pol¨ªticas p¨²blicas. Con lo que, si accede a la presidencia americana, no es descartable que las decisiones m¨¢s controvertidas se acaben tomando v¨ªa SMS de los telespectadores como en Eurovisi¨®n o en un concurso de belleza.
Vivimos un tiempo de ideolog¨ªas delgadas. Y lo importante son nuestros intereses ego¨ªstas
La segunda estrategia es regalarnos pol¨ªticas customizadas. S¨ª, desde siempre los pol¨ªticos han prometido mucho. Subrayaban los beneficios de sus pol¨ªticas y dejaban la financiaci¨®n para la letra peque?a. Pero deb¨ªan ofrecer paquetes estandarizados, para todos por igual. Eso eran las ideolog¨ªas. Ahora, parcelan sus productos para cada nicho de votantes. Desgravaciones para los aut¨®nomos, rebajas fiscales para los j¨®venes emprendedores, horas de trabajo semanal para los funcionarios, actualizaci¨®n de las pensiones de acuerdo con el IPC¡ Los pol¨ªticos se re¨²nen con representantes de los grupos de inter¨¦s, constatan lo ¡°leg¨ªtimas¡± que son sus demandas, y las incorporan en sus programas, que se convierten en un mero reflejo de las mismas. Un espejo.
La nueva pol¨ªtica es un tiempo de ideolog¨ªas delgadas. Pero tambi¨¦n de candidatos delgados. Pues lo que importa no son los programas ni los pol¨ªticos, sino nosotros. Y nuestros intereses m¨¢s particulares y m¨¢s ego¨ªstas. Esos s¨ª que han engordado.
Victor Lapuente Gin¨¦ es profesor de ciencias pol¨ªticas de la Universidad de Gotemburgo.
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