No todo cabe en un cat¨¢logo
Cierta izquierda opta por la sobreactuaci¨®n. Se ha visto en ayuntamientos y autonom¨ªas. En vez de ocuparse de las tareas para las que han sido elegidos, disparan por elevaci¨®n: refugiados, pobreza energ¨¦tica, rep¨²blica, paz, TTIP
La mitad de la campa?a se nos fue en escol¨¢stica marxista. Que si Podemos era socialdem¨®crata o comunista. El trasfondo es conocido: enfrentar al Iglesias meloso con el de las herriko tabernas y los acosos a partidos de YouTube, para concluir que est¨¢bamos ante un lobo con piel de cordero. Como descalificaci¨®n, por conspiranoica, la estrategia ten¨ªa escasa fuerza. Salvo por v¨ªa indirecta, intelectual: era la de Iglesias, la de la cal viva socialista y los franquistas peperos. Si serv¨ªa, lo dejaba bastante mal; si no, lo dejaba a¨²n peor.
Ciertamente, el Iglesias en campa?a se parec¨ªa poco al de hace un a?o y, en ese sentido, resultaba casi irritante su susurrante pose de ofendido cuando le recordaban declaraciones que exhib¨ªa con orgullo, nunca robadas. Resultaba inevitable pensar que hasta su indignaci¨®n era impostada.
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Pero reprocharle el cambio carece de sentido: ha hecho doctrina de la identidad cambiante. Es su ra¨ªz populista, la misma que lo aleja de la democracia de calidad que, entre otras cosas, requiere alg¨²n tipo de contrato con los ciudadanos. En su caso, el contrato era un cheque en blanco. Que nos fi¨¢semos a ciegas.
Pero, s¨ª, Podemos, al final, era socialdem¨®crata. No le queda otra. Como Syriza o el PP, si hemos de hacer caso a economistas de las grandes ligas. Aunque no podemos descartar retrocesos circunstanciales, hoy la socialdemocracia est¨¢ amortizada y diluida en nuestras instituciones. Y poco m¨¢s. Nadie hoy, con posibilidades de mando, defiende algo parecido al programa com¨²n de Mitterrand, pensado sobre el horizonte del socialismo. La revuelta griega, a pesar de las enso?aciones de cierta izquierda, no buscaba revoluci¨®n alguna; a lo sumo, aspiraba a lo que nosotros ya ten¨ªamos, un ¡°virgencita, virgencita¡±. Las disputas se sit¨²an en cu¨¢ntos puntos del IVA o del IRPF, niveles de gasto p¨²blico y de incumplimiento del d¨¦ficit. Otra cosa es hacer bien las cuentas o la disposici¨®n a acudir a conjuros como ¡°renegociar los compromisos con Bruselas¡± o ¡°la persecuci¨®n del fraude fiscal¡±. Por supuesto, nadie habla de conjuros sino de ¡°voluntad pol¨ªtica¡±, otro conjuro para obviar la aritm¨¦tica.
La voluntad ¡ªo su falta¡ª es dif¨ªcil de dilucidar. M¨¢s sencillo resulta identificar las restricciones, las posibilidades que enmarcan la voluntad. La restricci¨®n de la gravitaci¨®n complica mi voluntad de saltar desde mi balc¨®n vestido de superh¨¦roe. Por supuesto, las constricciones se pueden modificar. Syriza lo pretendi¨®. A ratos, esa hab¨ªa sido la apuesta de IU: abandonar el euro, aguantar el tir¨®n y que salga el sol por Antequera. En alg¨²n sentido, era m¨¢s consistente que la de los griegos: estos nunca fantasearon con la salida del euro, y, adem¨¢s, Espa?a tiene m¨¢s peso para negociar. Pero esa apuesta, y en esto Grecia nos ganaba, requer¨ªa preparaci¨®n pol¨ªtica y desesperaci¨®n ciudadana. En nuestro caso, un desprop¨®sito pol¨ªtico, un salto incierto no se sabe d¨®nde en una transici¨®n siempre dram¨¢tica, ¡°pol¨ªticamente brutal¡±, como record¨® Iglesias. Y despu¨¦s del Brexit, a¨²n peor.
Pablo Iglesias ha hecho doctrina de la identidad cambiante. Es su ra¨ªz populista
En esas condiciones, los m¨¢rgenes son limitados. Incluso puede que, para la izquierda, a¨²n m¨¢s limitados. No cabe descartar cierto ensa?amiento pedag¨®gico de Bruselas para evitar la proliferaci¨®n de esos espartanos en carne ajena que, desde el sof¨¢, exig¨ªan resistencias suicidas a los griegos. Y no ser¨ªa la primera vez que la izquierda acaba con pol¨ªticas m¨¢s austeras que unas derechas temerosas de las calles y de la izquierda en la oposici¨®n. Grecia, otra vez. Y Francia.
En la impotencia, cierta izquierda opta por la sobreactuaci¨®n. Se ha visto en Ayuntamientos y autonom¨ªas. En lugar de ocuparse de las tareas para las que han sido elegidos, porque les parecen poca cosa o porque no les sobra la destreza, disparan por elevaci¨®n: refugiados, pobreza energ¨¦tica, rep¨²blica, sin que falten graves declaraciones sobre dignas causas, desde la paz mundial al TTIP. Si alguno recuerda que, por la Constituci¨®n o por la aplicaci¨®n en serio del principio de autogobierno, por falta de mandato democr¨¢tico, tales asuntos est¨¢n fuera de su competencia, inmediatamente se desata la bater¨ªa del moralismo: los otros, del lado del mal, despreciar¨ªan los nobles principios que ellos, con este proceder, monopolizan. Las estructuras de Estado de Catalu?a son la expresi¨®n m¨¢s consumada, pero no la ¨²nica, de ese componer el gesto.
Naturalmente, la realidad queda intacta. Lo sabe hasta mi comunidad de vecinos y, por eso, no votamos sobre la paz mundial o los modelos energ¨¦ticos. Pero, claro, en un mundo tan medi¨¢tico como el nuestro, exhibir superioridad moral resulta fundamental. Una pirotecnia autocomplaciente que, adem¨¢s de envenenar el debate p¨²blico, enmara?a el reconocimiento de los retos. El mundo, eso s¨ª, igual de mal.
Nadie hoy, con posibilidad de mando, defiende algo parecido al programa com¨²n de Mitterrand
Dentro de esa pol¨ªtica gestera hay que entender los programas-IKEA, de todos, cada uno con su cat¨¢logo. Sin que importe mucho la consistencia de las propuestas. Es ah¨ª donde asombra la fr¨ªvola despreocupaci¨®n con que Podemos suscribe desde siempre ¡ªen eso no ha cambiado¡ª ese extravagante derecho a decidir (¡°de las distintas naciones¡±), que inutiliza todas sus otras propuestas. La defensa del Estado de bienestar, de la sanidad o la educaci¨®n resultan trampantojos cuando unos ciudadanos pueden decidir que la redistribuci¨®n no va con ellos; que la caja com¨²n de la Seguridad Social deja de serlo; que una parte del pa¨ªs de todos, los hospitales, las universidades o los trabajos, solo quedan abiertos para unos pocos. Los problemas que ya experimentamos con las tarjetas sanitarias plurales o con esas exigencias ling¨¹¨ªsticas que importan m¨¢s que doctorados al encontrar trabajo, pero a lo bestia. Podemos, como otros antes, puede contentar a parroquias locales; eso s¨ª, a fuerza de desmontar su proyecto. Una historia cl¨¢sica de nuestra izquierda. ¡°Cada uno es responsable de su parte y nadie es responsable del estrago¡±, escrib¨ªa un poeta.
Un proyecto pol¨ªtico no es un racimo de temas, a, b y d: el derecho a decidir, como otro m¨¢s. Aqu¨ª, d oficia como una cl¨¢usula de desactivaci¨®n de las dem¨¢s promesas. Para empezar, implica negar la igualdad entre los ciudadanos. La ruptura del Estado no es el quinto decimal. Por eso Puigdemont prefer¨ªa a Podemos.
Puestos en doctrinarismos, averig¨¹en qui¨¦n escribi¨® estas l¨ªneas: ¡°Una naci¨®n, por lo tanto, no tiene ning¨²n derecho a decirle a una regi¨®n o distrito que ¡®t¨² me perteneces, ?te quiero mantener!¡¯. Un territorio est¨¢ formado por sus habitantes. Si alguien tiene el derecho a ser o¨ªdo en esta cuesti¨®n, estos son los habitantes¡±. Una pista: fue el m¨¢s feroz cr¨ªtico de la justicia distributiva; el mejor defensor del capitalismo m¨¢s puro. Esas ideas, simplemente, no caben en un cat¨¢logo interesado en la igualdad.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.
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