Gran coalici¨®n o empate catastr¨®fico
Para desarmar al populismo es preciso un acuerdo entre los partidos que quieren devolver su cr¨¦dito a la democracia
El pasado 26 de junio, el pueblo habl¨® sin m¨¢s intermediarios ni tribunos que las urnas. Lo hizo con una participaci¨®n equiparable a la vivida unos meses antes y unos resultados que dan y quitan raz¨®n a cuanto se ha hecho y dicho desde el pasado 20 de diciembre para ac¨¢. Los espa?oles dibujaron un mapa de la geograf¨ªa pol¨ªtica por la que deber¨¢ discurrir el inter¨¦s general si quiere ser respetado. Dijeron, en primer lugar, que no quieren experimentar en su carne el populismo. Ni como opci¨®n de Gobierno ni como fuerza dominante de la izquierda. En segundo lugar, que quieren que el Partido Popular siga gobernando, aunque de otra manera: con una mayor¨ªa relativa que siga desarrollando las pol¨ªticas que han permitido vencer la crisis, aunque con un estilo distinto en el fondo y en las formas. En tercer lugar, que Europa importa y que quieren vivir en sinton¨ªa con lo que acontece en la zona sensata del continente, sin aventuras latinoamericanas ni extravagancias anglosajonas. Y en cuarto lugar, que las opciones independentistas son minoritarias, aunque es inevitable que, a la vista de su vigencia y vigor, se adopte alguna f¨®rmula institucional que permita encauzarlas dentro del marco constitucional que nos dimos en 1978.
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La conclusi¨®n m¨¢s importante de las cuatro es que Espa?a no quiere ser populista. Al menos por ahora, porque aunque los ciudadanos hayan dado la espalda a Unidos Podemos, sin embargo, las causas emocionales que han liberado la corriente subterr¨¢nea que ha hecho posible su irrupci¨®n siguen latentes. Las elecciones del domingo han sido b¨¢sicamente la respuesta a la inquietud que provocaba un Gobierno que nos condujera hacia el abismo dist¨®pico venezolano o griego. Con todo, los efectos del malestar colectivo que est¨¢n detr¨¢s del populismo, y que fueron provocados por la crisis y la corrupci¨®n, no se han disipado. El populismo ha calado y tiene una inquietante dimensi¨®n de transversalidad, que ha establecido redes de complicidad con un populismo period¨ªstico y una intelectualidad org¨¢nica que proyectan sistem¨¢ticamente una antipol¨ªtica, que hace de la pol¨ªtica una caricatura de s¨ª misma.
La responsabilidad fundamental que tenemos por delante es resta?ar las heridas morales que han hecho posible el populismo. Este es la sombra de nuestra democracia. Vamos a convivir con ¨¦l durante mucho tiempo y eso exige que la pol¨ªtica se imponga a la antipol¨ªtica mediante ejemplaridad, moderaci¨®n y pedagog¨ªa democr¨¢ticas. Hay que combatirlo en sus fundamentos y eso significa desarmar esa ¡°teatrocracia¡± de la que habla Andrea Greppi en un ensayo reciente y que significa el triunfo de los enemigos de la sociedad abierta, al acusarla de ser una pura ficci¨®n interesada.
Espa?a no quiere ser populista, al menos por ahora
Es el momento, por tanto, de una gran coalici¨®n entre los partidos que tienen la responsabilidad de devolver su cr¨¦dito a la democracia. Hay que formalizar un acuerdo de legislatura que establezca un programa de gobierno que afronte los consensos exigidos por el pa¨ªs en materia constitucional, territorial, social y econ¨®mica; y que hagan realidad en Espa?a el mismo entendimiento que en Europa evidencian Merkel y Hollande, y que la propia Uni¨®n Europea disfruta gracias al pacto de legislatura que existe en Bruselas entre populares y socialdem¨®cratas.
Espa?a no puede ser una anormalidad europea cuando los espa?oles han querido ser europeos y no populistas. Unas terceras elecciones abrir¨ªan las esclusas al riesgo de un tsunami antipol¨ªtico. A ello nos ver¨ªamos abocados si fracasa la pol¨ªtica que encarnan el Partido Popular y el Partido Socialista. El primero ha logrado la confianza mayoritaria de la sociedad espa?ola y el segundo la de la izquierda reformista y socialdem¨®crata de nuestro pa¨ªs. Ambos tienen la responsabilidad de entenderse y desactivar los fundamentos del populismo. De lo contrario nos deslizaremos hacia un ¡°empate catastr¨®fico¡± que evidencie lo que el populista Garc¨ªa Linera, intelectual de cabecera de Unidos Podemos, describe como un punto ¨¢lgido en la confrontaci¨®n de bloques que decidir¨¢ el sentido de la evoluci¨®n de la crisis del Estado y que ¡°puede durar semanas, meses, a?os; pero llega un momento en que tiene que producirse un desempate, una salida que est¨¢ marcada por la conflictividad y, por lo general, se da por oleadas¡±.
Lo que significan esa conflictividad y esas oleadas es evidente y no se las merecen nuestro pa¨ªs. Es, por tanto, el momento de decidir entre la magnanimidad y sentido de Estado o ahogarnos en el tacticismo que nos lleve a la cat¨¢strofe de una mayor¨ªa populista que ser¨¢ permanente.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es secretario de Estado de Cultura y diputado a Cortes por Cantabria.
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