Theresa May, Jo Cox y la pregunta de nuestro tiempo
Campa?a contra la inmigraci¨®n irregular promovida por Theresa May, nueva Primera Ministra del Reino Unido. Foto: D. Mart¨ªnez/Quality/El Pa¨ªs.
Una de las ideas que se repitieron a menudo tras la muerte de Jo Cox fue que esta diputada poco convencionalno hab¨ªa hecho campa?a ¨²nicamente por la permanencia del Reino Unido en la UE, sino por la transformaci¨®n misma de la Uni¨®ny el protagonismo de los brit¨¢nicos en ese esfuerzo. Sus posiciones en materia de inmigraci¨®n, austeridad presupuestaria o responsabilidad internacional no solo sugieren una idea de Europamuy diferente a la que estamos viviendo, sino un concepto transnacional de los desaf¨ªos a los que hace frente su pa¨ªs, que solo pueden ser respondidos con alianzas equivalentes.
Theresa May, la flamante Primera Ministra del Reino Unido, es una criatura pol¨ªtica muy diferente. Una criatura del statu quo, especialmente en lo que toca a la inmigraci¨®n. Su argumentario se distingue de la ret¨®rica abiertamente xen¨®foba de Nigel Farage y Marine Le Pen como una omelette se distingue de una tortilla de dos huevos. Olviden sus campa?as poco sutiles contra los inmigrantes irregulares ("Vete a casa o ser¨¢s arrestado") o su desprecio por la Convenci¨®n Europea de Derechos Humanos y la jurisdicci¨®n de Estrasburgo, y leancon atenci¨®n el discurso que pronunci¨® el pasado 6 de Octubre en el congreso del Partido Conservador (del que hablamos en su momento en este blog). Como se?al¨® James Kirkup en su prolijo comentario para el Daily Telegraph, su contenido es ¡°enga?oso e irresponsable¡±, porque ¡°ignora los hechos¡± para alimentar ¡°el enfado contra los extranjeros¡± precisamente cuando el pa¨ªs m¨¢s necesitaba la serenidad y honestidadde sus estadistas.
Aunque ambas hicieron campa?a contra el Brexit, Jo Cox y Theresa May estaban en lados contrapuestos enuno de los debatescentrales de la sociedad global moderna. Es el dilema entre cosmopolitas y comunitaristas, descrito con lucidez por Michael Ignatieff en una reciente entrevista en The New York Times. Como resume el entrevistador, lo que estamos viviendo es ¡°una divisi¨®n ideol¨®gica entre las ¨¦lites cosmopolitas que ven la inmigraci¨®n como un bien com¨²n basado en derechos universales y los votantes que la ven como un obsequio conferido a ciertos forasteros considerados merecedores de pertenecer a la comunidad¡±. Y de ah¨ª se derivaunapregunta fundamental: ?qui¨¦n formaparte de nosotros?
Ignatieff es un profesor de Harvard y estudioso de los nacionalismos que tuvo oportunidad de experimentar sus propuestasen la vida real liderando durante tres a?os al Partido Liberal de Canad¨¢. Fue una experiencia electoralmente desastrosa que, sin embargo, dej¨® valiosas reflexiones para ¨¦l mismo y para las ideas liberales en todo el mundo. Una de las que encuentro m¨¢s sugerentes es precisamente la que tiene que ver con el fen¨®meno migratorio.La idea de que una comunidad establecida (Reino Unido, Espa?a, Europa, la Rep¨²blica de Catalu?a) essoberana paradecidir el acceso y la residencia de esos ¡®forasteros¡¯ en su territorio puede parecernos una obviedad incontestable, pero no lo es. En la medida en que las restricciones a la movilidad determinan el derecho de otros al progreso, la educaci¨®n, la salud o, sencillamente, la protecci¨®n personal -derechos considerados universales-, se produce un conflicto entre ambas partes que no puede ser despachado simplemente con un ¡°yo estaba aqu¨ª primero¡±. Aceptarlo supondr¨ªa renunciar a los fundamentos que pusieron fin a la esclavitud o garantizaron el voto a las mujeres, por ejemplo, porque no podemos conceder al pasaporte los privilegios que hemos negado a la raza o al g¨¦nero.
En este asunto la izquierda europea se sit¨²a en el peor de los mundos posibles: ajena a los valores comunitaristas estrechos que sostienen a la derecha, pero carente del coraje electoral que supone pasar a la ofensiva en este asunto. El l¨ªder laborista Jeremy Corbyn es un buen ejemplo de ello. Su armaz¨®n ideol¨®gico parece concebido para un mundo que ya no existe. Es imposible no simpatizar con su defensa de los trabajadores industriales o el rechazo al armamento nuclear, pero me pregunto cu¨¢nto de todo eso determina las vidas, por ejemplo, de una generaci¨®n completa de j¨®venes marcados por la desigualdad y la precariedad. Con elvoto de estos j¨®venes (insuficiente pero contundente) en el refer¨¦ndum del Brexit, ellos han aceptado el reto de evitar los atajos y responder a los desaf¨ªos transnacionales con derechos universales, empezando por el derecho a intentarloen un lugar diferente al que has nacido. En la pr¨¢ctica, eso significa elevar el suelo dentro y fuera de nuestras fronteras, promoviendo una nueva versi¨®n global del Estado del Bienestar centrada en garantizar la igualdad de oportunidades, consolidar redes de seguridad frente al riesgo y embridar con instituciones y normas s¨®lidas la internacionalizaci¨®n econ¨®mica. Una batalla en la que Lima y Nueva Delhi cuentan tanto como Birmingham y Sevilla. Una batalla por un mundo sin fronteras.
Con franqueza, yo no veo a esa izquierda por ninguna parte. Tal vez sea por la abdicaci¨®n ideol¨®gica que describe Dani Rodrik en un estupendo art¨ªculo publicado esta semana. Tal vez por la tentaci¨®n del frentismo y populismo de las nuevas izquierdas. Tal vez sea simplemente el resultado de la mediocridad que demuestran los cuadros de los principales partidos socialdem¨®cratas europeos, empezando por el espa?ol.Perovamos a necesitar m¨¢s valent¨ªa y mejores ideas parainclinar la balanza del lado de los cosmopolitas.La elecci¨®n de Theresa May demuestra que, por ahora,estamos perdiendo la batalla.
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