El cumplea?os sorpresa de la generaci¨®n
Quienes celebran los 40 a?os durante 2016 son tolerantes porque han vivido todos los fracasos: desde la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn hasta la de Lehman Brothers
Titulaba su cr¨®nica un periodista de este diario sobre un festival de m¨²sica reciente: "Radiohead o el triunfo de la generaci¨®n en la que nadie confi¨®¡±. La cr¨®nica desgranaba c¨®mo el grupo brit¨¢nico hab¨ªa aunado en el concierto su m¨²sica extraordinaria y personal y la conexi¨®n con el p¨²blico. Ajeno a digresiones sociol¨®gicas, el periodista hab¨ªa dejado sin embargo un titular memorable sobre una generaci¨®n que consideraba reconocible para el lector, a la que podr¨ªamos identificar cronol¨®gicamente con lo que se llam¨® la Generaci¨®n X. Si centr¨¢semos la d¨¦cada que abarca una generaci¨®n en el a?o de nacimiento de su musa, Winona Ryder, 1971, definir¨ªamos el lapso de pertenencia 1966-1976, lo que incluir¨ªa, por ejemplo, en t¨¦rminos musicales, a Thom Yorke de Radiohead (1968) o a Santi Balmes de Love of Lesbian (1970), y tiene la consecuencia pr¨¢ctica de que los m¨¢s j¨®venes de la Generaci¨®n X est¨¢n cumpliendo 40 a?os durante 2016.
Ahora que el ¨²ltimo cumplea?os sorpresa de la Generaci¨®n X est¨¢ llegando, resulta tentador partir del t¨ªtulo del cronista para explorar si existen denominadores comunes m¨¢s all¨¢ de viejas etiquetas de marketing (seguramente a toda generaci¨®n joven se le ha contado que es la primera de la historia en algo, y hay gente que vive de ello); anotemos posibles rasgos de un estilo generacional.
Otros art¨ªculos del autor
Tendemos a ponderar entre extremos y somos tolerantes porque hemos vivido todos los fracasos, incluidos el del muro de Berl¨ªn, el de la guerra preventiva en Irak o el del capitalismo de casino en la ca¨ªda de Lehman Brothers o Bankia. Abundan los entusiastas por la tecnolog¨ªa y vemos utilidad en las redes sociales, pero nos espantar¨ªa un mundo sin peri¨®dicos de referencia; podemos ser clientes satisfechos de tal o cual supermercado, marca de m¨®viles o de coches, pero nos inquieta la primac¨ªa ingobernable de las grandes empresas. Nos hemos pasado media vida descifrando el mundo que nos dieron. Hemos visto la oferta y la demanda en acci¨®n, especialmente en los descampados de las afueras de nuestras ciudades.
A golpes de realidad hemos entendido las implicaciones globales del negocio de sobrecalentar el precio de las cosas ¨Ccasas, acciones-, vender las m¨¢quinas o los servicios asociados a su producci¨®n ¨Cexcavadoras, tuneladoras, hipotecas, operaciones financieras¨C y luego, terminada la faena, soltar y dejar caer el precio de aquellas mismas cosas. Hemos asistido a la brutal distorsi¨®n de rentas y funcionamiento de un pa¨ªs que un ciclo financiero violento comporta, su efecto en mentalidades y civismo. Ahora una parte, los salvados, digamos, con un hogar de dos sueldos y una hipoteca encaminada, seguimos siendo clase media, mientras para otra parte eso constituye un sue?o imposible o lejano.
Desconfiamos de quienes hacen afirmaciones sobre temas inciertos con m¨¢xima seguridad, especialmente si son pol¨ªticos o economistas
Desconfiamos de quienes hacen afirmaciones sobre temas inciertos con m¨¢xima seguridad, especialmente si son pol¨ªticos o economistas. No entendemos que se pueda estar en pol¨ªtica sin ninguna visi¨®n real de fondo, despachando una interminable sucesi¨®n de titulares inconexos, parte de una especie de serie de televisi¨®n cuya audiencia se basa en alternar agresividad y banalidad ¨Cretroalimentadas ad nauseam: despu¨¦s de una agresividad que se usa para disimular la banalidad de los propios planteamientos, los guionistas despachan una dosis extra de cursiler¨ªa que mitigue el exceso de agresividad¨C. Hemos visto pasar nuestro pa¨ªs del pleno empleo a un paro insoportable, cebado en una generaci¨®n, y es uno de los tres o cuatro grandes retos colectivos para el resto de nuestras vidas, llegar a habitar un pa¨ªs normal con una tasa de paro normal. Lo que har¨ªa falta no cabe en una frase, y sabemos bien cu¨¢nto cuesta alcanzar lo normal, cu¨¢ntas resistencias y traseros establecidos cortan el paso de los caminos razonables.
En la pel¨ªcula Dos d¨ªas y una noche los trabajadores de una f¨¢brica deben votar si renuncian a una paga para evitar que despidan a una compa?era. ?No deber¨ªamos estar hablando de eso, de reparto de esfuerzos y prop¨®sitos colectivos, aunque sea en los t¨¦rminos m¨¢s aburridos de su traducci¨®n a p¨¢rrafos del BOE sobre impuestos indirectos y cotizaciones sociales? Ninguna propuesta ¨²nica solucionar¨¢ de plano un problema gestado durante tanto tiempo, pero tanto como acertar en la l¨ªnea de unas medidas requerimos contar con l¨ªderes cre¨ªbles para explicarlas y cuadros profesionales para sustentarlas.
No vemos las cosas tan cr¨ªpticas como las presentan los tecn¨®cratas, ni tan sesgadas como los profetas del momento. Creemos que la cosa p¨²blica es una cuesti¨®n de hablar, poner n¨²meros, determinar intereses, escoger principios, fijar reglas l¨®gicas, equitativas. Nos parece extra?o seguir a estas alturas sin procedimientos definidos para repartir la caja central del estado entre las comunidades. Nos gusta Europa porque la respiramos como los primeros Erasmus y porque cruzamos en viajes en tren las cicatrices del pasado de sus fronteras, nos gusta la Uni¨®n Europea porque muestra eso, el camino de reglas por el que pa¨ªses cercanos se unen bajo la bandera de unos valores comunes ¨Csi hubiera que escoger una palabra sola: la raz¨®n¨C.
Nos choca el papel un tanto marginal en que a veces parece debatirse la cultura
Nos choca el papel un tanto marginal en que a veces parece debatirse la cultura. Cuesta citar a un gran cineasta o a una gran escritora de la Generaci¨®n X. No quiere decirse que no abunden casos de talento, pero da la impresi¨®n de que, o bien un engranaje los encaja en la creaci¨®n de un producto uniforme, o est¨¢n abocados a pasar inadvertidos excepto para peque?os c¨ªrculos, circunstancias que contrastan especialmente con la repercusi¨®n que ten¨ªan en los ochenta ¨Cnuestra adolescencia, es cierto¨C la m¨²sica, el cine o incluso el teatro como expresi¨®n social, historias halladas de emoci¨®n compartida.
Nos encontramos desproporcionadamente volcados en nuestro trabajo y los hijos, y albergamos quiz¨¢s pocas inquietudes que no giren en torno a esos dos mundos, por dem¨¢s absorbentes. Asistimos perplejos a una continua fluctuaci¨®n de hechos y noticias ante los que tan peligroso es suponer que no hay ning¨²n sentido como encomendarse a sentidos totalizadores que anulan el pensamiento.
Quiz¨¢s nos falten emociones de largo plazo, constantes, en las que confiar, porque no nos gusta pensar en el paso del tiempo. Estamos dominados por emociones al contado, cortas, instant¨¢neas, polarizadas entre el estr¨¦s y las novedades; y mientras las emociones se han desfragmentado no hay mucho tenemos tiempo para nada, tampoco para sentir demasiado. Nos queda aferrarnos a cualquier manifestaci¨®n de la pasi¨®n por vivir, a que aunque el pasado nunca se pueda borrar cada d¨ªa todo empieza de nuevo. Como terminaba el editorial de este peri¨®dico el d¨ªa de este a?o en que tambi¨¦n ¨Cay¨C cumpli¨® los 40: en eso estamos. Algunos susurran que, en medio del camino de la vida, han despejado la X, la inc¨®gnita de la generaci¨®n. Pero ese debate habr¨¢ que dejarlo para mejores tiempos o, al menos, para otro art¨ªculo. Que as¨ª es la rosa.
Emilio Trigueros es qu¨ªmico industrial y especialista en mercados energ¨¦ticos.
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