El beso del salm¨®n salvaje
Las convicciones de los ganadores del 'Brexit' son una subespecie moderna del delirio
Antes de que ocurriera el Brexit, uno de esos posibles momentos de eclipse de la raz¨®n ¡ªcomo los denomina George Steiner¡ª, Boris Johnson, ex alcalde de Londres, nuevo ministro de Asuntos Exteriores, daba un beso simulado a un salm¨®n salvaje. El populismo, ya se sabe, no tiene l¨ªmites bien cartografiados. La foto del l¨ªder conservador sujetando a un salm¨®n entre sus manos, y haciendo como si le estampase un ¨®sculo, fue uno de esos signos de una historia llena de tirones. Boris Johnson, el superh¨¦roe del Brexit, el que hac¨ªa campa?a hasta en una pescader¨ªa del mercado londinense de Billingsgate, tras su aparatoso triunfo cay¨® en la red de otros pescadores tories. Su amigo y rival Michael Gove lo declar¨® inapropiado como primer ministro, y d¨ªas despu¨¦s el propio Gove, hijo de un antiguo vendedor de bacalao, descontento con la UE, ca¨ªa derrotado por dos damas entre las que al final se ha impuesto Theresa May, la m¨¢s parecida en muchos aspectos a Margaret Thatcher. De hecho le ha faltado tiempo para encargar a Johnson el Foreign Office, convirti¨¦ndolo en el jefe de la nueva marca brit¨¢nica.
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Otra cosa es lo que se pretend¨ªa con gestos para la galer¨ªa como los de Boris Johnson y los de otros adalides de la pesca con ca?a y el salto al vac¨ªo. Se hace como si se besa a un salm¨®n salvaje (se supone que escoc¨¦s) y en realidad se evoca a los caballos de los lanceros bengal¨ªes. Se dir¨ªa que en la parte profunda del iceberg del Brexit se ha sentido la nostalgia por el mundo de Kipling y del pastel de ri?ones de un pub. O sea, lo imperecedero. Y los que vengan detr¨¢s que arreen.
Sin embargo, m¨¢s all¨¢ del salm¨®n salvaje y de una cuesti¨®n estrictamente econ¨®mica, en la partida del Brexit ha habido s¨ªmbolos victorianos, y tambi¨¦n s¨ªntomas poco halag¨¹e?os de xenofobia. Como siempre conviene ejercer la duda, y m¨¢s en el pa¨ªs del padre de Hamlet, pero el Brexit, que no ha hecho m¨¢s que empezar, tiene semillas semejantes. Las que contienen una nueva manifestaci¨®n de esos grandes emparejamientos propuestos por L¨¦vi-Strauss: afirmaci¨®n y negaci¨®n, org¨¢nico e inorg¨¢nico, derecha e izquierda, antes y despu¨¦s¡ George Steiner admir¨® siempre ese discurrir del antrop¨®logo franc¨¦s sobre ¡°las polaridades fundamentales que estructuran el destino y la ciencia del hombre¡±. Pues bien, una polaridad es la que ha explotado en el Reino Unido, una que ido m¨¢s lejos de la papeleta de leave o remain, salir o quedarse en la Uni¨®n Europea. Es ellos y nosotros. Algo menos metaf¨ªsico que el ser o no ser.
Tal vez en el refer¨¦ndum haya funcionado incluso lo m¨¢s incre¨ªble, la nostalgia del para¨ªso
La espoleta del Brexit tardar¨¢ en saltar al menos los dos a?os que faltan para la desconexi¨®n completa con la Uni¨®n Europea. Pero entretanto sorprenden los an¨¢lisis que indican que no han sido los brit¨¢nicos m¨¢s ricos quienes han inclinado la balanza del lado de irse. Al contrario eso se habr¨ªa debido al voto de gente tocada por la crisis en alguna medida, gente por ejemplo de Birmingham o de Liverpool, antiguas grandes ciudades, llenas de nostalgia del tiempo pasado, adem¨¢s de su afici¨®n al t¨¦ o a la cerveza, o por las dos. Sumado lo cual al fish and chips y a otras cu?as que imprimen alguna clase de car¨¢cter brit¨¢nico, si no alg¨²n rinc¨®n de la psique de una gente que no est¨¢ acostumbrada a perder.
No debieron ser pocos los ganadores del Brexit que deslizaron en la urna sus dudas y reticencias sobre el futuro de la econom¨ªa comunitaria, y su cr¨ªtica sobre la gesti¨®n burocr¨¢tica de Bruselas, y sobre la pretendida p¨¦rdida de soberan¨ªa de su pa¨ªs. No creo que todas esas convicciones hayan sido tan rocosas como un Gibraltar, sino una forma de diluir una especie de ansia nerviosa de espacio vital. Una subespecie moderna del delirio. Pues es como si de nuevo en Europa volviese a picar ese pez, o sirena, o monstruo del lago Ness. Como si otra vez llamase a la puerta el viejo concepto de lebensraum, esa falsa falta de espacio vital con la que Hitler moviliz¨® a los alemanes con los delet¨¦reos resultados que se conocen.
?De verdad es el espacio f¨ªsico el que inquieta, o son las bocas que respiran en ¨¦l? Desde 1993 a 2014 se ha doblado la poblaci¨®n nacida fuera del Reino Unido (pasando de 3,8 millones a 8 millones). Por supuesto hay otras cifras sobre el aumento de los inmigrantes en Gran Breta?a. Por v¨ªas oblicuas, como las de un Brexit, y sus muchas secuelas, lo que se presenta es el rechazo al tema de los otros, con la xenofobia que lo recubre, y el racismo m¨¢s o menos atenuado y que se quiere camuflar. Ese es el verdadero fantasma de la ¨®pera que recorre Europa. El que vuelve a pasearse disfrazado con toda clase de pa?os calientes. A algunos, muchos, de los recalcitrantes antieuropeos brit¨¢nicos, les ha parecido, y as¨ª lo han expresado, que su pa¨ªs est¨¢ lleno hasta la bandera de gente, como si ya no cupieran m¨¢s brazos, y lenguas, y distintas ganas de vivir y de entender el mundo. Pues bien, en ese paquete va desde la trillada acusaci¨®n a los inmigrantes de quitar los trabajos a los nativos, hasta la figura de Sadiq Khan, el nuevo alcalde de origen pakistan¨ª elegido en Londres, a barrios enteros donde lo brit¨¢nico ha pasado a ser un p¨¢lido recuerdo. Bien, pero esa es la realidad con la que hay que vivir.
Tal vez en el refer¨¦ndum haya funcionado incluso lo m¨¢s incre¨ªble, la nostalgia del para¨ªso perdido, la de aquella Gran Breta?a que gobernaba las olas, y de cuando Calcuta era la capital del British Raj en la India. Y de cuando Inglaterra ten¨ªa que soportar la pluma del irland¨¦s Swift, y las andanzas de su personaje, el viajero Lemuel Gulliver. He ah¨ª un ingl¨¦s intachable, buen marino y cirujano. Pero en otra tierra, la de los houyhnhnm, o caballos, a Gulliver le llamaban yahoo, es decir, hombre, un hombre que serv¨ªa como un caballo. Era un mundo al rev¨¦s, un Brexit tambi¨¦n: los caballos eran los amos y los hombres unas bestias de carga. Los caballos, y eso lo tuvo que soportar Gulliver, pose¨ªan un comportamiento ¡°tan ordenado y racional, tan perspicaz y discreto¡±, que dejaban a los hombres, y sus relinchos, por imposibles.
Gulliver, antes que Alicia, dio la vuelta a pa¨ªses como Liliput y Brobdingnag, ense?ando que la estatura nada tiene que ver con la inteligencia. Ni por supuesto, el color de la piel. Ni la miseria que se arrastra. Cierto es, como escribi¨® Swift, que no existe un continente entre California y Jap¨®n, ni anda all¨ª entonces el pa¨ªs blanco, puro, inmaculado (o casi), con el que sue?an los aislacionistas. Estos ya se sabe qui¨¦nes son: los que quieren dar un beso al salm¨®n salvaje en los morros y que salga en la foto. Todo sea por ganar y por inmortalizarse. Lejos de eso, los caballos de Gulliver dan una lecci¨®n: hablan pausadamente de las ventajas del multiculturalismo. Advierten incluso que no puede haber islas aisladas en este mundo.
Luis Pancorbo es autor de Mapamundi de lugares ins¨®litos, m¨ªticos y ver¨ªdicos (2015). Fondo de Cultura Econ¨®mica.
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