Las ficciones tan temidas
Cuando la realidad nos termine por ahogar, pediremos que las pel¨ªculas o los libros anuncien desesperadamente: ¡°Basados en hechos irreales¡±
De hace un tiempo a esta parte, la publicidad alrededor de algunos estrenos cinematogr¨¢ficos hace un llamativo hincapi¨¦ en la base real de los hechos en que se basan. Buscan, seguramente, con ello asegurar el ¨¦xito del producto que publicitan. No dejan de ser operaciones de marketing, por eso no debe extra?arnos. Lo que s¨ª extra?a y deber¨ªa hacernos reflexionar es que dichos estrenos, independientemente de sus esl¨®ganes y campa?as publicitarias, son dirigidos y producidos por personas que parecen considerar que la ficci¨®n ya no vende tanto, por lo menos en la industria de celuloide. (Y a juzgar por la buena salud de la novela hist¨®rica, en la ficci¨®n pura tambi¨¦n). Desde los comienzos de esta industria, la ficci¨®n fue su carta de naturaleza. F¨¢brica de sue?os, se bautiz¨® al m¨ªtico lugar donde nacen esos sue?os. Sin embargo, la insistente invitaci¨®n a ver una pel¨ªcula bajo la garant¨ªa de su absoluta subordinaci¨®n a hechos reales, no deja de ser una llamada de atenci¨®n al estatuto de la ficci¨®n. O mejor dicho, a los que la consumimos sin temor a ser enga?ados. Esa apelaci¨®n a lo real garantizar¨ªa mucho m¨¢s una verdad social, familiar o individual que la que pudiera tratarse desde la m¨¢s radical imaginaci¨®n. Pongamos un ejemplo reciente, Spotlight. Esta cinta se inspira en un hecho ocurrido en los a?os ochenta. Cualquiera que la hubiera visionado entiende que trata de una cuesti¨®n social y moral bastante delicada. Ahora bien, ?en qu¨¦ colabora su base real a hacer m¨¢s cre¨ªble Spotlight? ?Acaso una pel¨ªcula sobre la pederastia o la pedofilia, no hubiera sido igualmente convincente e ilustrativa, adem¨¢s de emotiva, con el mismo reparto y direcci¨®n, de haberse tratado solo desde la imaginaci¨®n? Posiblemente las horas bajas que sufre el cine como espect¨¢culo de masas, explique esta repentina suplantaci¨®n de la ficci¨®n por lo real a la hora de asegurar su ¨¦xito. Todo esto nos conduce a la siguiente pregunta. ?Debemos fiarnos m¨¢s en el cine o la novela, de la realidad que nos informa o de la ficci¨®n que la transfigura en un acto art¨ªstico que puede llegar a conmovernos? Habr¨ªa tambi¨¦n otra pregunta no menos pertinente. ?Pero alguna vez la gente dej¨® de creer absolutamente en la ficci¨®n?
Hace ya unas cuantas semanas, le¨ª dos libros que me hicieron pensar mucho en la disyuntiva realidad-ficci¨®n. No me refiero a la amigable y fruct¨ªfera sociedad entre ambas en la novela contempor¨¢nea, que inaugura Cervantes en Europa. Me refiero m¨¢s bien a la ficci¨®n incrustada en nuestra vida cotidiana. Me refiero a ese territorio de lo dom¨¦stico, a esa feliz rutina de lo prosaico que un d¨ªa es visitada inesperadamente por la luz de un acto ferozmente imaginario. (Julio Cort¨¢zar, Juan Jos¨¦ Mill¨¢s o Jos¨¦ Mar¨ªa Merino tienen piezas maestra en esta encantada materia). Un instante antes de entrar a un cine o de abrir un libro, mi vida es esa rutina casi vulgar, ese trajinar dom¨¦stico e ineludible. Una vez en la sala oscura del cine o en las p¨¢ginas del libro, todo lo anterior es desplazado. Estoy en otro compartimento de lo real. Estoy, estamos, en el orbe de la invenci¨®n. En uno de los libros un narrador me cuenta que hay en su casa, como en todas las casas de su pueblo, una habitaci¨®n para el Presidente. Todos los habitantes de la casa se afanan para que la habitaci¨®n siempre est¨¦ a punto para el Presidente, por si un d¨ªa necesitara pernoctar en ella. Un d¨ªa el narrador ve al Presidente subir las escaleras de su vivienda e instalarse en la habitaci¨®n que siempre se le tiene preparada. Permanece unas horas y luego se marcha, tan silenciosamente como entr¨®. Y tan al margen de todo aquello que respira en la casa. En el otro libro, un oficinista reparte sus obligaciones laborales en dos tiempos, el tiempo de las tareas oficinescas y el que emplea para recogerse durante quince minutos en una habitaci¨®n de la misma planta donde trabaja. Un d¨ªa un compa?ero le pregunta que qu¨¦ hace cuando se queda como ido pegado a la pared durante unos minutos. El oficinista, perplejo, le contesta que eso no puede ser, porque ¨¦l donde realmente se encuentra en ese momento es en la habitaci¨®n y no apoyado en ninguna pared.
Todos en la vida, como el Presidente y el oficinista, necesitamos una habitaci¨®n para ser nosotros mismos unos instantes. Y no soportar¨ªamos que viniera nadie a desilusionarnos. Y a alertarnos que no estamos donde necesitamos estar. Llegar¨¢ el d¨ªa en que cuando la realidad nos termine por ahogar, entonces pediremos que las pel¨ªculas o los libros tras los cuales nos protegemos, anuncien desesperadamente ¡°Basados en hechos irreales¡±.
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