M¨¢s inteligencia
Para que el pensamiento no sea inoperante hay que combatir las inercias heredadas
Ha escrito con brillantez Ram¨®n Vargas Machuca que lo que m¨¢s necesita la pol¨ªtica actual en Europa es inteligencia, es decir, adquirir la capacidad para leer correctamente el mundo actual globalizado y complejo y traducir despu¨¦s esa lectura en acciones correctoras. Porque resulta que la pol¨ªtica ha perdido la habilidad para entender el mundo en el que vive, y por eso le tientan dos extremos sumamente antipol¨ªticos: el de rendirse al gobierno mundial de los expertos (como dir¨ªa Colomer), o el de dejarse llevar por el plano inclinado y seductor del populismo. Bueno, o no hacer nada.
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Estoy muy lejos de atreverme a afrontar el reto exigente de esa nueva inteligencia pol¨ªtica, pero propongo, como humilde aportaci¨®n a sus meras condiciones de posibilidad, una reflexi¨®n sobre los sesgos cognitivos que tenemos introyectados como sociedad y que debemos intentar superar si queremos reflexionar con inteligencia. Porque son una especie de a priori que enmarcan y dirigen nuestro pensamiento y, de alguna forma, lo predeterminan a la inoperancia.
En primer lugar, la europea es una sociedad avejentada en un grado que no se ha conocido probablemente en momento alguno de la historia pasada. Y ello conlleva todos los sesgos actitudinales propios de la vejez del individuo: afanosa b¨²squeda de seguridad, miedo ante el futuro, a?oranza de lo pasado, idealizaci¨®n de una ¨¦poca en la que las cosas eran como se supone deb¨ªan ser. Por eso, las reacciones de la pol¨ªtica europea ante las consecuencias de la globalizaci¨®n son sustancialmente distintas de la pol¨ªtica oriental; mientras una las ve como amenaza, la otra las disfruta como oportunidad. Pero mientras no descontemos el miedo instintivo a ese mundo que viene, un mundo del que nosotros los europeos hemos sido curiosamente los inspiradores y los arquitectos, no seremos capaces de empezar siquiera a dise?ar su gobierno inteligente.
Segundo: nuestra particular raz¨®n occidental, ya desde la Ilustraci¨®n, se caracteriza por operar casi siempre en un solo modo: el de la cr¨ªtica. Estamos especializados en demoler instituciones, en destruir convenciones y prejuicios, en sospechar por sistema de toda autoridad intelectual, moral o pol¨ªtica. Nuestra pol¨ªtica ha llegado as¨ª a ser hipercr¨ªtica con la realidad heredada, con los mundos que encuentra dados, y considera poco menos que imposible apuntalar instituciones pret¨¦ritas. Y, sin embargo, necesitamos de m¨¢s pensamiento institucional y de menos enfoques cr¨ªticos. ?Por qu¨¦ raz¨®n, dir¨ªa Odo Marquard, se considera en nuestro ambiente intelectual de sumo mal gusto decir que la sociedad europea actual es probablemente la m¨¢s decente que ha conocido la humanidad? Solo porque sea imperfecta, la definimos como un infierno. Y no es as¨ª como la mejoraremos, sino como mucho as¨ª la hundiremos.
Hora es de admitir que la idea de que la ciudadan¨ªa es mejor que sus instituciones es una presunci¨®n sin fundamento alguno
?C¨®mo revalorizar las instituciones? Dif¨ªcil si lo pretendemos hacer directamente, m¨¢s f¨¢cil si lo que hacemos es criticar (para algo debe servir nuestro peculiar modo de razonar) a una instituci¨®n que nunca se cuestiona porque siempre se la pone como el polo positivo, el contramodelo, de la pol¨ªtica institucional. Me refiero al ciudadano o, si se prefiere, a la sociedad civil. Hora es de admitir que la idea de que la ciudadan¨ªa es mejor que sus instituciones es una presunci¨®n sin fundamento alguno. Es m¨¢s, es demagogia en estado puro (el demagogo adula siempre pueblo) y sus efectos sobre la pol¨ªtica son funestos. Los principales demagogos son hoy los medios de comunicaci¨®n, pues ellos son los paladines constantes del c¨¢ntico al ¡°buen vasallo si oviese buen se?or¡±. Una mentira inocua en tiempos del Cid Campeador, pero una distorsi¨®n penosa que frustra desde su inicio la reflexi¨®n intelectual necesaria hoy.
Tercer sesgo cognitivo que nos causa grave perjuicio: la fuerte tendencia a definir los conflictos pol¨ªticos como ¡°no-divisibles¡± en terminolog¨ªa de Albert Hirschman, es decir, enmarcar los problemas actuales no como conflictos de ¡°m¨¢s/menos¡± sino como oposiciones de ¡°ser/no ser¡±. Lo que conlleva la adopci¨®n generalizada de un moralismo perturbador en pol¨ªtica y una gran dificultad para su acuerdo negociado.
En definitiva, que funcionamos demasiado en el modo de pensamiento cham¨¢nico, exaltado y binario, y poco en el de explorador prudente y confiado. Lo contrario de lo que el uso pr¨¢ctico de la inteligencia pide hoy a Europa.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.
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