La era de las minor¨ªas
Si los partidos pol¨ªticos exploran la ruta de la flexibilidad mediante acuerdos puntuales y una acci¨®n parlamentaria constructiva puede alcanzarse un equilibrio que permita la gobernabilidad en las actuales condiciones
Tras votar dos veces seguidas en seis meses, parece bastante claro que la nueva fragmentaci¨®n parlamentaria ha llegado para quedarse. Con ella se acabaron las mayor¨ªas f¨¢ciles. Pero aunque las negociaciones comienzan a abrirse para la investidura, la opci¨®n de forjar coaliciones o pactos de legislatura de largo alcance no parece la preferida por los partidos. La distancia ideol¨®gica se suma a la esperada p¨¦rdida de votos para quien ose convertirse en socio, cruzando la trinchera. Parece, pues, que nos adentremos en una suerte de era de las minor¨ªas, que no se evaporar¨ªa con una eventual repetici¨®n de las elecciones.
Con su advenimiento, el nuevo Congreso se convierte en un aut¨¦ntico contrapeso del Ejecutivo. Esto es una novedad considerable para partidos que acostumbraban a reinar desde La Moncloa y, como mucho, llegar a acuerdos puntuales para sumar cinco o diez esca?os. A corto plazo, todos est¨¢n preocupados con el coste de estabilidad e incertidumbre que puede traer una minor¨ªa tan exigua, particularmente en la aprobaci¨®n de Presupuestos anuales, y en cualquier aspecto que restrinja de manera inmediata la acci¨®n del Gobierno. Un escenario de bloqueo continuado no es, por desgracia, descartable.
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La raz¨®n para el pesimismo es el dilema que enfrenta cada partido desde el minuto cero de la legislatura. Quien ocupe el poder contar¨¢ con una amplia gama de opciones para llegar a pactos que permitan aprobar medidas, pero esto le har¨¢ considerablemente vulnerable a una retirada de apoyos de sus socios eventuales, dej¨¢ndole en bandeja la posibilidad de mantener una posici¨®n fiel a sus principios, acusando a los dem¨¢s de intransigencia. Por su parte, las formaciones en la oposici¨®n deber¨¢n escoger entre influir en las decisiones y el coste electoral que acarrea cualquier pacto con el enemigo, sea ¨¦ste quien ocupe el Ejecutivo u otra formaci¨®n en cualquier extremo del abanico parlamentario. Un Gobierno minoritario es un equilibrio en mitad de una batalla soterrada, sin duda, pero la pregunta es qu¨¦ garantiza que el equilibrio caiga del lado de la colaboraci¨®n y no del bloqueo.
Afortunadamente, otros han jugado antes a este mismo juego en Europa. En los pa¨ªses escandinavos, que tan a menudo se escogen como modelo a seguir, los Gobiernos en minor¨ªa han sido hist¨®ricamente frecuentes. En Dinamarca, por ejemplo, conservadores primero y socialdem¨®cratas despu¨¦s llevaron adelante una serie de reformas desde Ejecutivos minoritarios que cambiaron el pa¨ªs en los ochenta y noventa. Como aqu¨ª, cada ley ten¨ªa que pasar por el filtro de un Congreso fragmentado. Los Gobiernos eran inestables, pero tambi¨¦n razonablemente efectivos en sus acciones, particularmente en la ¨¦poca socialdem¨®crata (1993-2001). De su experiencia pueden extraerse algunas lecciones.
Deber¨ªamos tener presente que el bloqueo no es algo que Espa?a se pueda permitir
Para empezar, cuanto mayor acceso a uno y otro lado del espectro tenga un partido, m¨¢s podr¨¢ construir. Si la formaci¨®n en el Gobierno solo tiene un socio o grupo de socios viable, el poder de estos es total. Si uno de ellos, como es el caso del PSOE, se encuentra en una posici¨®n pivotal, podr¨¢ hacer uso de ella para repartir votos y vetos en funci¨®n de una agenda determinada, forzando incluso iniciativas legislativas que, siendo propositivas, pongan en apuros a un hipot¨¦tico Gobierno conservador.
Pero un rol centrado no es condici¨®n suficiente. A¨²n m¨¢s importante resulta la flexibilidad a la hora de llegar a acuerdos. Los Presupuestos daneses bajo ense?a minoritaria, por ejemplo, se dise?aban a la manera de un mosaico colaborativo. El partido en el poder entraba en contacto con las formaciones de la oposici¨®n para recibir su apoyo a cambio de tal o cual partida. En Espa?a, hasta ahora, el proceso de elaboraci¨®n de los Presupuestos Generales ha descansado sobre el poder ejecutivo de manera sustancial. Y aunque el mandato legal establece que la iniciativa pertenece al Gobierno, la aprobaci¨®n final depende de la mayor¨ªa parlamentaria, con lo que las negociaciones entre partidos pueden alcanzar un rango pol¨ªtico tan amplio como los participantes est¨¦n dispuestos a explorar.
Algunas caracter¨ªsticas de la situaci¨®n espa?ola no dejan mucho lugar para el optimismo
Lo dicho para los Presupuestos sirve para cualquier combinaci¨®n legislativa. Una virtud de este intercambio cooperativo de votos es que permite resolver situaciones que, de otra manera, llevan a ciclos que se estancan en el no por el no. Precisamente, esta es la situaci¨®n en que parecen encontrarse los partidos hoy d¨ªa m¨¢s all¨¢ de la investidura, que deber¨ªa superarse con el fin de que el sistema eche a andar en alg¨²n momento.
En cualquier caso, es necesario ser realistas, incluso prudentes. La consolidaci¨®n de un parlamentarismo constructivo no es tarea f¨¢cil. Algunas caracter¨ªsticas de la situaci¨®n espa?ola no dejan mucho lugar para el optimismo, distanci¨¢ndola del ejemplo dan¨¦s. Aqu¨ª, el partido con m¨¢s opciones de formar Gobierno est¨¢ en el extremo de todos los ejes que importan: izquierda-derecha, descentralizaci¨®n-centralizaci¨®n, regeneraci¨®n-continuismo, pero eso no le quita el puesto de vencedor electoral. La formaci¨®n pivotal, el PSOE, se encuentra inmersa en una par¨¢lisis favorecida por un conflicto interno latente que no le permite definir una agenda propia. Y al otro lado, un partido de nuevo cu?o lleva medio a?o dividido entre el dilema arriba descrito: influir desde ya o alimentar la promesa difusa de sobrepasar a su rival, al mismo tiempo su socio natural.
Y, sin embargo, la par¨¢lisis no puede ser eterna. En Dinamarca, que tambi¨¦n part¨ªa de una situaci¨®n de fragmentaci¨®n sobrevenida y polarizaci¨®n aumentada tras unas elecciones que sacudieron el panorama pol¨ªtico en 1973, los vetos cruzados solo se superaron tras a?os de trabajo, cuando el partido en el poder asumi¨® la necesidad (y tuvo la posibilidad) de maniobrar en un espectro m¨¢s amplio sin miedo al castigo en las urnas y cuando las plataformas en los extremos fueron incorporadas a la din¨¢mica parlamentaria. Los dobles comicios en Espa?a, y en particular la ausencia de prima a quien no se sent¨® a buscar pactos, deber¨ªan convencer a las formaciones patrias de que las preferencias de los votantes est¨¢n consolidadas, asegur¨¢ndoles que lanzarse a negociar con agenda abierta no es saltar sin red.
En definitiva, la posibilidad de hacer fruct¨ªfera la minor¨ªa existe. Puede alcanzarse si los partidos est¨¢n dispuestos a explorar la ruta de la flexibilidad, los acuerdos puntuales y la acci¨®n parlamentaria constructiva. Para ello, deben saber que el votante premiar¨¢ a quien se esfuerce en legislar o, m¨¢s bien, no castigar¨¢ la promiscuidad ideol¨®gica de manera fehaciente. Por desgracia, los votantes no est¨¢n siendo todav¨ªa demasiado flexibles. Pero otras experiencias subrayan que el camino es transitable. En cualquier caso, pol¨ªticos y ciudadanos deber¨ªamos tener presente que el bloqueo permanente no es algo que Espa?a se pueda, o se deba, permitir. Al contrario, la era de las minor¨ªas podr¨ªa ser una oportunidad para el cambio.
Jorge Galindo es investigador del Departamento de Sociolog¨ªa de la Universidad de Ginebra y editor de Politikon.
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