Carreteras en ruinas
El mal estado de la red p¨²blica es causa de accidentes y tiene que corregirse
El deterioro de las carreteras espa?olas, sean autov¨ªas o est¨¦n encuadradas en la red secundaria, era un hecho evidente para todos los automovilistas. El sentido com¨²n dice adem¨¢s que el empeoramiento de la red vial se agrav¨® hasta los l¨ªmites actuales, casi insostenibles, a partir de la declaraci¨®n pol¨ªtica de crisis que caus¨® el ajuste presupuestario, el recorte de las inversiones y el abandono de las infraestructuras p¨²blicas. Los informes de instituciones como la Asociaci¨®n Espa?ola de Carreteras confirman que las carreteras espa?olas tienen un d¨¦ficit de inversi¨®n y mantenimiento calculado en m¨¢s de 6.000 millones, lo cual explica su p¨¦simo estado. La importancia de este d¨¦ficit coincide con otro fen¨®meno inquietante: durante el mes de julio, 124 personas perdieron la vida en accidentes de carretera, 11 m¨¢s que en julio de 2015. Como apunte complementario, recordar que la Direcci¨®n General de Tr¨¢fico no tiene hoy responsable (dimiti¨® la directora), ni siquiera en funciones.
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Hay voces, algunas de ellas autorizadas, que sostienen que no existe relaci¨®n entre el mal estado del asfalto y el aumento de la siniestralidad. Sin embargo, es dif¨ªcil negar algunas evidencias. Por ejemplo, que el mayor n¨²mero de accidentes se produce en la red secundaria, donde los tramos est¨¢n en peor estado. Conviene precisar que el mal estado de una carretera p¨²blica no se refiere solamente a la situaci¨®n del firme, que es malo, sino a cuestiones b¨¢sicas en una infraestructura moderna de transporte como el trazado, la acumulaci¨®n de curvas, la mala se?alizaci¨®n, la convivencia imposible con pasos a nivel ferroviarios, la dificultad de los peraltes o la abundancia de cambios de rasante. La red secundaria espa?ola, a la luz de su mediocre estado en todas y cada una de estas circunstancias, bien puede calificarse como p¨¦sima.
Negar que el estado de la red tiene relaci¨®n con los accidentes es simplemente inaceptable. Equivale a sacralizar la letan¨ªa monocausal de que los accidentes y las muertes se deben al exceso de velocidad. Afirmaci¨®n que es cierta, pero limitada. Porque el exceso de velocidad en una autopista, en una autov¨ªa bien cuidada o en una carretera nacional correctamente trazada (en los tramos donde sea posible) no tiene las mismas consecuencias que en una carretera de la red secundaria aqu¨ª y ahora. Los accidentes y las muertes responden a una funci¨®n directa de la velocidad inadecuada; pero tambi¨¦n, como factores que influyen en esa inadecuaci¨®n, responden a la calidad de las v¨ªas, a la calidad de los autom¨®viles y a la calidad de la conducci¨®n.
Culpar a los conductores equivale a desresponsabilizar a la administraci¨®n, a los fabricantes y a los instructores. Porque, aunque fuera cierto (no lo es) que el estado de las carreteras no tiene influencia decisiva sobre la siniestralidad, resulta que la obligaci¨®n del Estado, las diputaciones y las comunidades aut¨®nomas es mantener en estado correcto sus v¨ªas de transporte. Si no lo hacen, deben dar explicaciones por ello y obrar en consecuencia. Lo mismo cabe decir del sistema de instrucci¨®n o revisi¨®n posterior de conductores; merece al menos una inspecci¨®n objetiva y peri¨®dica de las condiciones de habilidad o de situaci¨®n m¨¦dica con que se renuevan los carn¨¦s.
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