El Salvador, la muerte en cada esquina
Un joven yace muerto dentro de un pozo. Acercarse a menos de cinco metros obliga a taparse la nariz. Lleva sin vida un tiempo indeterminado y la peste se propaga con las peque?as r¨¢fagas del aire que agita el oc¨¦ano. En El Salvador, la violencia causa 20 muertes al d¨ªa de media. Sin una soluci¨®n a corto plazo, los 6,1 millones de habitantes de esta naci¨®n centroamericana viven bajo el yugo de las pandillas. Se las conoce como maras, ap¨®cope de marabunta, y las dos principales son Salvatrucha (MS) y Barrio 18 (dividida, a su vez, en otras dos: Revolucionarios y Sure?os). Si perteneces a alguna, tu destino ser¨¢ aniquilar a la contraria y sobrevivir a sus ataques. Si no formas parte de ninguna, estar¨¢s aterrorizado por ambas. Como el chico de 16 a?os que cruz¨® por un lugar equivocado y acab¨® torturado y tiroteado dentro de un pozo. Su padre, el campesino Edwin Isaac, mira al vac¨ªo bajo la sombra de un ¨¢rbol, l¨¢grimas secas en las mejillas. ¡°Es ¨¦l, seguro. Huele a humano. Si fuera un animal ser¨ªa m¨¢s amargo, pero este es m¨¢s dulz¨®n¡±, masculla, acostumbrado a reconocer el olor de la muerte. El olor que expele su pa¨ªs.
Los que atemorizan al pa¨ªs son j¨®venes que raramente pasan de la veintena. ¡°No hay nada que hacer¡±, lamenta una vendedora ambulante.
El Salvador es una tierra de fronteras invisibles. De distritos dominados por pandillas que imprimen su poder en las paredes con sus dos n¨²meros o sus dos letras: 18 o MS. Sus habitantes sortean a diario un destino azaroso que en 2015 mat¨® a 6.659 personas y que en los primeros tres meses de 2016 registr¨® 2.003, seg¨²n el balance del Instituto Nacional de Medicina Legal. Un muerto por hora. La cifra m¨¢s alta de su historia. El tejido social de esta regi¨®n de volcanes est¨¢ en erupci¨®n. Ha saltado por los aires. Y las cenizas no son de lava, sino de los crematorios y de los restos de cad¨¢veres que jalonan este territorio, de una extensi¨®n equivalente a la de la provincia de Badajoz. La muerte se ha convertido en el desayuno habitual. Desborda a fiscales, sepultureros, m¨¦dicos o polic¨ªas y ha puesto en jaque a las autoridades.
La tregua entre pandillas auspiciada en 2012 por el Gobierno del izquiedista Frente Farabundo Mart¨ª para la Liberaci¨®n Nacional (FMNL) ha dado lugar a una realidad a¨²n m¨¢s tr¨¢gica. En 2013, la cifra de homicidios fue de 2.513. En 2014, el fin del ¡°acuerdo¡± elev¨® los datos a 3.912. Este a?o podr¨ªa duplicarse. La inoperancia institucional y la mutaci¨®n de los grupos armados han derivado en un pandillerismo 2.0. Juan Jos¨¦ Mart¨ªnez D¡¯Aubuisson, antrop¨®logo y autor del ensayo Ver, o¨ªr y callar. Un a?o con la mara Salvatrucha, explica c¨®mo han evolucionado. ¡°La tregua reconfigur¨® las c¨¦lulas de las pandillas. Nunca antes hab¨ªan tenido mandos y se form¨® una c¨²pula que daba ¨®rdenes y gestionaba la econom¨ªa¡±, asegura este salvadore?o de 30 a?os dedicado a la investigaci¨®n del crimen en la regi¨®n. ¡°Por primera vez, las bandas empiezan a tener de manera consciente una postura pol¨ªtica porque fueron parte del tablero de ajedrez donde se jugaba el futuro del pa¨ªs¡±, a?ade. Al acabar este proceso se sintieron ¡°ofendidos¡± y, tambi¨¦n como algo novedoso, el Estado se volvi¨® su enemigo. ¡°Las pandillas, ni aqu¨ª ni en otro lugar, han tenido un conflicto con nadie. Eran como dos boxeadores: se pelean porque est¨¢n enfrente. No hay otra raz¨®n. Por eso les da lo mismo estar en cualquier lugar del mundo¡±, aduce.
En El Salvador, donde los cuerpos en pozos, los padres mirando al infinito y el terror de la poblaci¨®n es ubicuo, los ingredientes se dispusieron sobre la mesa hace tres d¨¦cadas. La guerra civil que libr¨® el pa¨ªs entre 1979 y 1992 caus¨® 75.000 muertos y expuls¨® a toda una generaci¨®n. La migraci¨®n cop¨® las ciudades de Estados Unidos, donde reside el 94% de salvadore?os en el extranjero. A finales del siglo pasado, los guetos formados en Los ?ngeles derivaron en una deportaci¨®n masiva. Y las bandas que hab¨ªan cristalizado en las calles del destierro se instalaron por obligaci¨®n ¨Ccon otra lengua y sin una red familiar¨C en el pa¨ªs de sus ancestros. ¡°Hemos tenido los bloques de la guerra fr¨ªa, con los gringos experimentando en pa¨ªses de la regi¨®n y grupos armados afines al socialismo; hemos sufrido una conflicto nacional de 15 a?os y unas medidas ultraliberales que han ampliado la brecha social. Todo esto nos dej¨® hu¨¦rfanos, desgraciados y llenos de armas¡±, dice Mart¨ªnez D¡¯Aubuisson. ¡°Las pistolas vienen de Estados Unidos y la violencia es cultural e hist¨®rica. Si se ha trabajado con el narco ha sido en menudeo de supervivencia. No somos un pa¨ªs que produzca, almacene y reparta droga como Guatemala, Honduras o M¨¦xico. Puede que haya algo de tr¨¢nsito, pero es min¨²sculo¡±.
¡°Es peor ahora que en la guerra¡±, afirma el excombatiente y pol¨ªtico Joaqu¨ªn Villalobos. Este antiguo dirigente del Frente Farabundo Mart¨ª para la Liberaci¨®n Nacional, la guerrilla que luch¨® contra el Ej¨¦rcito en la contienda civil, cree que se ha pasado ¡°de una violencia improvisada a una organizada, con unas reglas con las que los ciudadanos han aprendido a convivir¡±, y de ah¨ª a una situaci¨®n an¨¢rquica cuyos perjudicados no son los bandos contrarios, sino ¡°la poblaci¨®n en general, tanto de ¨¢reas rurales como urbanas¡±. ¡°Este progreso tiene tres fases¡±, adelanta quien reside en Inglaterra desde hace dos d¨¦cadas, despu¨¦s de abandonar el FMLN. Cr¨ªtico con su grupo, analista de la situaci¨®n de su pa¨ªs y asesor en ?conflictos internacionales como el de Colombia, explica: ¡°La trayectoria empieza en los noventa, con una ausencia de control por la inestabilidad que dej¨® la guerra; sigue en la d¨¦cada pasada, con la conversi¨®n a algo de tintes delictivos y la propagaci¨®n de la extorsi¨®n y las armas de fuego; y concluye con el imparable fen¨®meno de ?degradaci¨®n y descomposici¨®n actual, a escala de cat¨¢strofe¡±. ¡°Mientras no toque a las ¨¦lites, parapetadas en sus torres de marfil, no habr¨¢ preocupaci¨®n oficial¡±, sentencia por videoconferencia. Su antiguo grupo, del que fue el principal estratega, lleg¨® al poder en 2009 con Mauricio Funes, tras cuatro legislaturas de gobierno conservador de la Alianza Republicana Nacionalista, y logr¨® una segunda victoria en 2014 a cargo de Salvador S¨¢nchez Cer¨¦n, el actual presidente.
Las pol¨ªticas de represi¨®n que ambos presidentes han impulsado han tenido un efecto limitado. El Gobierno ha recurrido a la mano dura de otras ¨¦pocas con medidas de excepci¨®n para dispersar a los reclusos y limitar las visitas, ha reforzado las patrullas militares, pero no ha logrado camuflar la alarmante cifra de 2.355 cr¨ªmenes en los cuatro primeros meses del a?o ni el aumento de desa?parecidos. La polic¨ªa exhibe reducciones en homicidios de hasta el 52% en abril respecto a enero ¨Cun descenso que los pandilleros atribuyen al alto el fuego indefinido que anunciaron en marzo¨C. Sin embargo, el transcurrir de los d¨ªas en este pa¨ªs no dista del que exist¨ªa en la guerra civil de los ochenta, a la que todos aluden con frecuencia. Antes del mediod¨ªa, los noticieros ya anuncian alg¨²n cad¨¢ver, alg¨²n hallazgo entre plantaciones, en cunetas, en fosas. No solo se trata de asesinatos entre pandilleros. Los ataques a las fuerzas de seguridad o las matanzas en autobuses y centros comerciales forman parte de este caos. As¨ª lo certifica la tasa de 104 homicidios por cada 100.000 habitantes (17 veces la media mundial), que lo ha convertido en uno de los pa¨ªses m¨¢s violentos del mundo y a su capital en el tercer puesto de las ciudades m¨¢s peligrosas, por detr¨¢s de Caracas (Venezuela) y San Pedro Sula (Honduras). Una cifra que exhibe con deshonra el fiscal Israel Antonio Ticas, al que espera la polic¨ªa en la escena del pozo.
¡°Mientras no toque a las ¨¦lites, parapetadas en sus torres de marfil, no habr¨¢ preocupaci¨®n oficial¡±, dice un analista, pol¨ªtico y excombatiente.
Este ¡°abogado de los muertos¡±, como lo han apodado los medios de comunicaci¨®n locales, se ha pasado 28 de sus 52 a?os ¡°estudiando el suelo¡±. Parte de lo que ha encontrado como arque¨®logo forense (cr¨¢neos, miembros amputados, exterminios) decora las paredes de su despacho. ¡°No buscamos cuerpos, sino evidencias¡±. Su misi¨®n es desentra?ar las causas del asesinato. ¡°Llevo m¨¢s de 1.000 encontrados. Ejerzo de letrado, ge¨®logo, antrop¨®logo, arque¨®logo y detective. No creo ni en Dios ni en el Gobierno, solo en la buena y la mala gente. Tengo tres amenazas directas y s¨¦ que voy a morir por arma de fuego. No tengo miedo. La muerte es como la vida: naces y te vas, no hay diferencia. Aqu¨ª es la lecci¨®n m¨¢s importante que aprendemos todos¡±, recita. ¡°En la guerra hab¨ªa dos bandos y hu¨ªas de la l¨ªnea del frente para estar seguro. Ahora no se sabe qui¨¦n es el enemigo. Solo por nacer en una colonia ya tienes unos contrincantes y una pandilla a la que someterte¡±.
Algo que no solo se palpa en los barrios o en la periferia. Cada metro cuadrado del pa¨ªs est¨¢ controlado por alguna de las maras, incluidos los cascos hist¨®ricos. Incluso las c¨¢rceles se dividen en tres grupos: las que albergan a miembros de la MS, las de Barrio 18 o las de presos comunes. La saturaci¨®n es tal que muchos no pasan de los calabozos, de donde deber¨ªan salir al conocer su acusaci¨®n. Estos se han convertido en ?celdas provisionales abarrotadas y perpetuas. Uno de los m¨¢s activos ¨Cel de la ciudad de Usulut¨¢n, al sur de San ?Salvador¨C muestra a sus ¨²ltimos moradores en p¨²blico cada ma?ana. En medio de un campo de f¨²tbol para trabajadores, los nuevos inquilinos, detenidos en las ¨²ltimas 24 horas, forman una fila para ser identificados por la prensa y conocer sus cargos. Responden lac¨®nicos a las preguntas de los reporteros. ¡°No vamos a dejar matarnos. ?Qu¨¦ m¨¢s da? La gente se muere en todas partes¡±, ?justifica uno de ellos, MS, capturado la noche anterior por los halcones, una unidad especial que vigila las maras las 24 horas. ¡°Somos una f¨¢brica de muertos. Los que se producen hoy har¨¢n olvidar a los de ayer¡±, reflexiona un polic¨ªa enmascarado mientras su escopeta choca con el suelo de la furgoneta a cada giro de volante. ¡°Creo que hay un problema de falta de autoridad¡±, ?apostilla Cecilio Antonio Mart¨ªnez, forense y parte de la cadena tr¨®fica?que generan los cerca de 60.000 pandilleros del pa¨ªs y los m¨¢s de 800.000 habitantes relacionados con ellos, seg¨²n el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Los que atemorizan al pa¨ªs son j¨®venes que raramente pasan la veintena. ¡°Por experiencia, porque no hay un censo de pandilleros, el fen¨®meno sigue siendo juvenil. Abarca de los 12 a los 25 a?os, aunque la mayor¨ªa no supera los 20¡±, explica el antrop¨®logo Mart¨ªnez ?D¡¯Aubuisson. No vivieron la guerra, sino la emigraci¨®n. Nietos de la guerra, hermanos de la desesperanza. Volvieron a un pa¨ªs desconocido. Con otras costumbres, e incluso sin progenitores que los acompa?aran ni allegados en su lugar de origen. Ese desamparo sirvi¨® de magma para las pandillas, tambi¨¦n importadas de Los ?ngeles. La falta de oportunidades en la naci¨®n, donde el 21% de los menores ni estudia ni trabaja, hizo el resto. ¡°Para que las cosas cambien tiene que haber una participaci¨®n de toda la sociedad. Las medidas han de ser m¨¢s transparentes e inclusivas¡±, opina Antonio Rodr¨ªguez L¨®pez, trabajador social que intercedi¨® en la tregua y lo pag¨® con 37 d¨ªas de c¨¢rcel acusado de tr¨¢fico de influencias, introducci¨®n de objetos il¨ªcitos y agrupaci¨®n indebida. ¡°Se pas¨® de mediaci¨®n a negociaci¨®n sin aprobar pr¨¢cticas de reinserci¨®n social, y los gatos callejeros siguen sin tener nada que perder¡±.
La violencia se ha democratizado y es dif¨ªcil entablar una conversaci¨®n sin que aflore la terrible coyuntura del pa¨ªs. La extorsi¨®n generalizada, conocida como el renteo que cada negocio, trabajador o vecino paga a las maras, el toque de queda impl¨ªcito a partir de las seis de la tarde y unas muertes que han tocado techo pueden convertir El Salvador en un Estado fallido. La inversi¨®n extranjera es casi nula. En el primer trimestre de 2015 repiti¨® como el pa¨ªs centroamericano menos atractivo para los negocios. Pocos ven salida, aunque se hable de prevenci¨®n. ¡°No hay nada que hacer¡±, resume una joven vendedora de pupusas, unas tortillas gruesas de ma¨ªz, en el mercado central de la capital. ¡°No nos vamos porque no tenemos a d¨®nde ir ni con qui¨¦n dejar a nuestras familias¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.