La mujer del zurcido invisible
CUANDO ALGO importante se rompe en el mundo, pienso en ella. Despu¨¦s de verla zurcir, recomponer heridas textiles de imposible reparaci¨®n, utilizando hebras ocultas del propio tejido, llegas a pensar que, si dejaran en las manos de Picco el mapamundi, ella podr¨ªa curar los descosidos que causa la groser¨ªa humana.
Su lugar de trabajo parec¨ªa imaginado a la vez por Charles Dickens y el pintor Vermeer: una ventana, en un segundo piso, en un establecimiento de British Invisible Mending, en la londinense Thayer Street. A?os y a?os en aquella ventana como metida en una redoma o matraz. Sus dedos, largu¨ªsimos, de mimbre, hipnotizadores, ten¨ªan, tienen, una relaci¨®n de especial complicidad con la luz. Tal vez nadie como ella, junto con los vagabundos homeless, percib¨ªa en Londres los cambios de estaciones.
Sus dedos, largu¨ªsimos, de mimbre, hipnotizadores, ten¨ªan, tienen, una relaci¨®n de especial complicidad con la luz.
Ya no est¨¢ en la ventana. Se ha jubilado. Era la mejor de Europa. Para algunos trabajos, la ¨²nica. Como en zurcir de verdad un abrigo de pelo. No fijarlo, sino coser cada pelo, para que resista el cepillo. En una ocasi¨®n hizo ese trabajo para la reina brit¨¢nica, poblar vac¨ªos en un abrigo de pelo azul: ¡°Tienes que usar la aguja como un pincel¡±. Para estos encargos abundan los arist¨®cratas, con sus reliquias familiares, y artistas famosos, con sus ropas fetiche. Y tambi¨¦n personajes de cuento, como el obrero dispuesto a gastar lo que tiene para no caer por el agujero del abrigo que lo salv¨® de las heladas del pasado. Lo que no volver¨ªa a hacer Picco nunca ser¨ªa arreglar un shawl, ese chal car¨ªsimo de pluma de avestruz. Las hebras son ingr¨¢vidas. Como zurcir un espejismo.
Picco, Piccolina, es un apodo de amigos. Carmen, la Piccolina, naci¨® en Galicia, en un barrio de pescadores, en aquel tiempo en que los pobres ten¨ªan dos propiedades: la noche y el d¨ªa. En la infancia, a Picco se le present¨® un problema en la columna. Mal diagnosticado, como ocurri¨® con otros muchos ni?os. No era deformidad, sino tuberculosis vertebral. Estuvo nueve a?os recluida en dos sanatorios. O¨ªan el mar, pero no lo ve¨ªan. Ni?as y ni?os escayolados y luego amarrados a las camas ¡°para que se enderezase la columna¡±. Un d¨ªa, Picco se fug¨® con otras compa?eras. Para ver el mar.
Ese acto de rebeld¨ªa le permiti¨® volver a casa. La familia se hab¨ªa multiplicado. Aprendi¨® costura para no ser una carga. En la calle no faltaban los ruines que se burlaban de la muchacha corcovada. El horror de descubrir que aquellas palabras en forma de pedradas la ten¨ªan por destinataria: ¡°?Chepuda, endemoniada!¡±.
No es extra?o que su cuerpo quisiera exiliarse. En aquel tiempo, en la Espa?a de 1964, su cuerpo era un manifiesto.
No es extra?o que su cuerpo quisiera exiliarse. En aquel tiempo, en la Espa?a de 1964, su cuerpo era un manifiesto.
Desde el despertar hasta el acostarse, ese era su ¨²nico espacio de esperanza. Irse cuanto antes. Emigrar. Cada puntada era una forma de tejer ese espacio. Por fin pudo subir a un tren, con un contrato de servicio dom¨¦stico en Reino Unido. En Par¨ªs-Austerlitz, perdida, un joven gendarme la guio hasta la Gare du Nord. Los hilos invisibles protegen a Picco. En Calais, descubri¨® sorprendida que Inglaterra estaba en una isla. Su destino era Epson. La casa era una jaula. Picco escap¨® otra vez. Cambi¨® y cambi¨® de convoyes, y pensaba que iba a enloquecer. Hasta que se puso a gritar en un vag¨®n: ¡°?Epson, Epson, Epson!¡±. Y apareci¨® otro hilo invisible. Un joven que la llev¨®, en un largo viaje, hasta el lugar de partida. Caminaron en la noche. Sin palabras. Sin tocarla. La dej¨® al lado de casa.
Otro domingo consigui¨® salir de la jaula para ir a la iglesia. No rezaba. Lloraba. Y apareci¨® otro hilo invisible. Una joven m¨¦dica vasca. La ayud¨® a memorizar dos frases: ¡°Me notice to you¡± (te comunico) y ¡°Me monday not hear¡± (el lunes me marcho). Estaba aterrorizada, pero funcion¨®. Sali¨® de la jaula con su pasaporte. Y luego¡ Luego aparecieron otros hilos invisibles: dos zurcidoras que le ense?aron el oficio a escondidas.
Me alegra que se haya jubilado. Medio siglo zurciendo lo invisible es mucho zurcir. De haber dejado en sus manos la campa?a, estoy seguro que Picco hubiera evitado el Brexit. Yo la vi convencer a gente muy obtusa de que los inmigrantes eran una bendici¨®n. Y parar el tr¨¢fico en Grafton Street para ayudar a un indigente. Deber¨ªan contratarla en la ONU o el Banco Mundial para curar los descosidos.
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