En sus brazos
La boutade se atribuye a Yves Saint Laurent: ¡°La prenda m¨¢s bella que puede vestir una mujer son los brazos del hombre que ama. Para las que no han encontrado esa felicidad estoy yo¡±. No ser¨¦ yo quien subestime la dicha que otorga un buen armario, ni mucho menos quien crea que el hombre es un accesorio imprescindible para una mujer, pero centr¨¦monos en los brazos de los tipos que amamos.
Este verano se ha difundido una fotograf¨ªa de Gary Cooper que resume de forma magn¨ªfica la elegancia de esa prenda perfecta. La imagen lleva la firma de Canito, el fot¨®grafo espa?ol fallecido el pasado julio a los 103 a?os y conocido por documentar con su c¨¢mara la mortal cogida de Manolete.
En la foto vemos a un Cooper de mediana edad, con gafas de sol y acodado con camisa de manga corta en un burladero. Su brazo, largo y algo ajado, curtido por el sol, lleva un reloj de pulsera. Sobresale el codo puntiagudo y, levemente, el m¨²sculo del antebrazo. No es nada nuevo decir que no ha existido un hombre m¨¢s elegante y guapo que el bello de Montana y que pocos han representado como ¨¦l la ¨¦pica del h¨¦roe americano.
T¨ªmido y callado, seg¨²n la cr¨®nica rosa del viejo Hollywood tampoco hubo un amante mejor dotado [como Gary Cooper]. Clara Bow, una de tantas que vivi¨® su pasi¨®n volc¨¢nica, lo difundi¨® sin sutilezas
S¨®lo por semejantes huesos resulta cre¨ªble que en Morocco (1930) Marlene Dietrich se lanzase al desierto cubierta de sedas y plumas. T¨ªmido y callado, seg¨²n la cr¨®nica rosa del viejo Hollywood tampoco hubo un amante mejor dotado. Clara Bow, una de tantas que vivi¨® su pasi¨®n volc¨¢nica, lo difundi¨® sin sutilezas. Pero el Cooper de la foto ya no es un hombre joven y su brazo, su imponente brazo, tampoco.
En El forastero (1940), de William Wyler, Doris Davenport le dec¨ªa al actor: ¡°Qu¨¦ hombre m¨¢s guapo es usted, se?or Harden¡±. Y Cooper (entonces, de 39 a?os) respond¨ªa: ¡°Lo dudo, s¨®lo soy un hombre cansado¡±. Me temo que hoy los hombres la toman con sus extremidades como las mujeres con sus arrugas. Obsesionados con su cuerpo, se olvidan de que no hay nada m¨¢s elegante que un brazo cansado. Hasta la Polic¨ªa Nacional, en una circular m¨¢s digna de una revista sat¨ªrica que de las fuerzas de seguridad, se ha visto obligada a prohibir a sus agentes marcar m¨²sculo con el polo del uniforme de verano.
Me temo que hoy los hombres la toman con sus extremidades como las mujeres con sus arrugas. Obsesionados con su cuerpo, se olvidan de que no hay nada m¨¢s elegante que un brazo cansado
Que Cooper me perdone, pero si me pidieran hacer un ranking de los mejores brazos de la historia creo que el primer puesto lo ocupar¨ªan los de Michael Jordan. Ya saben, Jordan era fuerte pero a la vez misteriosamente fr¨¢gil. Pasa el tiempo y es imposible no llorar por en¨¦sima vez con los ¨²ltimos minutos de su carrera, en la serie final de los Chicago Bulls contra Utah Jazz, en 1998, o con el c¨¦lebre partido que jug¨® con 39 de fiebre, en los playoff del curso anterior, tambi¨¦n contra el equipo de Salt Lake City.
Pas¨® a la historia como The flu game, el partido de la gripe, y seg¨²n las versiones no oficiales, la fiebre, las n¨¢useas y los mareos que acosaron al jugador durante todo el encuentro jam¨¢s fueron causados por un virus (?hubieran permitido que lo extendiera al resto de jugadores?), sino por una intoxicaci¨®n por alimentos o, lo que parece m¨¢s probable dada su fama de juerguista, por una monumental resaca.
Seg¨²n la biograf¨ªa firmada en 2015 por Roland Lazenby, Jordan pas¨® la madrugada en un timba organizada en el chal¨¦ de Robert Redford en las monta?as de Utah jugando al p¨®quer y bebiendo. ?Recuerdan? El h¨¦roe, deshidratado y exhausto, despu¨¦s de anotar 38 puntos definitivos, acab¨® el encuentro desmayado en los brazos de su compa?ero Scottie Pippen. Imagen ic¨®nica de la NBA, de la historia del deporte y, de lo que nos ocupa, la prenda m¨¢s bella que puede vestir una mujer.
Jordan volaba, pero no era s¨®lo eso. Los brazos ca¨ªdos, como en la Piedad de Miguel ?ngel. Puro dramatismo. Pura elegancia. Pura alta costura, querido Yves.
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