El carro de heno
Ante la inminente clausura de la exposici¨®n sobre El Bosco en el museo del Prado, el autor se coloca en la piel del pintor y reflexiona sobre el significado de lo misterioso, lo deforme y lo maldito en su obra
Se dice que no he amado a los hombres, que mi obra nace del disgusto que me provocan sus apetitos, sus ansias de poder, su insaciable ego¨ªsmo. Se dice que en mis cuadros s¨®lo hay fealdad y locura, que fui un pintor exc¨¦ntrico y visionario, obsesionado con ese infierno que a casi todos aguarda a causa de los pecados. Mas se olvida que en aquel tiempo solo se pensaba en la muerte. Era normal casarse a los catorce a?os, tener hijos inmediatamente y morir antes de cumplir los treinta. Una vida corta y no muy feliz as¨ª era la vida de casi todos. Y con la muerte llegaba el juicio, y te esperaban el infierno o el purgatorio o, con un poco de suerte, el cielo. Se viv¨ªa en mundo lleno de demonios y ¨¢ngeles, y mis cuadros deb¨ªan servir para hacer ver a hombres y mujeres los peligros que corr¨ªan si abandonaban la senda de la doctrina cristiana.
Otros art¨ªculos del autor
Se dice que pocos han pintado infiernos m¨¢s temibles que los m¨ªos. Dragones, culebras, peces y escuerzos, se mezclan en ellos con guerreros y soldados torturadores, con flechas, ollas y trompetas, con fogatas y ruinas. Animales y hombres se confunden entre sus llamas dando lugar a criaturas repugnantes que simbolizan las abyecciones humanas y los desv¨ªos de la sexualidad. En mi Tr¨ªptico del Juicio Final, algunos cuerpos son mordidos por serpientes, otros se abrasan en hornos. Un demonio femenino con patas de ave cocina a un desdichado a fuego lento junto a dos huevos blancos. Pero esa criatura con un embudo en la cabeza, el enano con sombrero rojo y cola de lagarto, la cabeza con piernas que lleva un naipe en la boca, los hombres ruedas, la monja que cocina cuerpos humanos, ?acaso no son como las criaturas que en las ferias nos consuelan con sus risas de las miserias de la vida? A¨²n m¨¢s, ?no hay en esas obscenidades y locuras algo que nos obliga a prestarles atenci¨®n?
No me hice famoso por defender ante los hombres la doctrina cristiana, sino porque me transform¨¦ en su buf¨®n. As¨ª fue como mi nombre no tard¨® en ser conocido en las cortes de Europa. Los pr¨ªncipes pagaban grandes sumas por mis cuadros, y se formaban colas interminables para contemplarlos. Quer¨ªan que les mostrara ese carro de heno que nunca se agota, que les hablara del cuerpo que lo roba, que lo esconde entre las ropas, de esa belleza inexplicable que hay en todo lo condenado: el sexo, las pasiones, los sue?os.
?Hab¨¦is visto c¨®mo en las cat¨¢strofes los ni?os siempre encuentran la manera de entregarse a sus juegos y as¨ª unos dan en ba?arse en las calles que el agua inunda, otros en deslizarse por los tejados hundidos por el peso de la nieve, y otros m¨¢s en levantar sus moradas entre las vigas de la ciudad destruida por las guerras? ?Les hab¨¦is visto jugar con los objetos que flotan en el agua, buscar en los campos de batalla las armas de los soldados muertos, jugar en las ramas del ¨¢rbol en el que ayer mismo alguien se ahorc¨®? Yo era como ellos, mi reino eran las ruinas del coraz¨®n humano. El ¨¢rbol del ahorcado donde juegan los ni?os, eso es toda mi obra.
No era un rebelde, nunca lo fui. Cre¨ªa que la pintura deb¨ªa transmitir un mensaje moral
No era un rebelde, nunca lo fui. Cre¨ªa que la pintura deb¨ªa transmitir un mensaje moral, advertir de los peligros que acechan al alma que renuncia a la pureza. S¨¦ que muchos opinaban que estaba loco, que en mis monstruos y quimeras alimentaban extra?as herej¨ªas que hac¨ªan del cuerpo y de los excesos su ¨²nica raz¨®n de ser. Pero yo no era distinto a los miniaturistas que adornaban los libros de los c¨®dices, los salterios y los libros de horas con todo tipo de criaturas extra?as, e incluso en mis cuadros m¨¢s queridos, los que contienen las im¨¢genes de mi devoci¨®n, no pod¨ªa evitar introducir ese mundo de lo deforme y maldito. Y mentir¨ªa si dijera que no gozaba al hacerlo. Algo me dec¨ªa mientras pintaba que no debemos abandonar prematuramente esa vida desfigurada, que saldremos ganando si no lo hacemos.
Siendo ya mayor pint¨¦ el cuadro que entre todos los m¨ªos es el que prefiero. Lo llam¨¦ La variedad del mundo, aunque a causa de su panel central, todos lo conozcan por El jard¨ªn de las delicias. Sus ¨¢rboles est¨¢n llenos de frutos rojos. Son los frutos del ¨¢rbol de la vida por eso en el jard¨ªn todos est¨¢n desnudos, todos danzan en torno a una peque?a laguna llena de muchachas que juegan. Un reino de silencio, donde se habla el lenguaje de las cosas mudas, as¨ª es mi jard¨ªn.
No est¨¢n ah¨ª nuestros recuerdos sino lo que hemos olvidado: un mundo de fuentes de ¨¢mbar y de secretos de los que no somos due?os. Es in¨²til que pregunt¨¦is por su significado, pues todo lo que pasa en ¨¦l es indecible. Esa mujer que ofrece a su compa?ero un fruto rojo, ?por qu¨¦ se lo da a probar? Y los amantes que viven en el interior de una manzana ?qu¨¦ hacen? Ese ave delgad¨ªsima y el ¨¢rbol que crece a su lado, ?por qu¨¦ est¨¢n ah¨ª, de qui¨¦n es la pierna que asoma sobre el agua? ?Qu¨¦ hacen los grupos de jinetes o las j¨®venes que se ba?an en la laguna central?
Es in¨²til que pregunt¨¦is por el significado de mi jard¨ªn, pues todo lo que pasa en ¨¦l es indecible
Cada cosa, cada criatura guarda un secreto que ni yo mismo, que todo lo pint¨¦, podr¨ªa explicar, ?pues acaso un pintor sabe lo que hace? No, no lo sabe, pues la pintura solo nos espera en el punto en el que no nos estaba destinada, donde no era para nosotros. Somos entonces como aquellos jud¨ªos que durante el ¨¦xodo, y cuando m¨¢s desesperados estaban, asistieron al milagro del man¨¢. Estaban perdidos y hambrientos, cre¨ªan que nada bueno volver¨ªa a sucederles y vieron aquellos copos blancos cayendo del cielo, y c¨®mo en su boca se transformaban en la fuente de las delicias. Eso es lo que significa la palabra man¨¢ en su lengua: qu¨¦ es. Ve¨ªan caer aquella hermosura y se preguntaban qu¨¦ es.
Fijaros ahora en mi jard¨ªn. ?Acaso no veis caer los copos blancos? ?No veis como todos quieren probarlos? Fijaros en las muchachas que hay en la laguna central. Algunas llevan frutos rojos en la frente, otras dialogan con garzas y cornejas, las de raza blanca se mezclan con naturalidad con las de raza negra. No sabemos qu¨¦ hacen all¨ª, qu¨¦ esperan, se comportan como si pensaran que les basta con extender sus manos para tomar lo que quieren.
Ved ahora el c¨ªrculo de los jinetes. Unos llevan huevos o peces, otros se cubren con p¨¦talos inmensos o hacen acrobacias sobre sus monturas, que unas veces son caballos, otras dromedarios, cerdos, vacas, leones. ?No les veis alzar las manos, adoptar todas las posturas inimaginables como esperando recoger eso que cae del cielo? Y todos los otros, los que en c¨ªrculos a¨²n m¨¢s amplios reposan en la hierba, se ocultan en mejillones o vainas o se transforman en flores, qu¨¦ esconden, por qu¨¦ necesitan buscar los lugares m¨¢s imprevistos para guardarlo? Esa muchacha, por ejemplo, que yace junto a un joven cuya cabeza es un fruto azul, ?por qu¨¦ lo mira as¨ª, qu¨¦ esconde un coraz¨®n como el suyo? Qu¨¦ es, qu¨¦ es, o¨ªmos decir por todos los rincones del jard¨ªn, y es como si el man¨¢ siguiera cayendo en el mundo. Hemos sido expulsados del para¨ªso, pero a la vez permanecemos eternamente en ¨¦l, es lo que nos dicen esos copos que no vemos.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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