El ¡®brunch¡¯ no ser¨¢ ¡®desmuerzo¡¯ en el diccionario digital
La RAE podr¨¢ incorporar m¨¢s t¨¦rminos sin jubilar otros, el verdadero tormento de los acad¨¦micos
Uno de los secretos m¨¢s jugosos de los debates en la Real Academia Espa?ola de la Lengua, donde 46 acad¨¦micos debaten cada jueves sobre lo divino y lo humano de las palabras que usamos, es algo que a estos profesionales les cuesta mucho m¨¢s que incluir nuevas palabras en el diccionario: y es sacarlas.
Incorporar nuevos t¨¦rminos suele suscitar vivas discusiones, investigaciones sobre su implantaci¨®n de facto en los usos de escritores, periodistas o ciudadanos an¨®nimos que logran impacto por alguna raz¨®n, pero el problema llega cuando para que esa incorporaci¨®n sea posible hay que hacer sitio y jubilar palabras que est¨¢n en desuso.
Dar¨ªo Villanueva, el director de la RAE, contaba hace pocos d¨ªas en un di¨¢logo en la Fundaci¨®n Niemeyer en Avil¨¦s que, en cuanto llega la amenaza de extinci¨®n, algunos acad¨¦micos se dedican entonces a utilizar esas viejas palabras en desuso en sus libros o art¨ªculos para reavivarlas. Su cita ya es un argumento para su permanencia e incluso a veces logran que vuelvan a emplearse. Es la rebeli¨®n silenciosa (y divertida) contra la agon¨ªa de una palabra cuyo olvido les causa pesadumbre porque lo conocieron en la pluma, por ejemplo, de Valle Incl¨¢n.
A partir de ahora, sin embargo, no habr¨¢ l¨ªmites espaciales para las nuevas entradas porque el pr¨®ximo diccionario ser¨¢ digital y en la Red cabe todo. La ¨²ltima versi¨®n (papel) tiene 93.000 entradas y la pr¨®xima podr¨¢ a?adir nuevas sin necesidad sacar otras. No habr¨¢ relevo si las palabras merecen mantenerse y ninguna palabra competir¨¢ con otra por sobrevivir.
El m¨¦todo, eso s¨ª, mantendr¨¢ los rigores habituales. Villanueva suele subrayar que el diccionario no muestra una voluntad ling¨¹¨ªstica, una ambici¨®n en los t¨¦rminos, sino que solo es notario de los usos habituales. Por ello los insultos est¨¢n ah¨ª, como las expresiones que no gustan a unos y otros colectivos.
El ejemplo m¨¢s gr¨¢fico de que el diccionario no es un producto de laboratorio es una carta que recibi¨® el director de un voluntarioso hispanohablante de EE?UU que propuso una traducci¨®n id¨®nea para brunch, ese desayuno tard¨ªo que bien puede sustituir a la comida. Ya que se trata de una elipsis de breakfast+lunch, el hombre ofreci¨® su eureka particular: ¡°desmuerzo¡±, como un buen resumen de desayuno m¨¢s almuerzo. Villanueva le tuvo que agradecer la sugerencia pero recordarle que esto no funciona as¨ª. M¨¢s suerte tuvo Carolina Alguacil, la espa?ola que cre¨® el t¨¦rmino ¡°mileurista¡± en una carta a EL PA?S en 2005. Su denuncia de la precariedad se hizo reportaje y creci¨® hasta convertirse en entrada a¨²n en vigor.
Fabricar lenguaje no es tarea de esos 46 acad¨¦micos, en suma, sino de los hispanohablantes, pero de ellos depender¨¢ que los encontremos en la web. Por cierto, la palabra m¨¢s consultada suele ser ¡°cultura¡±. Hay esperanzas.
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