Una generaci¨®n enganchada al ¡®smartphone¡¯
Los m¨®viles no son un juguete. Una excesiva dependencia conduce a los ni?os al aislamiento, el sedentarismo y la obesidad
El sue?o de Steve Jobs era que todos los habitantes del planeta tuvieran su propio ordenador (Apple, por supuesto). Y la ilusi¨®n de cualquier ni?o es tener, ante todo, un m¨®vil. Los tel¨¦fonos inteligentes abren un colosal mundo de posibilidades: permiten chatear con los amigos, enviar y recibir fotos, subir y bajar v¨ªdeos a YouTube. Incluso pueden transmitir a distancia la palabra u otro tipo de sonidos, que viene a ser la funci¨®n tradicional y b¨¢sica de un tel¨¦fono.
Hoy en d¨ªa, el m¨®vil es el ingenio tecnol¨®gico m¨¢s deseado por los consumidores infantiles. Seg¨²n el Instituto Nacional de Estad¨ªstica, la mitad de los ni?os de 11 a?os tiene su propio smartphone y a los 15 a?os el porcentaje se dispara hasta el 94%. Los celulares son un instrumento ¨²til en el camino hacia la socializaci¨®n, pueden contribuir a estrechar los lazos de pertenencia a un grupo y tambi¨¦n desempe?ar un papel relevante en el proceso educativo.
Pero los tel¨¦fonos inteligentes tienen su cruz. Los m¨®viles, como otros dispositivos, no son un juguete. Una excesiva dependencia conduce a los ni?os al aislamiento, el sedentarismo y la obesidad. Hay estudios que alertan de que uno de cada 10 menores es adicto a las nuevas tecnolog¨ªas, lo que les hace m¨¢s vulnerables. Y no estar¨ªa de m¨¢s que los adultos adiestraran a los menores y los tutelaran en el manejo de estos artilugios de la misma manera que ejercen el control parental en las televisiones. Este mecanismo permite hacer una selecci¨®n cr¨ªtica de los programas a tenor de un sistema de se?alizaci¨®n de las parrillas de los canales. Pero los h¨¢bitos est¨¢n cambiando y ahora los ni?os apagan la televisi¨®n para engancharse a los v¨ªdeos de YouTube. El p¨²blico infantil devora esas sencillas (y a menudo bastante chapuceras) grabaciones caseras que reportan a sus autores ingresos de varios miles de euros al mes.
So?ar con ser uno de esos youtubers que se han forrado haciendo gansadas en Internet tiene sus riesgos. Si no, que les pregunten a los padres del chaval alicantino de 12 a?os que cre¨® con un amigo una p¨¢gina web para subir v¨ªdeos de la banda de m¨²sica en la que tocaba con la idea de comenzar a ganar riadas de dinero ipso facto. Una equivocaci¨®n llev¨® al ni?o a contratar publicidad para promocionar su sitio de Internet a trav¨¦s de la plataforma Google AdWords. El dinero no entraba en su cuenta corriente sino que sal¨ªa de ella. En pocas semanas la factura ascendi¨® a 100.000 euros.
Google, finalmente, le ha perdonado la deuda, pero el caso pone de relieve la sideral distancia que separa lo real de lo virtual, incluso para un chico de 12 a?os, supuestamente un nativo digital. En el mundo f¨ªsico, un adolescente no puede votar en unas elecciones ni comprar en taquilla una entrada de cine para ver una pel¨ªcula X, ni ir a un banco a pedir un pr¨¦stamo. Las reglas son estrictas. En el ecosistema digital es f¨¢cil saltarse las normas a la torera. Los controles son laxos o insuficientes. Basta con un clic para eludirlos.
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