Espa?a americana
En las costas del otro lado del Atl¨¢ntico se instalaron, adem¨¢s de nuestra violencia y nuestros vicios, nuestras ilusiones y esperanzas de cambio. Deber¨ªamos recuperar aquella proyecci¨®n, y no seguir varados en una Europa cada vez m¨¢s intransigente
Hace dos siglos los espa?oles dejamos lo mejor de nosotros en Am¨¦rica. All¨¢ quedaron nuestra capacidad de reinvenci¨®n, nuestro optimismo y nuestra fe en el futuro. Las independencias nos desgajaron al quebrarse la unidad emocional de la Monarqu¨ªa hisp¨¢nica. Con ellas fuimos privados de aquella pulsi¨®n ut¨®pica que desde las profundidades del alma de Castilla nos propuls¨® hasta tocar las costas de Am¨¦rica un 12 de octubre de 1492. De ah¨ª que el proceso independentista iniciado en M¨¦xico con el Grito de Dolores fuera algo m¨¢s que una secesi¨®n pol¨ªtica. Fue la p¨¦rdida de la completitud de Espa?a. La separaci¨®n forzada de nuestro ser americano y la condena a ser europeos, sin m¨¢s.
Desde aquel Grito del 16 de septiembre de 1810, los espa?oles nos empeque?ecimos, por dentro y por fuera. Nos vimos obligados a habitar dentro de nuestro particular laberinto de soledad. Trafalgar, primero, y la Guerra de la Independencia, despu¨¦s, allanaron el camino hacia la ruptura con el futuro que encarnaba Am¨¦rica en el imaginario colectivo. Es cierto que Cuba y Puerto Rico permanecieron como puertas de comunicaci¨®n americana durante casi un siglo. Pero poco a poco fueron cerr¨¢ndose con el lento declinar de nuestra presencia trasatl¨¢ntica; hasta que, por fin, el mazazo del 98 supuso la p¨¦rdida radical de los vestigios de nuestra americanidad.
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Desde entonces Espa?a ha ido dando tumbos sin saber c¨®mo definirse. Casticistas y europe¨ªstas se enfrentaron por dirigirnos hacia las entra?as del ser peninsular o hacia las soluciones que ven¨ªan de allende los Pirineos. Olvidamos que la extra?eza que, seg¨²n D¨ªez del Corral, provocaba Espa?a a los europeos no estaba en que ?frica empezase aqu¨ª sino en que el aliento americano llegase hasta la pen¨ªnsula ib¨¦rica. Matiz que confirmaba la intuici¨®n de Edmund Burke cuando nos describi¨® como una ballena varada en las costas de Europa.
Alg¨²n d¨ªa deber¨ªamos desenfocar el campo de visi¨®n peninsular para entender el meollo de nuestra identidad. A lo mejor comprender¨ªamos que ni Espa?a es el problema ni Europa la soluci¨®n. Quiz¨¢ descubri¨¦ramos que el origen de las inseguridades patrias est¨¢ en haber perdido nuestra completitud trasatl¨¢ntica. Pero, sobre todo, en renunciar entonces a la noci¨®n de futuro como una constante generacional, al tiempo que perd¨ªamos la heterog¨¦nea faz americana para quedar atrapados dentro de los muros de la homog¨¦nea fisonom¨ªa peninsular.
Tendr¨ªamos que desenfocar la visi¨®n peninsular para entender el meollo de nuestra identidad
Y es que el 12 de octubre de 1492, Espa?a eligi¨® el futuro como mito colectivo y se comprometi¨® con ¨¦l. Con ese futuro que hab¨ªa hecho suyo con mentalidad moderna, despu¨¦s de siglos de a?oranza reconquistadora de un pasado perdido con la invasi¨®n musulmana. Tras siete siglos de inercia mirando al pasado, Espa?a se so?¨® distinta, gir¨® su mirada hacia el Atl¨¢ntico y eligi¨® el futuro que se abr¨ªa en Am¨¦rica como la forma de estar en el mundo. El impulso ut¨®pico del Renacimiento nos llev¨® hasta los confines del planeta para dilatar all¨ª la experiencia europea y mediterr¨¢nea y hacerla atl¨¢ntica, americana y universal.
No cabe duda de que los sue?os fueron una poderosa fecundadora de oportunidades. Y que llevaron m¨¢s lejos que el miedo liberado debido a la injusta violencia que acompa?aron los comienzos de nuestra americanidad hisp¨¢nica. Sin embargo, pronto quedaron reemplazados los errores y los da?os iniciales al emprender juntos un proyecto de espa?olidad mestiza. Se diluyeron las divisiones excluyentes y Espa?a creci¨® en ambici¨®n de s¨ª misma. En contacto con la vastedad continental americana y su complejidad ¨¦tnica, geogr¨¢fica, ling¨¹¨ªstica y cultural, dimos lo mejor de nosotros. Sublimamos lo que nos un¨ªa y nos sentimos orgullosos de ello. En Am¨¦rica se fragu¨® la verdadera unidad hisp¨¢nica al constatar lo que ¨¦ramos esencialmente: una comunidad heterog¨¦nea de valores, cultura y emociones que no se ve¨ªa amenazada al sumarse a la hipercompleja enormidad americana.
Por eso, asombramos al mundo al hacernos americanos. De ello surgi¨® la leyenda negra y tantas otras cosas que denigraron panfletariamente nuestra identidad americana. Sus forjadores envidiaban y aborrec¨ªan la mirada mestiza y global que interiorizamos en nuestro ADN. Asombramos al mundo porque trasladamos el eje de gravedad de nuestras esperanzas al hemisferio americano. Espa?a no se hizo nacionalista en Am¨¦rica ni convirti¨® su cultura en un evangelio de identidad excluyente. Tres siglos antes de la Constituci¨®n de C¨¢diz, Hern¨¢n Cort¨¦s y Bartolom¨¦ de las Casas hicieron posible la igualdad entre los espa?oles de ambos hemisferios. Tesis que el obispo Palafox certific¨® en 1646 cuando abri¨® su famosa biblioteca poblana a todo el pueblo novohispano, pudiendo acceder a sus libros cualquier hombre o mujer, sin distinci¨®n de raza, condici¨®n o edad.
No se me ocurre mejor futuro que volver a nuestra esperanza americana, a lo mejor de nosotros
Y es que Espa?a se americaniz¨® a partir del siglo XVI radicalmente. En las costas del otro lado del Atl¨¢ntico se instalaron, adem¨¢s de nuestra violencia y nuestros vicios, nuestras ilusiones y esperanzas de cambio. Las mismas que llevaron a Cervantes a anhelar un empleo al servicio del Rey en Guatemala y Cartagena de Indias. Las mismas que hacen que el Quijote adquiera su pleno significado espiritual como espacio inagotable para la alegr¨ªa, la imaginaci¨®n y la voluntad de desprenderse del dolor de la vida y sus sinsabores. Lo que Cervantes ve¨ªa en Am¨¦rica no era otra cosa que volver a tener un futuro; la oportunidad de renovarse y dejar atr¨¢s su pasado para apostar por ese deseo de imaginarse un caballero andante dispuesto a deshacer los entuertos de su particular biograf¨ªa.
Espa?a deber¨ªa afrontar en el siglo XXI un empe?o colectivo de mutarse nuevamente americana. No podemos seguir varados en una Europa que muestra sus facciones m¨¢s intransigentes al nacionalizarse a golpes de machamartillo excluyente y fan¨¢tico. Ser la esquina nordeste, europea y mediterr¨¢nea de Latinoam¨¦rica no ser¨ªa un mal proyecto nacional. Quiz¨¢ as¨ª podr¨ªamos salir de nuestro laberinto de soledad y recuperar la completitud perdida. Si nuestra cultura, nuestra lengua e, incluso, nuestras empresas lo han hecho, ?por qu¨¦ no como pa¨ªs? ?Por qu¨¦ no pensar una Espa?a americana? Ser¨ªa aleccionador que entre tantos debates est¨¦riles y tanta torpeza institucional, territorial y partidista, comprendi¨¦ramos que no podremos reconocernos a nosotros mismos, enorgullecernos de lo que somos y pensarnos juntos de forma ilusionada si no nos descubrimos en nuestro rostro americano, ya sea criollo, ind¨ªgena, negro o mestizo. No se me ocurre mejor futuro que volver a nuestra esperanza americana, a lo mejor de nosotros.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es secretario de Estado de Cultura en funciones.
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