Sobre la libertad
Quienes han actuado en nombre del pueblo, la naci¨®n o el proletariado han ejercido demasiadas veces la tiran¨ªa contra gran parte de esos mismos colectivos. La tradici¨®n antiliberal sigue nutriendo la cultura pol¨ªtica espa?ola
No estamos ante un aniversario redondo de la publicaci¨®n del libro On Liberty, de John Stuart Mill, ni de ninguna otra fecha significativa de la vida de este autor. Pero el momento es tan bueno como cualquier otro para evocarlo, porque en ¨¦l expres¨® la esencia de la cultura liberal y hace pensar a¨²n hoy tanto como cuando se escribi¨®.
Su tesis fundamental es sencilla: que nuestra libertad individual debe ser protegida como algo sagrado frente a las intromisiones de los Gobiernos o del conjunto social. Nadie tiene derecho a inmiscuirse en nuestro espacio privado, impidi¨¦ndonos u oblig¨¢ndonos a actuar en cierto sentido, incluso si lo hace por nuestro bien o para procurarnos la felicidad. Nadie puede obligarnos a ser buenos. Los ¨²nicos l¨ªmites l¨ªcitos a nuestra libertad son los que impiden que perjudiquemos o perturbemos la libertad de otros. Mientras nuestros actos no nos afecten m¨¢s que a nosotros mismos, nadie tiene por qu¨¦ imponernos ni prohibirnos nada. De este derecho b¨¢sico a organizar y dirigir nuestra vida ¨ªntima se derivan las libertades de conciencia y expresi¨®n.
Otros art¨ªculos del autor
La defensa apasionada de estas libertades es el meollo del libro de Mill. En este terreno, todo l¨ªmite es malo, incluso si quien lo impone disfruta de un apoyo social abrumador. Es dictatorial que la minor¨ªa imponga su opini¨®n a la mayor¨ªa, pero tambi¨¦n que esta no deje hablar a aquella. Porque cuando existen discrepantes, aunque sea uno solo, las posibilidades son dos: que tengan raz¨®n, al menos parcialmente, en cuyo caso la sociedad, al prohibirles expresarse, pierde una oportunidad de superar errores generalizados; o que no la tengan, en cuyo caso el debate servir¨¢ para revitalizar y fortalecer la opini¨®n dominante. Porque no hay verdad m¨¢s fuerte que aquella que es explicada y defendida cada d¨ªa frente a sus adversarios.
La cuesti¨®n de fondo, sigue Mill, es que no existe una verdad absoluta, objetiva e indiscutible. Los individuos somos la ¨²nica realidad social, el ¨²nico fundamento de las verdades y los principios morales. S¨®lo a trav¨¦s de la diversidad y el contraste de opiniones entre nosotros vamos acordando ciertas verdades parciales y transitorias. E incluso sobre estas, nadie es infalible. Eso es lo que no aceptan quienes imponen su opini¨®n a otros, que convierten su verdad, o su certeza, en verdades y certezas absolutas; es decir, que deciden una cuesti¨®n para los dem¨¢s.
Durante siglos, los gobernantes espa?oles pensaron lo contrario. Y proscribieron la heterodoxia en pro de la concordia social, creyendo que la homogeneidad de creencias evitaba los conflictos. Sofocaron as¨ª la creatividad y fomentaron la sumisi¨®n, el temor, el conformismo del ¡°doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabr¨¢n responder¡±. El pa¨ªs se aisl¨® y apenas aport¨® nada a los formidables avances intelectuales europeos de los siglos XVII a XIX. Mejores resultados alcanzaron otras sociedades con menor temor a los discrepantes.
Durante siglos los gobernantes proscribieron la heterodox¨ªa en nombre de la concordia social
Y no hablo s¨®lo de un pasado muy remoto. En mi propia mente tengo viva la imagen de aquel cura de mi colegio clamando, a mediados de los a?os cincuenta: ¡°Libertad, libertad. Mucho hablar de la libertad. Pero si la Iglesia tambi¨¦n est¨¢ a favor de la libertad... La defiende en China o Jap¨®n, para predicar all¨ª el Evangelio. Libertad, s¨ª. Pero libertad para difundir la verdad. Libertad para el error, no. ?C¨®mo se puede poner al mismo nivel la verdad y el error?¡±.
En ese ambiente nos criamos. Nadie nos hizo leer a Stuart Mill (?ay, lo que pudo ser Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa! Pero para padres de familia). Y as¨ª de asilvestrados salimos. Perm¨ªtanme otro recuerdo: California, durante la guerra de Vietnam, un mitin izquierdista donde tom¨® la palabra, imprevisiblemente, alguien que defend¨ªa la pol¨ªtica de Nixon. Nuestro grupo europeo (latino, la verdad: italianos, franceses, espa?oles) empez¨® a abuchearle. Uno de los radicales estadounidenses, situado a mi lado, me dec¨ªa que le dej¨¢ramos hablar: ¡°Let him talk!¡±. Como era de los nuestros, cre¨ª que no entend¨ªa bien lo que aquel tipo defend¨ªa e intent¨¦ explic¨¢rselo: ?Pero no ves que es un reaccionario? Y se limit¨® a repetirme, lento, serio, tajante: ¡°Let-him-talk!¡±.
Esa tradici¨®n antiliberal sigue nutriendo la cultura pol¨ªtica espa?ola. Una tradici¨®n que no basa la legitimidad en las voluntades individuales sino en la de un ente et¨¦reo, referente de la verdad. Un ente de car¨¢cter divino en las viejas monarqu¨ªas absolutas y que, desde Rousseau para ac¨¢, ha encarnado en una colectividad: la naci¨®n, el pueblo, el proletariado, la ¡°gente¡±. Seg¨²n la l¨®gica rousseauniana, en efecto, si gobierna el pueblo, ?en nombre de qu¨¦ se le pueden poner l¨ªmites?, ?qui¨¦n puede proteger al pueblo contra su propia voluntad?, ?c¨®mo podr¨ªa el pueblo tiranizarse a s¨ª mismo?
Podemos encontrar actitudes antiliberales tanto en la derecha como en la izquierda
Pero todo Gobierno necesita l¨ªmites. Ante todo, porque ese ente ideal que legitima sus decisiones es ilocalizable. Nadie podr¨¢ presentarnos nunca a Dios, a la naci¨®n o al pueblo, sino s¨®lo a individuos que dicen hablar en su nombre. Esos pueden alcanzar el poder, pero mejor ser¨¢ que este est¨¦ dividido y limitado si queremos evitar los abusos que siempre ocurren cuando se concentra en unas ¨²nicas manos, libres de trabas. Y, desde luego, que protejamos las libertades individuales b¨¢sicas frente a su violaci¨®n por cualquier gobernante o mayor¨ªa social.
No s¨®lo el terror jacobino durante la Revoluci¨®n Francesa sino el leninismo, los fascismos y los populismos han puesto repetidamente de manifiesto los fallos de este planteamiento colectivista/esencialista sobre la legitimidad del poder. Hay demasiados ejemplos de gobernantes que, en nombre del pueblo, la naci¨®n o el proletariado, han tiranizado a gran parte de esos mismos colectivos. No haber puesto l¨ªmites a su acci¨®n pol¨ªtica ha sido desastroso.
En Espa?a, este antiliberalismo es com¨²n a la derecha y la izquierda. Muchos conservadores blasonan de liberales y, cuando tienen el poder, lo ejercen de manera autoritaria, sin aceptar l¨ªmites y aplastando a sus oponentes. El orden p¨²blico, la jerarqu¨ªa social, los principios morales irrenunciables o la unidad de la patria les preocupan m¨¢s que las libertades individuales. Su liberalismo se reduce a suprimir controles sobre las actividades econ¨®micas y privatizar los servicios p¨²blicos (para d¨¢rselos a sus amigos).
En cuanto a la izquierda radical, la semana pasada grupos de matones impidieron hablar en la Universidad Aut¨®noma de Madrid a personajes que no eran de su gusto. Que ocurran cosas as¨ª, en principio, no es tan escandaloso; siempre habr¨¢ locos violentos. Pero s¨ª lo es que les avalen personas que aspiran a gobernarnos, o a legislar en nuestro nombre. Es el caso del secretario general de Podemos, que ha descrito esos hechos como s¨ªntoma de la ¡°buena salud pol¨ªtica¡± de que disfruta la Universidad. Coincide con el cura de mi colegio: libertad para predicar, pero s¨®lo la verdad. Lo contrario de lo que defend¨ªa Stuart Mill.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador.
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