Celebraci¨®n populista
Vuelve el marxismo cl¨¢sico en pinza con el peor nacionalismo xen¨®fobo
De punta a punta del planeta, el populismo celebra la victoria de Donald Trump. Se trata de Nigel Farage, el l¨ªder del partido UKIP, que ha definido la victoria de Trump como un ¡°super-Brexit¡±, es decir, la reproducci¨®n a escala mundial del evento catastr¨®fico ensayado a escala europea en el refer¨¦ndum brit¨¢nico. Pero tambi¨¦n est¨¢ Marine Le Pen en Francia, que puede a la vez alabar a Vlad¨ªmir Putin y a Trump porque ambos prometen Estados fuertes, naciones orgullosas, mano dura contra el inmigrante y recuperar la soberan¨ªa frente a cualquier compromiso impuesto desde el exterior.
Unos hablan en nombre de la democracia, otros del pueblo o la naci¨®n, pero todos apuntan a un mismo modelo: la tiran¨ªa de la mayor¨ªa bajo un l¨ªder clarividente y un enemigo com¨²n, exterior, interior o las dos cosas a la vez. Lo hemos visto antes, por la izquierda y por la derecha.
Tambi¨¦n celebran la victoria de Trump los nuevos populistas de izquierdas o la izquierda de siempre, en Espa?a o fuera de ella. Para ellos esa victoria confirma el inminente colapso del sistema, sometido a una ¨²ltima vuelta de tuerca autoritaria antes de sufrir su ¨²ltimo estertor v¨ªctima de sus contradicciones estructurales. Pero tambi¨¦n celebran la derrota de Hillary Clinton ya que las v¨ªas de reforma pragm¨¢tica del sistema tienen que fracasar para que su alternativa radical se revele como la ¨²nica posible. Vuelve pues el marxismo cl¨¢sico, con su an¨¢lisis simplista y reduccionista del mundo, la econom¨ªa y el individuo, y lo hace en pinza con el peor nacionalismo xen¨®fobo. Como si no hubi¨¦ramos aprendido nada de los a?os treinta y el fracaso de unas democracias asediadas por la izquierda y la derecha y ahogadas econ¨®micamente y en su seguridad desde el exterior.
El populismo no es una internacional, pues carece de estructuras org¨¢nicas. Es m¨¢s bien una amalgama en la que se mezclan izquierdas y derechas, nuevas y viejas, del norte y el sur, antiestatistas y anticapitalistas. No son capaces de construir nada juntos, pues en el fondo solo les une la pasi¨®n por destruir las estructuras fundamentales de lo existente, de todo aquello en lo que se basa nuestro modo de vida: la democracia representativa, la econom¨ªa abierta de mercado, la igualdad de oportunidades, las instituciones internacionales, la apertura de fronteras, las identidades m¨²ltiples, la idea de una sociedad abierta.
Bajo su colorida diversidad, sus m¨¢ximas y esl¨®ganes son pr¨¢cticamente id¨¦nticos: todos quieren y dicen hablar en nombre del pueblo, al que quieren devolver el poder hurtado por los poderes financieros, las instituciones supranacionales o los pol¨ªticos de una vilipendiada capital (Washington, Bruselas, Par¨ªs o Roma) construida como arquetipo de la corrupci¨®n pol¨ªtica, econ¨®mica y moral. Pretenden la limpieza de todo aquello que dicen ha ensuciado la dignidad de la naci¨®n, restaurar su esplendor y expulsar de ella a todos los impuros, impropios y que no comulguen con su esencialismo.
Es el viejo nacionalismo, ahora disfrazado de revuelta del pueblo contra las ¨¦lites pese a la evidencia de que todos esos movimientos est¨¢n liderados por unas ¨¦lites que bien poco tienen de pueblo, y mucho de pretensi¨®n de usar e inventar todo tipo de agravios para hacerse con el poder y permanecer en ¨¦l. No son los pobres ni los perdedores los que se han revuelto contra el sistema, sino unas ¨¦lites fan¨¢ticas que saben c¨®mo manipular las emociones y manejar los medios para instalarse en el poder en el nombre del pueblo.
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