?Qu¨¦ es el populismo?
Al populista le gustar¨ªa reemplazar las elecciones por los sondeos (o por un plebiscito) el concepto de Rep¨²blica por el de concurso televisivo y al pueblo por la plebe. Se trata de una enfermedad senil de las democracias
Seg¨²n el populismo (primer teorema), el pueblo sabe lo que quiere. Y, cuando quiere algo (segundo teorema), siempre tiene raz¨®n. Falta (postulado) que realmente sea ¨¦l quien lo quiere. Falta tambi¨¦n (corolario) que nada obstaculice esa leg¨ªtima pretensi¨®n.
En otros t¨¦rminos, el populismo dice al mismo tiempo: confianza ilimitada en los recursos y en la capacidad del pueblo, y desconfianza hacia todo aquello que podr¨ªa interpretar, desvirtuar, diferir la justa expresi¨®n de ese pueblo que, librado a s¨ª mismo, libre de obst¨¢culos, tiene buen criterio por naturaleza.
?Interpretar? Los intelectuales, las ¨¦lites. Y por eso el populismo es siempre un antintelectualismo, una reacci¨®n contra las ¨¦lites.
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?Desvirtuar? La maledicencia. La hipocres¨ªa pol¨ªtica. Y por eso, de Tsipras a Le Pen, de Trump a M¨¦lenchon, el populismo siempre recurre al lenguaje vivo contra el lenguaje vac¨ªo, al lenguaje crudo, truculento, contra la lengua supuestamente muerta, constre?ida por los tab¨²es, de lo pol¨ªticamente correcto.
?Diferir? Las leyes. El derecho. Las instituciones. La raz¨®n en el puesto de mando. La pol¨ªtica. Todos esos ornamentos, esos suplementos redundantes e in¨²tiles, esas formas vac¨ªas, cuyo ¨²nico efecto ser¨¢ siempre, dicen y repiten los populistas, ahondar un poco m¨¢s en la diferencia, un fil¨®sofo del siglo XX habr¨ªa dicho la diff¨¦rance o, simplemente, la distancia entre el pueblo y s¨ª mismo, entre su sana y santa voluntad y su expresi¨®n desvirtuada.
Hay pol¨ªticos buenos y malos, dicen.
El populista ser¨¢ implacable a la hora de fabricar alteridad y de generar enemigos
Est¨¢n los que act¨²an de com¨²n acuerdo con el mundo del vac¨ªo y los que han sabido desvincularse de ¨¦l.
Y lo propio de quien ha sabido hacer tal cosa es haber conjurado esa enfermedad que lo distancia del cuerpo social; es estar en contacto directo con los rencores, y tambi¨¦n las esperanzas, de lo que los romanos llamaban, no el populus, sino la turba; es estar en contacto directo, tambi¨¦n, con las fluctuaciones de esa turba tal y como se expresan, d¨ªa tras d¨ªa, a trav¨¦s de la enfermedad de los sondeos.
Ah, los sondeos...
Cuando aparecieron los sondeos, algunos dijeron: un instrumento m¨¢s en manos de los poderosos que van a escudri?arnos, a evaluarnos, a manipularnos.
Pero los m¨¢s l¨²cidos ¡ª?y por desgracia, los populistas estaban entre ellos?¡ª respondieron: al contrario, es la opini¨®n p¨²blica la que triunfa; ella la que, en adelante, llevar¨¢ la voz cantante; ?qu¨¦ Gobierno podr¨ªa ignorarla?, ?c¨®mo no tener en cuenta una voluntad popular tan sabia, constante e incesantemente medida?
Y he aqu¨ª que los roles se invierten: la Opini¨®n arrogante, el Pr¨ªncipe humillado; la Opini¨®n en los grader¨ªos, el Pr¨ªncipe en el estadio; el Pueblo rey, pues es ¨¦l quien presiona, acosa y atemoriza al Pr¨ªncipe, y el Pr¨ªncipe recientemente rebajado.
Otro fil¨®sofo de la misma ¨¦poca, Michel Foucault, describi¨® los mecanismos del poder tomando como modelo el pan¨®ptico de Bentham, ese centro invisible a partir del cual un amo, ausente, escudri?a el cuerpo social: nadie lo ve, pero ¨¦l ve a todo el mundo; es estructuralmente invisible, pero esa misma invisibilidad hace visible a la sociedad; y es esta visibilidad la que, al final, nos hace tan totalmente controlables.
El populismo ha dado la vuelta al dispositivo: pueblo invisible, poder visible; un pueblo que se escabulle, un poder conminado a mostrarse; ya nadie ve al pueblo, pero ¨¦l ve todo el tiempo a sus amos (en los peri¨®dicos, en Twitter y en Facebook, en los programas de la se?ora Le Marchand, en los falsos debates, ajenos a toda voluntad de veracidad, que se organizan en nuestros d¨ªas); de forma que, si el secreto del poder est¨¢ en la mirada, el populismo es una de las f¨®rmulas m¨¢s elaboradas del poder en la Edad Moderna.
Con los sondeos los papeles se invierten: la Opini¨®n arrogante, el Pr¨ªncipe humillado
?Ah, si pudi¨¦ramos reemplazar de una vez las elecciones por los sondeos!, piensa el populista.
Si pudi¨¦ramos transformar la rep¨²blica en concurso televisivo; las elecciones, en plebiscito; la audiencia, en aud¨ªmetro; si pudi¨¦ramos terminar con el pueblo y coronar al ¡°gran animal¡± de Plat¨®n o a esa plebe que, seg¨²n los sofistas, deb¨ªa reemplazar al demos.
?La plebe? El verdadero pueblo.
?El aud¨ªmetro? ?El plebiscito? Modos de una ¨²nica sustancia: la sociedad concebida como un cuerpo pleno, deslumbrado por el espect¨¢culo de su propia presencia.
Hay una psicolog¨ªa del populismo: el narcisismo de los individuos, ebrios de s¨ª mismos y de su suficiencia.
Una fisiolog¨ªa: ese no s¨¦ qu¨¦ abotargado, autosatisfecho, ah¨ªto que encontramos en todos los Trump, Berlusconi y Le Pen varios (padre e hija).
Una metaf¨ªsica: la idea de una voluntad general causa sui, anterior a toda palabra y, m¨¢s a¨²n, a todo contrato, una voluntad natural, soberana y naturalmente buena con la que volver a conectar a poco que se sepa eliminar los filtros y mediaciones que la oscurecen.
El populista ser¨¢ inevitablemente nacionalista: ?el nacionalismo no es el camino m¨¢s corto para ir hacia una comunidad libre de todo filtro o mediaci¨®n?
El populista ser¨¢ implacable a la hora de fabricar alteridad y de generar enemigos: pues, si no, ?cu¨¢l ser¨ªa el medio de imaginar esa presencia en s¨ª? Si no se dota de una exterioridad masiva y obsesivamente denunciada, ?cu¨¢l ser¨ªa el medio para reunir su propio cuerpo en una identidad recuperada?
El populismo es una proped¨¦utica del odio, de la exclusi¨®n y, en definitiva, del racismo: v¨¦ase el discurso antinmigrantes de Hungr¨ªa a Estados Unidos, de Polonia a Rusia.
?El populismo? La enfermedad senil de las democracias.
Decimos ¡°populismo¡±. Y es el nombre, finalmente ¨²nico, de la reacci¨®n de las democracias al p¨¢nico que les gana y a la desbandada que las amenaza.
S¨¢lvese quien pueda: la ¨²ltima palabra de los populistas.
Bernard-Henri L¨¦vy es fil¨®sofo.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez Silva.
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