Tiempo de silencios
Tras las ¨²ltimas tormentas pol¨ªticas y ante los temores consumados del 'Brexit', el triunfo de Trump y la investidura de Rajoy en Espa?a, lleg¨® la calma. Agotada y af¨®nica, una parte de la ciudadan¨ªa y la clase pol¨ªtica enmudeci¨®, buscando tregua
El 2016 ha sido un a?o que muchos calificar¨ªan de ruidoso en lo social y en lo pol¨ªtico. Sin embargo, por unas semanas hemos vivido en clave de silencio; en tiempo de silencios, por evocar el t¨ªtulo de la famosa novela de Luis Mart¨ªn-Santos. Durante meses fuimos testigos de la virulencia verbal de la campa?a en torno al refer¨¦ndum sobre el Brexit y, seguidamente, de la de la campa?a presidencial estadounidense. Junto a ambas campa?as, asistimos al estr¨¦pito de las negociaciones para la formaci¨®n de un Gobierno en nuestro pa¨ªs y al ruido que ello ha ocasionado en el interior de algunos partidos.
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Durante mucho tiempo el foco de atenci¨®n medi¨¢tico fue la agresividad, la polarizaci¨®n y el volumen del discurso pol¨ªtico. De repente, el debate vir¨® hacia el silencio y la administraci¨®n de este: desde el estupor social causado por hecatombes pol¨ªticas como la victoria de Trump en Estados Unidos hasta el silencio de Cuba ante la muerte de Fidel, pasando por el de l¨ªderes derrotados, como Clinton, o apartados de la vida pol¨ªtica, como S¨¢nchez; y, finalmente, al hilo del fallecimiento de Rita Barber¨¢, por si debe y d¨®nde guardarse silencio tras la muerte de seg¨²n qu¨¦ figuras p¨²blicas. Si hay algo en lo que coinciden la mayor parte de pensadores es que nuestras sociedades contempor¨¢neas ofrecen poco espacio para el silencio. Por ello llama la atenci¨®n su repentino protagonismo.
Todo el espacio que el grueso de la sociedad contempor¨¢nea no dedica al silencio y sus matices, se lo dedican hist¨®ricamente el arte y la literatura. Explican los ling¨¹istas que la palabra ¡°silencio¡± deriva de los verbos en lat¨ªn taceo y sileo. Si ambos significan ausencia de movimiento y ruido, el segundo se refer¨ªa originalmente a personas y objetos inanimados como el mar y el viento, confiri¨¦ndole a la palabra su dimensi¨®n po¨¦tica. En Histoire du silence (Albin Michel, 2016), el historiador franc¨¦s Alain Corbin realiza una suerte de genealog¨ªa del silencio, incidiendo en sus m¨²ltiples facetas y significados a trav¨¦s de la obra de m¨ªsticos, escritores y pintores; desde santa Teresa hasta Caspar D. Friedrich. Corbin reivindica, despu¨¦s de todo, recuperar el silencio como valor y pr¨¢ctica en nuestras alborotadas vidas. Algo parecido, aunque con una orientaci¨®n religiosa, hace el cardenal Robert Sarah en su tambi¨¦n recientemente publicada La force du silence (Fayard, 2016).
Hillary Clinton, Obama y hasta el mismo Trump enmudecieron tras el cataclismo de las elecciones
El silencio practicado colectivamente es signo de recogimiento en casi todas las culturas y en el ¨¢mbito religioso va asociado, asimismo, al rezo. Pero el silencio puede denotar incapacidad de comunicaci¨®n (por desconocimiento de una lengua, por ejemplo), temor o incluso castigo. En su pol¨¦mica pel¨ªcula Tystnaden (El silencio, 1963), Ingmar Bergman explora el silencio en cuanto imposibilidad de comunicaci¨®n verbal y f¨ªsica, quiz¨¢ superada tan solo por la m¨²sica (el arte), lenguaje universal. El silencio como expresi¨®n de temor es objeto del cl¨¢sico estudio de Elisabeth Noelle-Neumann, La espiral del silencio (1977). En ¨¦l, la polit¨®loga constata el temor de las personas a expresar opiniones minoritarias y a buscar, por el contrario, alinearse con las de la mayor¨ªa. El ostracismo o distanciamiento y silencio impuestos a una persona o colectivo a modo de castigo tiene sus or¨ªgenes en la Antigua Grecia. En la democracia ateniense eran desterrados por un periodo de 10 a?os aquellos ciudadanos que se consideraban potenciales amenazas para la polis.
Todas estas formas de silencio han sido apreciables y se conjugan en la esfera pol¨ªtica. Junto a ellas, puede hablarse del silencio apocal¨ªptico que sigue a un cataclismo, real o figurado. A veces, aunque no siempre, surge tambi¨¦n en estas circunstancias un silencio constructivo, indispensable para digerir y reflexionar sobre lo acontecido. Al primero pertenecer¨ªa el silencio de muchos brit¨¢nicos, incluidos los defensores del Brexit, at¨®nitos ante un resultado por el que clamaban, pero en el que en el fondo no cre¨ªan. O el silencio de Hillary Clinton y el propio Obama ante una derrota de la candidatura dem¨®crata que no anticipaban. O el del mism¨ªsimo Trump, la noche de su victoria, aparentemente sobrepasado por una realidad que iba m¨¢s all¨¢ de la telerrealidad a la que est¨¢ acostumbrado.
Muchos, por otra parte, querr¨¢n ver un silencio constructivo en el retraimiento de algunos l¨ªderes socialistas de nuestro pa¨ªs tras el traum¨¢tico choque entre las bases y el aparato del partido. Finalmente, las muertes de Rita Barber¨¢ y Castro ¡ªsalvando todas las distancias entre ambas¡ª pusieron de manifiesto c¨®mo el fallecimiento de un l¨ªder pol¨ªtico puede ser causa de silencios disputados. Lo que para unos es motivo de homenaje para otros lo es de reserva, como lo puso de manifiesto Podemos ausent¨¢ndose del Congreso durante el minuto de silencio convocado tras la repentina muerte de la exalcaldesa de Valencia. Tambi¨¦n la muerte de un l¨ªder puede ser motivo de indiferencia o incluso, como ve¨ªamos entre el exilio cubano de Miami, celebraci¨®n.
Los casos de Rita Barber¨¢ y Castro evidenciaron que la muerte de un l¨ªder puede causar silencios disputados
La pol¨¦mica en torno a los minutos de silencio no es nueva ni exclusiva de nuestro pa¨ªs. Entre los ejemplos recientes est¨¢ el caso de la C¨¢mara de Representantes estadounidense tras la matanza del club gay de Orlando en junio pasado. Cuando el presidente de la C¨¢mara llam¨® a un minuto de silencio, varios congresistas dem¨®cratas abandonaron la sala y, cuando concluy¨® el minuto, otros alzaron la voz para protestar por la negativa republicana a votar a favor del control de armas.
Sorprende quiz¨¢ que los homenajes en silencio constituyan una pr¨¢ctica relativamente reciente, registrada por primera vez en 1912 en las actas del Senado portugu¨¦s con motivo de la muerte del entonces ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Jos¨¦ Maria da Silva Paranhos Jr, personaje destacado de la ¨¦poca. Desde entonces la pr¨¢ctica se ha universalizado. Algunos medios, especialmente en Estados Unidos, hablan de un uso abusivo y contraproducente de los minutos de silencio por parte de nuestros representantes pol¨ªticos. Pero hasta que alguien invente algo diferente, dicen los expertos en comunicaci¨®n, los minutos de silencio se seguir¨¢n convocando. Y seguir¨¢n suscitando disputas proporcionales al tama?o de la personalidad y relevancia pol¨ªtica del fallecido o a la complejidad de las causas de la tragedia conmemorada.
Tras las tormentas pol¨ªticas vividas en los ¨²ltimos meses en Occidente y frente a los temores consumados del Brexit, el triunfo de Trump (y, para muchos espa?oles, un nuevo Gobierno popular), lleg¨®, quiz¨¢ inevitablemente, la calma. Agotada y af¨®nica, una parte de la ciudadan¨ªa y la clase pol¨ªtica enmudeci¨®, buscando tregua¡ aunque fuera, brevemente. Pues el silencio en pol¨ªtica, especialmente en democracia, al igual que el vac¨ªo de poder, no parece propenso a instalarse en el tiempo. Por eso, cuando se da, conviene aprovecharlo para respirar un poco, tomar perspectiva y repensar el enfoque de los desaf¨ªos.
Olivia Mu?oz-Rojas es doctora en Sociolog¨ªa por la London School of Economics e investigadora independiente. Su blog es www.oliviamunozrojasblog.com.
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