La casa de Carl Sandburg
El poeta descubri¨® en este bello y pac¨ªfico escenario que, pese a todo lo que andaba mal en ella, la vida val¨ªa la pena a condici¨®n de estar en un sitio como ¨¦ste
Se llama Connemara y est¨¢ en lo alto de una colina, en las monta?as de Carolina del Norte, rodeada de bosques de pinos centenarios, lagos, nevados, y en los alrededores hay casas victorianas semienterradas por la vegetaci¨®n, reba?os de cabras, ciervos y bandadas de p¨¢jaros. Los vecinos aseguran que ciertos d¨ªas familias de osos pardos asoman por las vecindades en busca de comida. En mis caminatas matutinas yo no he visto ninguno, pero s¨ª, en cambio, y hasta en dos ocasiones, la ardilla blanca, otra especialidad del lugar.
Sandburg ten¨ªa ya 67 a?os cuando lleg¨® a estos parajes en 1945 y, deslumbrado por ellos, compr¨® Connemara, la casa donde pasar¨ªa los 22 a?os que le quedaba por vivir. Hab¨ªa nacido en Illinois, en 1878, en una familia de inmigrantes suecos, y, como tantos otros escritores norteamericanos, tuvo una vida peripat¨¦tica y aventurera, de vendedor ambulante, soldado, reportero, poeta y juglar que escrib¨ªa poemas y canciones y, acompa?ado de su inseparable guitarra, las entonaba en ferias, mercados y estaciones. Fue socialista de joven y por algunos a?os trabaj¨® como funcionario de ese peque?o partido, que lleg¨® a tener algunos alcaldes y parlamentarios en los Estados del Medio Oeste.
Otros art¨ªculos del autor
No fue un gran poeta ¡ªera dif¨ªcil serlo si se pertenec¨ªa a la misma generaci¨®n de gigantes como T.?S. Eliot y Ezra Pound¡ª, pero s¨ª atractivo y popular, que, inspirado en Walt Whitman, cant¨® a los hombres comunes y corrientes, como los carniceros y los campesinos, los mineros y los cargadores, y el progreso material que erig¨ªa rascacielos, trenes que perforaban las monta?as, domesticaba la naturaleza y parec¨ªa garantizar un futuro de paz y de prosperidad. Su primera colecci¨®n de verso y prosa, In Reckless Ecstasy, apareci¨® en 1904, a la que seguir¨ªan varios otros ¡ªChicago Poems, Smoke and Steel, Good Morning, America¡ª, pero lo que lo hizo m¨¢s conocido fueron las valerosas cr¨®nicas que escribi¨® sobre unos terribles incidentes raciales en Chicago, con muchos muertos y heridos, a ra¨ªz del linchamiento, por un grupo de ba?istas blancos, de un joven negro que sin advertirlo hab¨ªa cruzado nadando la frontera racial: The Chicago Race Riots (July, 1919). El texto, que acabo de leer, tiene el aliento ¨¦pico y la fuerza moral de las grandes novelas comprometidas de Dreiser o de Steinbeck.
Aunque su poes¨ªa, por la claridad y sencillez que la caracteriz¨® en su primera ¨¦poca ¡ªluego, en su vejez, se volver¨ªa algo intrincada y esot¨¦rica¡ª, fue siempre le¨ªda por un vasto p¨²blico, lo que dio a Carl Sandburg su enorme prestigio fue su biograf¨ªa de Abraham Lincoln, en la que trabaj¨® m¨¢s de 10 a?os. La fue puliendo y enriqueciendo a lo largo de casi toda su vida y le mereci¨® el Premio Pulitzer. Los seis frondosos vol¨²menes est¨¢n en todas las bibliotecas y escuelas de Estados Unidos y, si no todos ellos, por lo menos la refundaci¨®n en un tomo que hizo el propio Sandburg, es todav¨ªa masivamente le¨ªda y la raz¨®n principal, sin duda, para la gran afluencia de turistas que esta ma?ana de domingo visita conmigo su casa-museo de las monta?as de Carolina del Norte.
Lo que dio a Sandburg su prestigio fue su biograf¨ªa de Abraham Lincoln, en la que trabaj¨® 10 a?os
Nunca tuve ¨¢nimos para intentar leer esta voluminosa biograf¨ªa, pese a que los libros gordos y ambiciosos me atraen mucho. La culpa la tiene tal vez un cr¨ªtico que admiro y que siempre releo, Edmund Wilson, quien, con la rotundidad que sol¨ªa, afirm¨® en uno de sus ensayos: ¡°La peor tragedia que le ocurri¨® a Lincoln, despu¨¦s de ser asesinado por Booth, fue caer en manos de Carl Sandburg¡±. Es evidente que no sent¨ªa mucho cari?o por el aeda que, gracias a este paisaje, descubri¨® el hechizo de la naturaleza, la vida al aire libre, y se volvi¨® avant la lettre un genuino ecologista.
Sandburg se mud¨® aqu¨ª desde Michigan en 1945 con su mujer Lilian Stechen, una matrona de origen luxemburgu¨¦s de armas tomar, sus tres hijas, dos nietos, sus 14.000 libros y un reba?o de cabras. Connemara ha estado en rehabilitaci¨®n y la biblioteca, que ahora tiene 17.000 vol¨²menes, ha sido temporalmente mudada de lugar. Esos estantes vac¨ªos dan a estos tres pisos de madera y al inmenso s¨®tano un aspecto triste y espectral. Pero el peque?o palomar contiguo al techo, donde Sandburg se pasaba las noches leyendo y escribiendo, tiene encanto y una atm¨®sfera c¨¢lida y familiar. ?l se levantaba tarde y, luego del almuerzo, sol¨ªa leer a su familia lo que hab¨ªa escrito la v¨ªspera, o les cantaba tocando su guitarra alguna canci¨®n de su mocedad. En las tardes daba largos paseos por el contorno.
Mientras Carl le¨ªa y escrib¨ªa, o exploraba las monta?as y los bosques vecinos, la incansable Lilian, ayudada por sus hijas, se ocupaba de las cabras. Lo hizo con tanto ¨¦xito que los ingresos de la familia pronto provinieron m¨¢s de los productos l¨¢cteos de la empresa que de los derechos de autor del poeta y escribidor. Do?a Lilian ha pasado a la historia de la industria norteamericana pues ¡ªsi la gu¨ªa no nos cuenta el cuento¡ª fue la fundadora y primera presidenta de la Federaci¨®n de Industrias L¨¢cteas de Estados Unidos. En todo caso, las cabritas ¡ªlas descendientes de las pioneras, quiero decir¡ª siguen aqu¨ª, en un corral al que todos los hijos y nietos de los turistas visitan con placer.
En un sitio como Connemara se puede creer, como ¨¦l, que el hombre nace bueno
A la muerte de Sandburg, en 1967, la familia cedi¨® al Estado todos los libros, manuscritos, cuadros, fotos y la voluminosa correspondencia acumulada. Gracias a este donativo existe este museo y, por los carteles y folletos, veo que hay una intensa actividad cultural a lo largo del a?o: conferencias, espect¨¢culos, paseos guiados, conciertos y ferias po¨¦ticas.
Pero lo que m¨¢s me entretuvo a m¨ª fue la tienda y la librer¨ªa de la entrada. All¨ª se pueden comprar todas las obras de Sandburg, carteles y fotograf¨ªas, por supuesto, pero, tambi¨¦n, polos, gorros, sacones, vestidos con sus poemas y su cara estampados, discos grabados por ¨¦l recitando y cantando, y objetos de metal, madera y barro con citas suyas, y ¡ªel colmo de los colmos¡ª un cochecito de reci¨¦n nacido en el que hasta las sonajas repiten, en colores estridentes, los poemas para ni?os que escribi¨® Sandburg en sus ¨²ltimos a?os. Y hay una larga entrevista, que le hizo en esta misma casa, un d¨ªa de oto?o, un periodista, en la que Sandburg se explaya largamente sobre su vocaci¨®n de escritor, su manera de entender y de escribir la poes¨ªa, sus autores favoritos, sus viajes, sus simpat¨ªas y antipat¨ªas. La impresi¨®n que da es la de un hombre sano y bueno ¡ªtal vez demasiado para ser un gran poeta¡ª que vivi¨® intensamente pero de manera un tanto superficial, sin llegar nunca a percibir, debajo de las apariencias, el drama fundamental de la existencia, y que, luego de una vida sin pausa, de fren¨¦ticos trajines, descubri¨® aqu¨ª, en este bello y pac¨ªfico escenario, que, pese a todo lo que andaba mal en ella, la vida val¨ªa la pena de ser vivida, a condici¨®n de estar en un sitio como ¨¦ste, donde todo parec¨ªa tan puro y tan limpio, el cielo sin nubes, la orla blanca de las monta?as, los recios ¨¢rboles constelados de aves y el rumor de los riachuelos. Qu¨¦ lejanos e irreales parecen, desde un sitio como Connemara al que no llegan los peri¨®dicos, las guerras, el terrorismo, las dictaduras, las plagas y hambrunas. Aqu¨ª s¨ª que se puede creer, como Sandburg, que el hombre nace bueno y que el secreto de la felicidad lo tienen las estrellas, la mirada de las ardillas y los p¨¢jaros que atrae a tu jard¨ªn el alpiste que les echas todas las noches.
Hendersonville, Carolina del Norte, enero de 2017
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? Mario Vargas Llosa, 2017.
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