El maestro que todos tuvimos
Se acab¨® la Navidad y es el momento del maestro
Se acab¨® la Navidad, que incluye los Reyes; la sustancia, desmentida por el extremo uso del comercio, es el afecto; la gente se regala para regalarse a la vez. Y todo es caro, menos lo que queda de la mirada de los ni?os. Ellos no conocen a¨²n las estad¨ªsticas ni los precios de la felicidad impostada que se exhibe en los escaparates y que luego forma parte de sus cuartos. Despu¨¦s vendr¨¢n otras ambiciones, la edad adulta, las distintas versiones brumosas de la ruina. Dice el poeta canario Jos¨¦ Luis Pernas que hay que buscarse una esperanza para seguir viviendo. Y eso es la vida, la b¨²squeda de una esperanza para seguir viviendo.
Pero hay una imagen, escolar y adulta, que no nos deja nunca, que es una fortuna y a la vez una ilusi¨®n retrospectiva que marca y ejecuta la escultura de niebla que es el futuro. La imagen del maestro, ese hombre que levanta las persianas de la escuela y que luego maneja, con el saber de ense?ar, con el saber de aprender ¨¦l a la vez que ense?a, el momento m¨¢s importante de todos: cuando la vida se sit¨²a en el exacto momento en que todo puede ser posible o todo se puede ir al garete.
Ese es el momento del maestro; los padres se fueron a trabajar, se despidieron de ellos mismos, y t¨² ya eres pupitre y encerado, y un hombre o una mujer hablando desde un altillo, junto a un mapa, al lado de un tintero viejo, junto a un encerado; o bien todo es nuevo y el maestro lleva un iPad, un m¨®vil, un power point, esas cosas, y t¨² tomas notas en cada uno de los soportes que han ido variando con el tiempo.
Instrumentos aparte, la imagen es la misma: esa persona, hombre o mujer, que abre el aula, da al bot¨®n de la luz, se dispone a decirnos lo que sabe, calma la algarab¨ªa con historias que t¨² no conoc¨ªas. Es el momento en que a¨²n no miramos con cinismo lo que pasa o lo que nos dicen. Somos alumnos, el maestro o la maestra nos est¨¢n diciendo por d¨®nde se va a los r¨ªos, a los libros, es el mayor de los afectos: ense?ar.
Y despu¨¦s viene la gratitud, nunca el olvido. Desde hace unos d¨ªas circula por la Red una de las im¨¢genes m¨¢s emocionantes de esta historia. Circula por ah¨ª esa imagen, pero circula tambi¨¦n por nuestras venas. Un maestro franc¨¦s, el se?or Donnat, deja el aula, pasea cabizbajo por el sendero que han abierto centenares de muchachos que son o fueron sus alumnos; lleva en la mano una bolsa de papeles, regalos seguramente, los aplausos lo acompa?an hasta que el sendero se acaba y para ¨¦l se abre el futuro, que ya tiene tanto pasado; detr¨¢s se queda un futuro perfecto, que ¨¦l ha ayudado a cimentar.
Es inevitable que ese nombre propio, el de un franc¨¦s cualquiera que adem¨¢s es maestro, se confunda con el nombre que est¨¢ en nuestra memoria de los maestros, don Emilio, don Domingo, don Luis, la se?orita Meca¡ Qui¨¦n no tiene ese nombre que ahora aplaudimos, haci¨¦ndole pasillos, desde la memoria, a quien nos ense?¨® a deletrear la palabra aprender.
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