At¨®nitos por ver que los ¡®hooligans¡¯ rusos son buen ejemplo de algo
Fascinado y sorprendido, Occidente asiste al flechazo entre los dise?adores de moda y los j¨®venes olvidados de las ciudades postsovi¨¦ticas
Decenas de j¨®venes asaltando y saqueando una tienda. Van rapados y vestidos con capuchas y ch¨¢ndales. Es muy probable que vayan bebidos. Tambi¨¦n es bastante probable que despu¨¦s (o antes) hayan ocupado el fondo sur de un estadio de f¨²tbol.
Esta es la historia de c¨®mo unos j¨®venes iracundos, muchas veces asociados a la violencia (como ocurri¨® en la pasada Eurocopa de Francia), son un ejemplo para el mundo de la moda.
Cuando los modelos del dise?ador ruso Gosha Rubchinskiy (32 a?os) salieron al patio de una f¨¢brica de tabaco abandonada de Florencia para presentar su colecci¨®n primavera-verano 2017, todo me result¨® un tanto familiar. Las chaquetas de traje sobretalladas, una cadena de oro sobre un pecho descubierto, las cabezas rapadas, los chalecos Kappa y las camisetas Fila ¨Cel dise?ador ruso colabor¨® con varias casas de ropa deportiva italianas¨C , y los ch¨¢ndales y las gafas deportivas me transportaron directamente a mi infancia [la autora de este reportaje, Anastasiia Fedorova, es rusa, aunque vive en Londres] en la Rusia de los noventa, esa d¨¦cada turbulenta que vio emerger el capitalismo salvaje. Rubchinskiy es el hombre al que acudir si se busca la ropa masculina m¨¢s deseada, inspirada en los h¨¦roes m¨¢s improbables: los gopniks.
Los llaman 'gopniks',?hombres j¨®venes de clase baja y car¨¢cter agresivo que habitan en zonas suburbanas. En Espa?a ser¨ªa como una mezcla entre un 'cani' y un ultra
Los que crecieron en Rusia durante la ¨¦poca los recordar¨¢n congregados en los patios de los complejos de viviendas, vestidos de Adidas, bebiendo cerveza, levantando la vista desde su postura acuclillada al ver a la gente pasar de camino a sus casas. En Rusia, y tambi¨¦n en otros pa¨ªses postsovi¨¦ticos, el t¨¦rmino se usa com¨²nmente para describir a hombres j¨®venes de clase baja y car¨¢cter agresivo que habitan en zonas suburbanas, en cierto modo parecidos a los chavs brit¨¢nicos, a los dizela?i serbios o a los racailles franceses. En Espa?a no hay un equivalente exacto, pero vendr¨ªa ser como una mezcla entre un cani y un ultra.
El origen del estilo y de la conducta de los gopniks puede situarse en el periodo de caos pol¨ªtico que medi¨® entre finales de los ochenta y principios de los noventa. El colapso de la Uni¨®n Sovi¨¦tica dej¨® a una gran parte de los j¨®venes del pa¨ªs sin trabajo, sin esperanzas de futuro y sin un sistema que les hiciera avergonzarse por ello. Al contrario que los modelos de Rubchinskiy, a los gopniks era m¨¢s probable verlos con ropa de Adidas o de Nike que de Sergio Tacchini.
Aunque Kappa y Fila tambi¨¦n hac¨ªan acto de presencia, casi siempre eran imitaciones chinas que inundaban los mercados reci¨¦n inaugurados. En la Rusia de los noventa, el capitalismo se convirti¨® de repente en un nuevo dios y las marcas en objetos de adoraci¨®n y de obsesi¨®n. Con el aumento del crimen organizado y de negocios tanto legales como ilegales, era habitual ver reunidos en cualquier barriada a personajes variopintos, desde j¨®venes ociosos hasta delincuentes menores junto a los guardaespaldas de sus jefes, todos vestidos con ropa deportiva.
El enfoque de Rubchinskiy est¨¢ claramente enraizado en los noventa, tal y como revela la mezcla delirante de est¨¦tica rusa e imaginer¨ªa occidental y la combinaci¨®n de elementos de la alta y de la baja cultura. La obsesi¨®n rusa por la ropa deportiva, sin embargo, sigue manteni¨¦ndose fuerte. ¡°Cuando Rubchinskiy present¨® su colecci¨®n, yo estaba en Naberezhnye Chelny [una ciudad de provincias de poco m¨¢s de medio mill¨®n de habitantes situada en la rep¨²blica rusa de Tartarist¨¢n]¡±, cuenta Max Bashkaev, dise?ador de Outlaw Moscow.
¡°Lo que vi en las calles fue como un desfile interminable de su colecci¨®n, no hac¨ªa falta estar en Florencia. Cadenas sobre chaquetas de ch¨¢ndal, pantalones cortos de tiro alto y calcetines deportivos, gafas de esquiar combinadas con chaquetas de traje muy amplias, cabezas rapadas¡ Estaba todo ah¨ª¡±. Los creativos rusos se echaron unas buenas risas porque Gosha Rubchinskiy hab¨ªa convertido la vestimenta de la clase trabajadora provinciana en moda masculina elitista que se consume en Europa y Estados Unidos. Un dato: una chaqueta de ch¨¢ndal del dise?ador cuesta 355 euros. Y vuelan, como se puede comprobar en la tienda donde venden su ropa en Madrid.
Pero no es a?Rubchinskiy a quien debemos esta tendencia; se trata, m¨¢s bien, de un signo de los tiempos que corren. En noviembre de 2016, Carhartt lanz¨® The Carhartt WIP archives book, un libro que describe la relaci¨®n de la marca con la cultura callejera y el cine. En sus p¨¢ginas, as¨ª como en la exposici¨®n que acompa?aba al lanzamiento, se incluye la foto del saqueo de una tienda de la marca en Hackney durante los disturbios de Londres de 2011, en los que una multitud de j¨®venes con capuchas y pantalones de ch¨¢ndal intenta desencajar la puerta met¨¢lica del establecimiento.
El ch¨¢ndal ha recorrido un largo camino desde los armarios de delincuentes comunes y de aficionados al f¨²tbol hasta alcanzar su estatus actual como b¨¢sico de la moda
Pero esta no es la primera vez que se celebra el v¨ªnculo entre una marca de ropa de trabajo y una juventud iracunda. El libro tambi¨¦n contiene fotogramas de El odio, el cl¨¢sico de?Mathieu Kassovitz de 1995 sobre las banlieues, los suburbios franceses. La pel¨ªcula, que retrata un d¨ªa en la vida de tres amigos tras los disturbios de Par¨ªs, sigue siendo dolorosamente relevante hoy en d¨ªa. La tensi¨®n entre las autoridades y los j¨®venes de clase baja a¨²n impera en las periferias urbanas y a menudo se convierte en un odio declarado. Si se procede de una familia de inmigrantes, el estigma es a¨²n mayor. Pero tambi¨¦n hay que admitir que nunca antes le hab¨ªa quedado un ch¨¢ndal de Adidas tan bien a alguien como a Vince, el irritable personaje interpretado por Vincent Cassel.
Adem¨¢s, durante los ¨²ltimos dos a?os, el mundo de la moda ha presenciado un fenomenal aumento de ropa deportiva y de ropa skater y ha sido testigo tambi¨¦n de su normalizaci¨®n. Firmas de culto como Palace, Supreme o Gosha Rubchinskiy, combinadas con etiquetas mayoritarias como Nike y Adidas, dise?an ropa que los obsesos por la moda de cualquier sexo y edad quieren ponerse. El ch¨¢ndal ha recorrido un largo camino desde los armarios de delincuentes comunes y de aficionados al f¨²tbol hasta alcanzar su estatus actual como b¨¢sico de la moda. En 2016, Skepta, estrella brit¨¢nica del grime, fue el s¨¦ptimo en la lista elaborada por GQ de los hombres mejor vestidos del Reino Unido en gran parte gracias a sus ch¨¢ndales Cottweiler.
?Pero cu¨¢les son los motivos m¨¢s profundos que explican nuestra fascinaci¨®n por la est¨¦tica de la clase obrera y de la ropa deportiva como uno de sus s¨ªmbolos? Es posible que, en un mundo en el que el concepto de g¨¦nero cada vez muta m¨¢s, se est¨¦ buscando una nueva masculinidad. En el libro The history of men, el soci¨®logo Michael Kimmel escribi¨®: ¡°Los deportes se erigieron como el elemento central de la lucha contra la feminizaci¨®n; los deportes convert¨ªan a los chicos en hombres¡±.
En el ¨²ltimo fashion film de Outlaw Moscow se ve eso: a un par de t¨ªos practicando la lucha libre junto a la entrada de una estaci¨®n de metro en Mosc¨²; uno de ellos, sin camiseta y cubierto de tatuajes, lleva unos pantalones de ch¨¢ndal de seda roja. Aunque no se trata m¨¢s que de un peque?o fragmento de la pel¨ªcula, la prenda destaca poderosamente y es candidata a convertirse en superventas porque encaja tanto entre los que buscan un aspecto extremadamente viril como entre los que prefieren subvertir la propia idea del estilo masculino.
Pero no se trata s¨®lo de masculinidad. El concepto es m¨¢s amplio y abarca tanto la autenticidad como la b¨²squeda de un terreno cultural m¨¢s firme. ¡°Creo que el giro hacia la est¨¦tica gopnik forma parte de una necesidad contempor¨¢nea por lo aut¨¦ntico, que a su vez es una reacci¨®n contra el cosmopolitismo de la cultura de hoy y el desarraigo que causa, por ejemplo, Internet¡±, afirma James Rann, profesor de ruso en la Universidad de Birmingham.
Con el aumento del crimen organizado, era habitual ver reunidos en cualquier barriada a personajes variopintos, desde j¨®venes ociosos hasta delincuentes menores junto a los guardaespaldas de sus jefes, todos vestidos con ropa deportiva
¡°La gente, a pesar de, o quiz¨¢s debido a sus impecables credenciales liberales e internacionalistas siente cierta a?oranza por un arraigo de clase y por ¨Cy aqu¨ª es donde Rusia destaca¡ª una identidad racial. La imagen del gopnik expresa un tipo de masculinidad segura de s¨ª misma y representa a un hombre joven que est¨¢ totalmente integrado en su comunidad en t¨¦rminos de clase o de naci¨®n, de ah¨ª la visibilidad de los s¨ªmbolos de clase ¨Cel ch¨¢ndal¨C y de nacionalidad ¨Cla bandera¨C. A Rusia se la sit¨²a fuera del mundo cosmopolita y multicultural de la Europa occidental contempor¨¢nea, de modo que se ha convertido, err¨®neamente, en s¨ªmbolo de un mundo donde estas cuestiones de masculinidad y pertenencia a clase y tribu son m¨¢s evidentes¡±, reflexiona Rann.
La obsesi¨®n del mundo de la moda por la clase obrera parece absurda, pero funciona de acuerdo a las leyes de la mercantilizaci¨®n. Toda fetichizaci¨®n es un intento de encauzar una energ¨ªa salvaje, de aventurarse a lo desconocido, de probar la fruta prohibida. En Hollywood, los rusos son los villanos por excelencia; los matones callejeros rusos se han convertido en la ¨²ltima caracterizaci¨®n de los otros, en personajes oscuros que a¨²n resultan emocionantes y reales.
En el actual contexto pol¨ªtico, con el aumento de los movimientos de extrema derecha a escala global, esto tambi¨¦n puede aplicarse, hasta cierto punto, a la clase obrera en su conjunto. ¡°Creo que una persona de clase obrera, ya sea chav, gopnik, redneck o como quieras llamarla, es la ¨²ltima manifestaci¨®n del otro ex¨®tico, de la figura del buen salvaje que a la moda le queda todav¨ªa por explorar porque, francamente, las otras culturas ex¨®ticas ya han sido apropiadas y explotadas hasta la saciedad¡±, sentencia Jana Melkumova-Reynolds, doctorada en Cultura, Medios de Comunicaci¨®n e Industrias Creativas en el King¡¯s College de Londres.
¡°Dado el clima pol¨ªtico actual, esta figura est¨¢ adquiriendo una presencia destacada: tras el Brexit y el resultado de las elecciones estadounidenses, los urbanitas, los hipsters, los yuppies y compa?¨ªa, es decir, los principales consumidores de moda, se han dado cuenta de que esta minor¨ªa invisible a la que ninguno de ellos se hab¨ªa dirigido antes existe y tiene voluntad suficiente como para transformar el paisaje pol¨ªtico. Est¨¢n ¨Cestamos¨C at¨®nitos y casi asustados, pero tambi¨¦n fascinados por esa figura de la clase obrera¡±, a?ade.
Al final, la creciente popularidad de los ch¨¢ndales y de las chanclas de piscina de Adidas o la mezcla de los conceptos del buen y del mal gusto demuestran que vivimos en la era de la postiron¨ªa. Con el olor a inminente cat¨¢strofe en el aire, tambi¨¦n pone de manifiesto que es probable que imitemos a quienes tememos.
Vivimos en una ¨¦poca turbulenta y, recu¨¦rdelo al subirse la cremallera de la chaqueta del ch¨¢ndal por la ma?ana, eso no es m¨¢s que otro indicio de la transformaci¨®n del mundo que nos rodea.
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