Predicciones fallidas
Que la gran coalici¨®n del futuro aparente vaya a ser la liderada por el t¨¢ndem Putin/Trump, con China a la cabeza de los defensores del libre comercio, es algo que ni los m¨¢s radicales anticapitalistas pudieron siquiera imaginar
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Qu¨¦ lejos quedan ¡ªy son de ayer mismo¡ª la predicciones que una legi¨®n de cient¨ªficos pol¨ªticos y sociales enunci¨®, cuando declinaba el siglo XX, con aquella envidiable seguridad que para s¨ª quisieran los cultivadores de las ciencias verdaderas, sobre el fin del Estado naci¨®n y su inminente sustituci¨®n por sistemas pol¨ªticos post y supranacionales. Realmente, polit¨®logos y soci¨®logos, que son muy buenos para las predicciones ex- post-, o sea, para argumentar porque nunca aciertan, no dan ni una cuando tratan de predecir el rumbo que tomar¨¢ todo lo relativo al Estado y al poder, que es el objeto de sus lucubraciones.
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Viene esto a cuento en relaci¨®n con los dos grandes pron¨®sticos formulados por esta legi¨®n cient¨ªfica: primero, el ya mentado sobre el fin del Estado naci¨®n ante el imparable avance de la globalizaci¨®n y, segundo, la universalizaci¨®n de la democracia representativa como inmediata consecuencia de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y del fin del imperio sovi¨¦tico-comunista. Que el Estado naci¨®n est¨¢ lejos de retroceder lo prueba, de una parte, que las dos grandes potencias que se repartieron el mundo tras la II Guerra, enfrentadas en guerras fr¨ªas y, desde Corea en adelante, vicariamente calientes all¨ª donde sus intereses entraban en conflicto, ahora parecen haberse empe?ado en una alianza sat¨¢nica para proceder a un nuevo reparto construyendo grandes empalizadas en las fronteras de cada cual: que la gran coalici¨®n del futuro aparente vaya a ser la liderada por el t¨¢ndem Putin-Trump, con China a la cabeza de los defensores del libre comercio, es algo que ni los m¨¢s radicales anticapitalistas pudieron siquiera imaginar. Necesitar¨ªamos un Lenin, experto en otro tipo de predicciones, para que nos indicara qu¨¦ estadio de la evoluci¨®n del capitalismo es este en el que estamos entrando a marchas supers¨®nicas.
May y Le Pen est¨¢n muy convencidas de que la Uni¨®n Europea no es sino un artefacto a destruir
Y luego, o en segundo lugar, que el Estado naci¨®n est¨¢ lejos de retroceder lo prueba tambi¨¦n este frenes¨ª que a todo el mundo ha entrado para construir cada cual su propio Estado, nacional, bien entendido, no cabe pensar en otro; o en el caso de aquella promesa que fue la Uni¨®n Europea como Estado o sistema pol¨ªtico transnacional, la deriva que han emprendido tantos ¡ªy sobre todo, tantas, al menos por ahora¡ª de sus l¨ªderes pol¨ªticos para convertir aquel sue?o en pesadilla, siguiendo la muy patri¨®tica recomendaci¨®n unamuniana de: adentro, adentro, que inventen ellos. Ms May en el anta?o Reino Unido, Mme Le Pen en la anta?o patria de todas las patrias, rindi¨¦ndose zalameras, la primera recordando a estas alturas de la pel¨ªcula la special relationship de su Reino con la Rep¨²blica imperial, la segunda desayunando en una cafeter¨ªa de decorado m¨¢s bien repugnante de una torre de Nueva York ¡ªqui¨¦n lo dir¨ªa: una aspirante a la presidencia de la grand R¨¦publique gaullista batiendo palmas a las puertas de la gran potencia americana¡ª; las dos, en todo caso, muy nacionalistas, muy patriotas, muy convencidas de que la Uni¨®n Europea no es sino un artefacto a destruir.
Y por lo que respecta a la otra gran predicci¨®n, que todos ¡ªy lo dir¨¦ de la manera que ha puesto de moda el nuevo lenguaje pol¨ªtico, esa nueva jerga que parece elaborada para alimentar a ni?os de pecho: cuando digo todos es todos¡ª nos cre¨ªmos a pies juntillas: que la democracia representativa, la ¨²nica realmente existente hasta la fecha, era el horizonte irrebasable de la pol¨ªtica. Ya estamos viendo que no, que la tercera oleada de democratizaci¨®n, que, seg¨²n Huntington, bati¨® el mundo en el ¨²ltimo cuarto del siglo XX, vino a morir en las playas reci¨¦n conquistadas del siglo XXI. La euforia de la que el muy estimable Journal of Democracy rebosaba al celebrar en enero de 2000 el fant¨¢stico avance de las democracias representativas, que de 36 en 1974 llegaron a rebasar la l¨ªnea de cien y que les llev¨® a proclamar el triunfo de Tocqueville sobre Marx ¡ªahora todos somos tocquevilleanos, escribieron¡ª, se convirti¨® no bien pasaron cinco a?os en incertidumbre: no pocas de las festejadas como nuevas democracias resultaron ser ¡°iliberales¡±, que combinaban elecciones con dr¨¢sticas reducciones de derechos individuales y ausencia de l¨ªmites del poder ejecutivo. La celebraci¨®n de elecciones no siempre result¨® prueba de la existencia de democracia, que radica, como bien sab¨ªan los padres fundadores, en la separaci¨®n y el equilibrio de poderes. Eran, nos dijeron, autocracias electivas.
El auge de los nacionalismos podr¨ªa provocar el fin de la democracia representativa
?Es cierto, entonces, que la democracia est¨¢ en retirada, como argumenta Joshua Kurlantzick, o que el mundo de la democracia representativa se est¨¢ acabando, por decirlo con una pol¨ªtica en activo en una de tales democracias, Manuela Carmena? El sombr¨ªo panorama en que nos movemos de un tiempo a esta parte no est¨¢ como para formular predicci¨®n alguna, pero es posible que el c¨¦lebre trilema de Rodrick ¡ªhay que elegir dos de tres: democracia, Estado naci¨®n, globalizaci¨®n¡ª sea algo m¨¢s que un mero pasatiempo para comentarios agudos en las senior common rooms de los campus universitarios angloamericanos y que, en efecto, estemos abocados a elegir dos de esos t¨¦rminos desechando uno. Lo que pasa, lo que Rodrick no incorpor¨® a su trilema, es que la opci¨®n por el Estado naci¨®n, hoy, bien entrados en el siglo XXI, fuera a significar un no a la globalizaci¨®n junto a otro no a la democracia. Dicho de otro modo: que, como ocurri¨® en los a?os treinta del siglo pasado, el auge de los nacionalismos arrastrara simult¨¢neamente el fin de la democracia representativa como forma del Estado naci¨®n y el fin del libre mercado como forma de la econom¨ªa-mundo capitalista. Al cabo, Hitler y Mussolini fueron lo que ahora se llama aut¨®cratas electivos y lo que hicieron con sus Estados fue convertirlos de democracias liberales ¡ªsistemas que los llevaron al poder¡ª en autocracias proteccionistas, mientras los brit¨¢nicos mantuvieron hasta ¨²ltima hora que era posible llegar con ellos a acuerdos sobre esferas de influencia, que era posible ¡°apaciguarlos¡±.
Putin y Trump no son Hitler y Mussolini, de acuerdo (aunque May apaciguando a Trump tenga algo de Chamberlain, este como tragedia, ella como farsa); ni Rusia ni Estados Unidos son hoy lo que fueron Alemania e Italia en los a?os veinte y treinta del siglo pasado, de acuerdo tambi¨¦n. Pero eso no quita para que la ola que ha llevado por dos veces a la humanidad a las cat¨¢strofes de dos grandes guerras sea de similar naturaleza a la que ha aupado al poder a esos dos aut¨®cratas electivos. Esa ola tiene un nombre: nacionalismo, y nadie fue capaz de predecir su terrible potencia destructora hasta que no se puso en movimiento.
Santos Juli¨¢ es historiador. Su ¨²ltimo libro publicado es Nosotros, los abajo firmantes. Una historia de Espa?a a trav¨¦s de manifiestos y protestas (Galaxia Gutenberg).
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