Crisis constitucional e imaginaci¨®n
La idea de una soberan¨ªa atada de pies y manos a una concepci¨®n de la naci¨®n es innecesaria y peligrosa. Hay que mirar fuera y aprender de Canad¨¢, un pa¨ªs que hoy es m¨¢s fuerte y plural en sus fundamentos
Tiene ya muy escaso sentido dar vueltas a la noria de d¨®nde nace y se origina el actual pleito catal¨¢n. Resultar¨ªa de superior lucidez encarar un hecho de mayor trascendencia: que la falta de resoluci¨®n conducir¨¢ a la democracia espa?ola a un callej¨®n oscuro e incierto. La soluci¨®n a priorino existe, ni rebuscando en las entra?as de una Constituci¨®n que naci¨® en un momento cr¨ªtico y con los consensos que la engendraron. Pero, si reafirmamos que es un marco de libertades, esto compromete a las partes para encontrar soluciones a un problema pol¨ªtico de este calibre y no enquistarlo repitiendo el mantra de que la ley est¨¢ por encima de todos. Esto ¨²ltimo es una obviedad, pero el problema planteado en Catalu?a requiere algo m¨¢s que convertir al Tribunal Constitucional en un remedo del Consejo de Castilla. O es que alguien puede creer que se podr¨¢ nombrar como anta?o un gobernador general con todos los poderes menos el de proponer reformas y encauzar problemas (con la salvedad de Mart¨ªnez Campos en la Cuba de 1876).
Los historiadores aportamos pocas certezas en estos debates; pero s¨ª, por lo menos, un esfuerzo m¨¢s veraz en la lectura del pasado y su complejidad. Empezando por la misma cansina idea de Espa?a, Catalu?a o Euskadi como realidades primigenias, origen y destino de cualquier legitimidad pol¨ªtica. No es muy dif¨ªcil comprender que poco efecto puede proporcionar una apelaci¨®n sin matices a Espa?a para aquellos que entienden las otras realidades en los mismos t¨¦rminos de arquitectura nacionalista. Atarse a tanta insistencia en una idea obsoleta desmoviliza a los que apuestan por la reforma y el progreso compartido.
No hay m¨¢s que ver la triste oferta program¨¢tica que los partidarios del statu quo defienden hoy en los lugares donde el conflicto se plantea. La intangibilidad de la Constituci¨®n y el consenso de 1978 no son argumentos sobre los que fundar una pol¨ªtica que no vaya a remolque de los nacionalismos en competencia como fuente de legitimidad exclusiva. En primer lugar porque se insiste en presentar aquellas realidades como algo esencial y unitario, cuya ¨²nica divisi¨®n aceptable es entre buenos y malos patriotas, cuando la historiograf¨ªa muestra la variedad de matices al respecto, los enormes esfuerzos que se han hecho para comprender siquiera la complejidad de quienes comparten identidad nacional. En segundo lugar, porque se reitera sin raz¨®n que solo de la naci¨®n nace la soberan¨ªa pol¨ªtica, algo que la historia no sostiene y la realidad, empezando por la europea, desmiente cotidianamente.
Las realidades forales en Navarra y las provincias vascas no derivan del nacionalismo
Dos ejemplos referidos a la historia peninsular avalan nuestra posici¨®n. En primer lugar, la larga vigencia de las realidades forales en Navarra y las provincias vascas, que no son precisamente una derivaci¨®n del nacionalismo sino todo lo contrario. Fue all¨ª donde tuvo que hacerse realidad el sue?o constitucional que los espa?oles americanos hab¨ªan albergado hasta constatar en 1821 que no iba a ser posible compartir naci¨®n con la metr¨®poli. Los vascos s¨ª pudieron porque desde 1839 tuvieron justamente lo que no tuvieron los americanos: autonom¨ªa. Articulada sobre una ley con dos art¨ªculos, funcion¨® hasta 1876 y se transmut¨® luego en los Conciertos Econ¨®micos. Fue entonces cuando surgi¨® la expresi¨®n ¡°derechos hist¨®ricos¡± para referirse a aquella autonom¨ªa. Si el primer nacionalismo vasco denost¨® toda esa tradici¨®n pol¨ªtica generada entre 1839 y 1878, otros afluentes del nacionalismo la utilizaron a beneficio de inventario. Tambi¨¦n lo hicieron otras familias pol¨ªticas e ideol¨®gicas, como el socialismo, sobre todo desde que Indalecio Prieto se puso al mando. Es la autonom¨ªa lo que hist¨®ricamente ha articulado la identidad vasca (y la espa?ola en Euskadi).
Una segunda nos devuelve al caso de los catalanes. Cuando el despertar de la naci¨®n moderna en la Espa?a del siglo XIX ¡ªy al igual que sucede en Castilla con el gran mito liberal de los comuneros y sus libertades perdidas¡ª, los catalanes rebuscaron en su historia medieval: Cortes, comercio y posesiones en el Mediterr¨¢neo, los fundamentos de su orgullo llamado entonces provincial para contribuir a la fundaci¨®n de la naci¨®n espa?ola. La disparidad de desarrollos condujo el primer historicismo liberal a una clara formulaci¨®n de un patriotismo dual, al mismo tiempo catal¨¢n y espa?ol. Aquel que se expres¨® literalmente en la f¨®rmula Espa?a es la naci¨®n, Catalu?a la patria. Muy tarde en el siglo, aquel complejo sentimiento de pertenencia deriv¨® en una importante corriente de nacionalismo que, hasta hace muy poco, se desarroll¨® en paralelo a las modulaciones cambiantes de formas de identidad que admit¨ªan de alg¨²n modo la doble pertenencia. Sin ir m¨¢s lejos: el republicanismo y el obrerismo anarquista y comunista catal¨¢n hasta 1939. Las dos dictaduras del siglo XX hicieron muy dif¨ªcil esta posibilidad, pero pudo ser rescatada por el sentido de solidaridad del antifranquismo.
La idea de una soberan¨ªa atada de pies y manos a una concepci¨®n de la naci¨®n es innecesaria y peligrosa. Todav¨ªa lo es m¨¢s si esta naci¨®n, como sucede con casi todos los s¨ªmbolos del Estado y la lengua castellana, est¨¢ tallada sobre uno de los varios moldes identitarios que existen en Espa?a. Para paliar esto tiene poco sentido insistir en la unidad de la naci¨®n, en el mandato constitucional o en un federalismo hueco, un artefacto meramente pol¨ªtico sin consistencia cultural. Antes lo dijimos: no existe una f¨®rmula, debe buscarse. Para ello hace falta imaginaci¨®n y flexibilidad pol¨ªtica. Tambi¨¦n mirar fuera y aprender, de Canad¨¢ por ejemplo.
Se necesitan dosis de sentido de la realidad a la hora de articular nuevas soluciones
Sin duda deben existir legalidad y claridad constitucional, pero tambi¨¦n dosis de sentido de la realidad a la hora de articular nuevas soluciones constitucionales (en el uso de las lenguas, para empezar). La derrota del secesionismo quebequ¨¦s ¡ªel grupo de origen europeo m¨¢s antiguo¡ª no conllev¨® el cierre constitucional canadiense. Ah¨ª est¨¢ la fundaci¨®n de la provincia de Nunavut en 1999, para resarcir en lo posible al pueblo inuit; tampoco lo est¨¢ siendo la investigaci¨®n sobre las pol¨ªticas genocidas perpetradas durante siglos contra las naciones indias. La federaci¨®n canadiense es hoy un pa¨ªs m¨¢s fuerte y m¨¢s plural en sus fundamentos. Su soberan¨ªa result¨® fortalecida a trav¨¦s del pacto y consolidando diferencias culturales, ling¨¹¨ªsticas y lecturas del pasado que no es necesario esconder bajo la alfombra de la condescendencia. Un mayor ejercicio de reflexi¨®n hist¨®rica, de rigor y respeto por la complejidad del pasado puede aportar valor a?adido a las discusiones del presente sin salir del terreno que le es propio. Puede, al menos, avivar esa tan necesaria imaginaci¨®n pol¨ªtica, antes de que lleguemos a un fiasco que pagaremos entre todos.
Josep M. Fradera (Universitat Pompeu Fabra/ICREA) y Jos¨¦ Mar¨ªa Portillo (Universidad del Pa¨ªs Vasco/Vitoria-Gasteiz).
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