Dos escalas en Estambul
SE VIERON por primera vez mientras hac¨ªan cola para abordar un vuelo a Estambul, en la terminal 1 de Barajas.
En realidad, ella le vio primero, aunque, una vez establecido el contacto, ¨¦l fue m¨¢s insistente. Los dos ten¨ªan aproximadamente la misma edad, a uno y otro lado de la barrera de los 50, y ambos viajaban en turista. Ella, profesora titular en una universidad p¨²blica, estaba acostumbrada. ?l, arquitecto, se hab¨ªa quedado sin plaza en bussiness por la ineficacia de su nueva secretaria, que s¨®lo hab¨ªa podido conseguirle una salida de emergencia a cambio de un precio, eso s¨ª, incomparablemente inferior del que habr¨ªa pagado por volar acostado.
Ninguno de los dos iba a Estambul, ninguno de los dos lo sab¨ªa. Por eso, ¨¦l pens¨® que era una pena coincidir con una mujer tan atractiva en un vuelo con escala, y ella lament¨® no haberse encontrado con aquel hombre tan interesante en el segundo tramo de su itinerario, un vuelo de casi 12 horas. Cuando empez¨® el embarque, las filas de sus asientos los separaron. Ella volaba en una ventana de la fila 39; ¨¦l, 20 filas m¨¢s adelante.
Mientras intentaban dormir, con resultados dispares, cada uno se acord¨® del otro con las mismas palabras, qu¨¦ pena.
La escala en Estambul no era muy larga, un par de horas en un aeropuerto casi desierto de madrugada, pero ¨¦l sali¨® primero y se fue directamente a un bar, donde se tom¨® dos whiskys seguidos con la esperanza de atontarse lo suficiente para dormir en su vuelo a Jap¨®n. Como hab¨ªa wifi gratis, se qued¨® hasta el ¨²ltimo momento, y cuando se sent¨® en su salida de emergencia, ella ocupaba ya otra ventana, a¨²n m¨¢s al fondo. Mientras intentaban dormir, con resultados dispares, cada uno se acord¨® del otro con las mismas palabras, qu¨¦ pena. Ella no lleg¨® despierta a la cena, pero se espabil¨® a las cuatro horas. Justo cuando ¨¦l acababa de dormirse por fin.
No coincidieron en las colas de inmigraci¨®n. En la cinta del equipaje s¨ª, apenas un par de minutos. Sus maletas salieron casi a la vez, pero sus trayectorias divergieron en la aduana. En la terminal de llegadas, sin embargo, casi tropezaron al dirigirse con id¨¦ntica decisi¨®n hacia el mismo cartel. Los dos se apellidaban Rodr¨ªguez, pero el conductor que sosten¨ªa un folio con ese apellido le estaba esperando a ¨¦l.
¨C?Vaya! ¨Cella sonri¨® antes de imaginar el p¨¦simo aspecto que tendr¨ªa despu¨¦s de un viaje de 18 horas¨C. Qu¨¦ casualidad.
¨CS¨ª ¨C¨¦l le devolvi¨® la sonrisa mientras pensaba que ten¨ªa muy buena cara¨C. Nos apellidamos igual.
En ese momento, una peque?a comitiva de profesores japoneses se la llev¨®, casi en volandas, hacia otra puerta de salida. En el ¨²ltimo momento, gir¨® la cabeza para mirarle y volvi¨® a sonre¨ªr. ?l maldijo su suerte en silencio, porque en otras ciudades del mundo habr¨ªa tenido alguna posibilidad de coincidir con ella, en Tokio no. Tokio era demasiado grande, los trayectos en metro demasiado largos, los lugares donde comer extraordinariamente bien tantos, que pens¨® que nunca la volver¨ªa a ver. Eso era lo mismo que pensaba ella en el coche del director del congreso que la hab¨ªa invitado.
Los dos durmieron seis noches en Jap¨®n y, en efecto, no se vieron. Pero los dos ten¨ªan billete para volver en el mismo vuelo, siempre con escala en Estambul. .
Los dos durmieron seis noches en Jap¨®n y, en efecto, no se vieron. ?l estuvo todo el tiempo en la capital. Ella fue a Kioto y regres¨® el mismo d¨ªa en el que ¨¦l hizo una excursi¨®n a Kamakura. Pero los dos ten¨ªan billete para volver en el mismo vuelo, siempre con escala en Estambul.
La segunda fue mucho peor, y no s¨®lo porque era bastante m¨¢s larga, sino porque llegaron molidos despu¨¦s de doce horas y pico de vuelo y con seis horas de menos, que al llegar a Madrid ser¨ªan ocho. All¨ª, al abordar el segundo tramo de su viaje de vuelta, volvieron a verse, pero estaban tan cansados que ninguno de los dos reaccion¨®. Un rato despu¨¦s de despegar, sin embargo, ¨¦l se levant¨®, la busc¨® y la encontr¨® dormida. Volvi¨® a su asiento, escribi¨® una nota y la dej¨®, junto con su tarjeta de visita, encima de su bandeja.
Hola, dec¨ªa. Hace 10 a?os no habr¨ªa parado hasta conseguir ligar contigo, pero estoy machacado, demasiado cansado para hacer nada mejor que esto. Me encantar¨ªa que me llamaras, un beso.
Al volver a su asiento, cruz¨® los dedos mientras reconoc¨ªa, a su pesar, que el problema no eran las horas, sino la edad.
Al despertarse, ella vio la nota y sonri¨®, pero cuando fue a buscarle, ¨¦l se hab¨ªa quedado dormido.
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