El silencio de los partidos
Aunque los individuos tienen responsabilidad moral, los partidos no responden a ese criterio. Para combatir la corrupci¨®n es necesario que las organizaci¨®nes pol¨ªticas tengan que rendir cuentas a m¨¢s controles externos
Nuestro ministro de Justicia parece manifestar una querencia irrefrenable por la conocida cantinela seg¨²n la cual ¡°la responsabilidad pol¨ªtica por la corrupci¨®n se salda en las urnas¡±. Una tonadilla que atrapa a las mil maravillas nuestra tortuosa relaci¨®n con la corrupci¨®n y que resulta, por lo dem¨¢s, particularmente pegadiza: tampoco sus cr¨ªticos parecen poder quit¨¢rsela de la cabeza. Muchas muestras de indignaci¨®n e innumerables aspavientos, s¨ª¡ pero razones, entre pocas y ninguna.
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El problema radica en que seguimos atrapados en una dicotom¨ªa ¡ªla que distingue entre responsabilidad penal y responsabilidad pol¨ªtica, sin admitir otro matiz¡ª que, lejos de iluminarnos, lo que logra es ofuscarnos. En un universo conceptual en el que solo alumbran esos dos soles, la responsabilidad pol¨ªtica ¨²nicamente puede enfocarse desde un prisma moral, deontol¨®gico. Los pol¨ªticos dimitir¨ªan por principios, como movidos por el rechazo ¨¦tico que en su interior provocar¨ªan ciertos proyectos de ley o ciertos comportamientos. El impulso volitivo ser¨ªa por tanto interno, aut¨®nomo, personal. Se dimitir¨ªa por coherencia, por integridad, por verg¨¹enza o por cualquier otra categor¨ªa eminentemente moral. Es un espejismo.
Esa concepci¨®n se forja en el siglo XIX, cuando los protagonistas de la pol¨ªtica eran individuos, esto es, parlamentarios de carne y hueso. Pero hace ya mucho que la pol¨ªtica no la protagonizan las personas ¡ªsusceptibles de principios, de moral y de integridad¡ª, sino los partidos. Y a los partidos el sol de la moral no parece iluminarles ni mucho ni poco. Ellos responden a otro tipo de luz.
Para percibir esa luz hemos de mirar fuera. En ingl¨¦s ¡°responsabilidad¡± se dice de dos maneras: ¡°Responsability¡± y ¡°accountability¡±. El primer vocablo equivale a nuestra ¡°responsabilidad moral¡±, y se aplica por tanto a los individuos. El segundo no tiene en castellano un equivalente exacto¡ ese es nuestro problema, y por eso solo nos es dado entender la responsabilidad pol¨ªtica como responsabilidad personal. Nos falta un t¨¦rmino para la accountability.
En Espa?a reina un abrumador silencio en las formaciones sobre la corrupci¨®n propia
?Y qui¨¦n es esa se?ora?, se preguntar¨¢n. Pues es ese tipo de responsabilidad que, siendo pol¨ªtica, no es sin embargo personal. ¡°Accountability¡± suele traducirse como ¡°rendici¨®n de cuentas¡±, un rodeo terminol¨®gico a mi juicio poco eficaz porque rechaza la subjetivaci¨®n: no podemos decir que los partidos son ¡°rindables de cuentas¡± o algo as¨ª. O podemos, claro, pero el resultado es espantoso.
Yo propongo ¡°controlabilidad¡±. Al contrario que la responsabilidad moral ¡ªinterna, aut¨®noma, personal¡ª la controlabilidad ser¨ªa externa, heter¨®noma e institucional. Los individuos tienen responsabilidad moral, esto es, responden ante sus principios (por definici¨®n, internos). Los partidos no pueden responder ante algo as¨ª, por lo que responden ante controles (externos). No son responsables, son controlables. O, m¨¢s bien, resultar¨¢n responsables solo en la medida en que se sometan a ciertos controles. Y tanto la responsabilidad moral de los pol¨ªticos como la controlabilidad de los partidos son responsabilidad pol¨ªtica.
As¨ª que, en cierto sentido, la tonadilla del ministro no anda del todo desafinada. Todo lo que no es responsabilidad penal es responsabilidad pol¨ªtica y esta ¡°se salda en las urnas¡±. De acuerdo, pero¡ ?en qu¨¦ urnas? Porque a lo mejor no se trata de cambiar de canci¨®n, sino de a?adir versos al estribillo.
El problema aqu¨ª es que en Espa?a solo existe un tipo de control externo y pol¨ªtico para los partidos: las elecciones. Constituyen la ¨²nica ocasi¨®n en que los partidos se someten a una evaluaci¨®n pol¨ªtica independiente de ellos mismos. Se trata de una insuficiencia democr¨¢tica en la que radica el origen de muchos de nuestros males.
?Queremos luchar contra la corrupci¨®n? Hay muchos frentes, pero el primero es el pol¨ªtico, porque sin ¨¦l los dem¨¢s no se activar¨¢n. Necesitamos que la pol¨ªtica responda m¨¢s y mejor a la voluntad de la gente, esto es, que la pol¨ªtica sea m¨¢s responsable. As¨ª que necesitamos m¨¢s ¡°urnas¡±, en efecto: primarias, censos de militantes con derecho a voto, congresos partidistas bianuales y controlados por el poder judicial, etc¨¦tera. Nuestra Ley de Partidos es un chiste. No incluye ni un solo control democr¨¢tico entre elecci¨®n y elecci¨®n. No hay urnas entre las urnas.
Necesitamos m¨¢s primarias y m¨¢s congresos controlados por el poder judicial
?Por qu¨¦ en otros pa¨ªses los pol¨ªticos dimiten m¨¢s a menudo? No es porque sus pol¨ªticos atesoren una integridad moral superior, o algo as¨ª. Es porque su sistema pol¨ªtico incorpora m¨¢s controles, muchos m¨¢s. Su musiquilla pol¨ªtica incluye esos estribillos por ley. Y la melod¨ªa resultante es otra. Pol¨ªtica, s¨ª, pero otra.
El caso del alem¨¢n Von Guttemberg ¡ªque dimiti¨® de la vicepresidencia del pa¨ªs al descubrirse que hab¨ªa copiado su tesis doctoral¡ª se cita con fruici¨®n y envidia entre nosotros. Lo que no se cita es que su mayor inquisidora fue la ministra de Educaci¨®n de su propio Gobierno. ?Se imaginan, en Espa?a, a un ministro criticando a otro abiertamente? Aqu¨ª y ahora es pol¨ªtica ficci¨®n, pero esa es la m¨²sica a la que nos acostumbrar¨ªamos si la corrupci¨®n no fuera, como es entre nosotros, tan solo un arma para atizar al partido rival sino, adem¨¢s, una lacra a denunciar tambi¨¦n en el compa?ero de partido contra el que compito por un puesto en la organizaci¨®n.
En Espa?a est¨¢n cambiando muchas cosas. Una de las que deber¨ªa cambiar en primer lugar es el abrumador silencio que reina en el interior de los partidos. Un silencio que, si se piensa bien, es antipol¨ªtica pura. Si en Alemania es normal que un ministro critique a otro por copiar en la universidad¡ ?qu¨¦ no hubieran o¨ªdo en aquel pa¨ªs los electores de centroderecha decir a sus representantes si hubiera aparecido algo as¨ª como un B¨¢rcenas teut¨®n?
Mir¨¦monos al espejo. Aqu¨ª, casi sin excepci¨®n, en cada caso de corrupci¨®n los representados no oyen a sus representantes, sino solo a los de la oposici¨®n. El ¡°y t¨² m¨¢s¡± deber¨ªa empezar a tornarse en ¡°qu¨¦ verg¨¹enza que envilezcas nuestros principios con tu actitud¡±. Introducir controles es el primer paso para que esa m¨²sica comience a cambiar. Y as¨ª, quiz¨¢s, podremos empezar a olvidar de una vez la vieja tonadilla que tanto encandila al ministro, a su partido y a ese ensordecedor silencio ante la corrupci¨®n de los suyos que los caracteriza.
Jorge Urd¨¢noz Ganuza es profesor de Filosof¨ªa del Derecho de la Universidad P¨²blica de Navarra.
www.20destellos.com
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