Educar sin castigos, de ninguna clase
Las t¨¦cnicas punitivas no modifican la conducta a largo plazo, deterioran el v¨ªnculo entre el ni?o y el adulto, generan resentimiento y violencia
¡°Qui¨¦n es esa mitad de la humanidad que, viviendo junto a los adultos y con ellos, est¨¢, al mismo tiempo, tan tr¨¢gicamente separada de estos. La obligamos a cargar con el fardo de los deberes del hombre del ma?ana sin otorgarles sus derechos del hombre de hoy¡±. Janusz Korczak1
Plantear una educaci¨®n sin castigos, tanto en el ¨¢mbito familiar como escolar, hace que se disparen las alarmas generadas por los prejuicios, las creencias y los miedos arraigados en nosotros con la fuerza de los siglos y la inercia de la cultura predominante. Sin embargo, dicen los expertos que estamos en constante evoluci¨®n y que somos sustancialmente m¨¢s inteligentes que hace algunos miles de a?os, lo que debiera traducirse sobre todo en una mayor adaptabilidad y flexibilidad.
Desde la psicolog¨ªa y otras ciencias que estudian al ser humano, y aunque con muchas limitaciones a¨²n, tenemos un mayor conocimiento de c¨®mo funciona la psique humana, qu¨¦ nos mueve, qu¨¦ nos hace aprender, a qu¨¦ tememos, qu¨¦ buscamos. En este contexto, nace un planteamiento filos¨®fico, pedag¨®gico y psicol¨®gico donde algunos profesionales y padres planteamos una educaci¨®n exenta de castigos, de ninguna ¨ªndole.
Nuestra sociedad evoluciona hacia leyes m¨¢s civilizadas, democr¨¢ticas y respetuosas con los derechos humanos y hoy por hoy, muchas formas de castigo que se usaban antes ser¨ªan constitutivas de delito. Sin embargo, las sociedades cambian antes sus leyes que sus mentalidades. Hacen falta varias generaciones para erradicar una forma de pensamiento.
Por ejemplo hace algunos a?os, en este pa¨ªs, no era delito pegar una bofetada a tu mujer ni estaba mal visto, era algo aceptado por una sociedad construida sobre un recalcitrante machismo instalado en la base. Hoy, algunos a?os despu¨¦s, empezamos a no mirar para otro lado y vamos poco a poco aprendiendo a no normalizar determinadas formas de violencia, aunque a ojos vista est¨¢, nos queda mucho por recorrer. En lo que tiene que ver con el castigo llevamos una evoluci¨®n paralela, cambiando a formas menos aversivas, generalmente no f¨ªsicas, pero todav¨ªa sostenidas sobre la creencia de que el castigo educa.
Y si bien es cierto que mediante t¨¦cnicas punitivas es posible modificar la conducta indeseada, no es menos cierto que no se lograr¨¢ un efecto a largo plazo y que la motivaci¨®n para elegir hacer las cosas de forma ¨¦tica no tendr¨¢ nada que ver con la motivaci¨®n interna, sino con la evitaci¨®n de dicho castigo.
Es decir, cuando educamos, lo que buscamos es que nuestros hijos o alumnos se manejen desde una conducta ¨¦tica, moral, solidaria, respetuosa con las normas y con los dem¨¢s. Sin embargo, no es ese el efecto que se consigue a trav¨¦s del castigo a una conducta inadecuada. Por no entrar a valorar las consideraciones ¨¦ticas que se derivan de imponer un castigo a un ser humano en fase de aprendizaje, m¨¢s d¨¦bil y vulnerable y con quien tenemos un v¨ªnculo afectivo.
Pero adem¨¢s, est¨¢ suficientemente demostrado que el castigo no modifica la conducta a largo plazo, no educa, deteriora el v¨ªnculo entre el ni?o y el adulto, genera resentimiento, conductas evitativas, y violencia. Fragiliza una autoestima en construcci¨®n, genera ansiedad y miedo, y perpet¨²a el modelo anacr¨®nico, simplista e ineficaz de educaci¨®n que ya no defender¨ªan ni los conductistas m¨¢s radicales. Se trata de un modelo aprendizaje que corresponde al siglo pasado y experimentado inicialmente con animales, para generalizarlo despu¨¦s al comportamiento humano.
Luego el castigo no produce un aprendizaje de los valores que pretendemos inculcar. Es una enorme paradoja, porque cuando se les pregunta a los padres qu¨¦ quieren para sus hijos, la mayor¨ªa responde que sean buenas personas y que sean felices.
Llegados a este punto, la pregunta es c¨®mo hacer para que nuestros hijos hagan lo que debe hacerse. Y es aqu¨ª donde se impone un cambio radical de paradigma: si yo quiero ayudar a un ni?o a aprender formas adecuadas de conducta y a convertirse en la mejor versi¨®n de s¨ª mismo que pueda, tendr¨¦ que utilizar otras herramientas alejadas completamente de cualquier acci¨®n punitiva.
Hablamos de construir un v¨ªnculo s¨®lido, basado en la confianza mutua, donde quedan fuera planteamientos tales como ¡°ellos siempre quieren salirse con la suya¡±, ¡°si no te impones, te comen¡±, etc.¡ que traducen una visi¨®n de la relaci¨®n con nuestros hijos desde el punto de vista de ¡°ganar-perder¡±, donde yo adulto tengo que imponerme al ni?o para educarle. Una visi¨®n de la relaci¨®n basada en el enfrentamiento subliminal o expl¨ªcito donde hay ¡°quien sale ganando o perdiendo¡±.
Cambiando la mirada que hemos interiorizado a trav¨¦s de una cultura genuinamente violenta, cambiaremos la forma de relacionarnos, especialmente con nuestros hijos. Esto no es una batalla (aunque a veces logremos convertirlo en eso), es un proceso de aprendizaje y ojal¨¢ que de disfrute, donde soy referente y filtro para un ser humano que empieza a aprender la vida.
Y no se trata de ausencia de l¨ªmites ni de normas, ni mucho menos. Se trata de un marco de juego donde ellos, nuestros hijos, son parte esencial y necesaria de su construcci¨®n. Normas negociadas, flexibles, argumentadas, con un sentido que beneficie a ambas partes. Y unas consecuencias naturales derivadas de su no cumplimiento, sin artificios forzados por parte del adulto.
Queremos que aprendan a vivir salvaguardando y cuidando lo m¨¢s preciado de que disponen: a s¨ª mismos.
Muchas voces adultas dir¨¢n que ellos fueron educados con los castigos necesarios y que se lo agradecen a aquellos que se los impusieron porque lo hicieron por amor y por su bien. Pero muchos de estos adultos andan cojos o muy cojos de autoestima, de autocontrol, de sentido vital. Y no defienden aquellas acciones punitivas que les humillaron a fin de reconducirles y mostrarles el buen camino, sino a quienes se las impusieron porque a fin de cuentas todos necesitamos preservar el recuerdo de quienes debieron querernos, aunque no lo hicieran bien.
Y tambi¨¦n est¨¢n los que dir¨¢n que es tan bonito como ut¨®pico. De estos siempre ha habido, por los siglos de los siglos, hasta que alguien, guiado por un faro diferente, convierte la teor¨ªa en realidad y entonces la humanidad avanza. Lenta, adormilada, acomodada en su violenta y muchas veces vac¨ªa zona de confort, defendiendo el ¡°siempre se ha hecho as¨ª¡± como una bandera tras la cual esconderse.
Dice Albert Einstein que ¡°ning¨²n problema puede resolverse sin cambiar el nivel de conciencia que lo ha engendrado¡±. Se puede y se debe educar sin castigar, con unas pautas que explicar¨¦ en el siguiente art¨ªculo. Se requiere un cambio interno en nosotros, los padres, los educadores. Se requiere una gran dosis de criterio y valent¨ªa. Nuestros hijos no son el enemigo.
1 Janusz Korczak, seud¨®nimo con el que publicaba Henryk Goldszmit (1878-1942), fue un m¨¦dico y pedagogo innovador polaco, autor de publicaciones sobre la teor¨ªa y la pr¨¢ctica de la educaci¨®n. Fue un precursor de la lucha en favor de los derechos y la igualdad de los ni?os.
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