De Afganist¨¢n a M¨¦xico, una lucha global
Las mujeres pelean en todo lugar y con toda arma posible por el derecho a la igualdad, a la seguridad, y por unas condiciones de vida mejores. Juntas entonan un "Ya basta" global. He aqu¨ª siete historias testimonio
En una habitaci¨®n rigurosamente desnuda del remoto y monta?oso Pakist¨¢n, las mujeres desaf¨ªan las costumbres locales y se re¨²nen con regularidad para solucionar los casos de violencia dom¨¦stica y las disputas legales. A un hemisferio de all¨ª, cuatro mujeres, ataviadas con llamativos trajes de vaquero, cantan canciones de cabaret que tratan del feminicidio incontrolado en el norte de M¨¦xico. En Nueva York, Londres y Berl¨ªn, cientos de miles de mujeres toman las calles para protestar por sus derechos, y en un m¨ªsero suburbio del norte de India, chicas vestidas de rojo persiguen a sus agresores y se protegen mutuamente.
En muchos lugares del mundo, las mujeres han logrado grandes avances en su lucha por la igualdad. En el ¨²ltimo medio siglo, 59 pa¨ªses han tenido l¨ªderes mujeres. Seg¨²n Naciones Unidas, en 2014, tambi¨¦n 59 pa¨ªses hab¨ªan adoptado legislaciones que establec¨ªan la igualdad salarial para el mismo empleo, 125 hab¨ªan aprobado leyes que prohib¨ªan el acoso sexual en el lugar de trabajo, y 128 ten¨ªan leyes que garantizaban la igualdad de las casadas en lo referente a la propiedad.
A¨²n as¨ª, todav¨ªa queda mucho por hacer. En el mundo, la violencia de g¨¦nero afecta al menos a un tercio de la poblaci¨®n femenina. En M¨¦xico, por ejemplo, cada d¨ªa seis mujeres son asesinadas, seg¨²n datos del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio. Casi 300.000 ni?as y mujeres mueren por complicaciones relacionadas con el embarazo y el parto, y alrededor de dos tercios de los m¨¢s de 750 millones de adultos analfabetos que hay en el mundo son mujeres, informa la ONU.
Pese a los avances, en 2016, menos de una cuarta parte de los legisladores del mundo eran mujeres. Peor a¨²n, en algunos casos los derechos est¨¢n retrocediendo, como en las zonas controladas por el Estado Isl¨¢mico, en las que las mujeres suelen ser tratadas como una propiedad, o a¨²n peor. Mientras tanto, en algunos lugares de Estados Unidos, el acceso al aborto seguro y legal vuelve a estar amenazado. La ¡°ley mordaza global¡± del reci¨¦n elegido presidente estadounidense Donald Trump, que bloquea la financiaci¨®n a las organizaciones que asesoran sobre la interrupci¨®n del embarazo y proporcionan asistencia, tendr¨¢ repercusiones de primer orden sobre las mujeres que quieran acceder a los servicios de salud reproductiva.
El descontento de las mujeres por pa¨ªses Statista
Aunque sean un mundo aparte geogr¨¢fica y culturalmente, las mujeres que luchan de muchas maneras, grandes y peque?as, por el derecho a la seguridad, la igualdad y unas condiciones de vida mejores, forman parte de un mismo movimiento mundial no oficial que est¨¢ tomando impulso. Juntas, estas mujeres est¨¢n diciendo: ¡°ya basta¡±.
He aqu¨ª siete historias testimonio:
- En Afganist¨¢n, las chicas se conectan a Internet
- Poner freno al acoso sexual en Egipto
- Autodefensa y microfinanciaci¨®n en los suburbios de India
- Combatir la violencia sexual en Sud¨¢frica
- Las mujeres desaf¨ªan las tradiciones locales en el valle del Swat, en Pakist¨¢n
- Las reinas del macabro cabaret de M¨¦xico
- Donde las mujeres reinan en un pedazo de tierra de Kenia
En Afganist¨¢n, las chicas se conectan a Internet
Por: Jennifer Collins (Kabul) y Storay Karimi (Herat)
Grupos de adolescentes se api?an en torno a los ordenadores en un aula luminosa y azul. Algunas teclean furiosamente; otras navegan por blogs que muestran las ¨²ltimas tendencias de moda. Fuera, la gente se dedica a sus tareas cotidianas en la bulliciosa ciudad de Herat, en Afganist¨¢n, con su antigua fortaleza y su hermosa mezquita cubierta de azulejos.
Hace unos meses, estas mismas adolescentes no sab¨ªan encender un ordenador.
Actualmente, las chicas del instituto Goharshad Begum, en la tercera ciudad m¨¢s grande de Afganist¨¢n, publican en Facebook y en Twitter, actualizan sus blogs y programan con facilidad gracias a los proyectos de formaci¨®n en inform¨¢tica puestos en marcha en 2012 por el Fondo Ciudadano Digital (DCF, por sus siglas en ingl¨¦s), una iniciativa de las emprendedoras y hermanas afganas Roya y Elaha Mahboob, junto con el empresario italiano Fancesco Rulli.
¡°Hemos aprendido programas de v¨ªdeo, Gmail, Twitter y Viber¡±, cuenta Hilali, de 16 a?os, mientras trabaja con su ordenador en el atestado laboratorio de inform¨¢tica del instituto. ¡°As¨ª hemos desarrollado nuestro conocimiento y nuestra comprensi¨®n de la tecnolog¨ªa¡±.
En Afganist¨¢n, los derechos de las mujeres han avanzado. Las calles de Kabul, la capital del pa¨ªs, son testimonio del cambio. Algunas siguen cubri¨¦ndose de pies a cabeza con el tradicional chador de color azul claro, pero much¨ªsimas otras llevan vaqueros ajustados combinados con camisas largas, chaquetas de cuero y zapatos con los dedos al aire mientras sujetan sus bolsos camino del trabajo, el colegio o la facultad.
No obstante, en este pa¨ªs, gobernado en el pasado por los talibanes, muchos siguen pensando que el sitio de la mujer est¨¢ en la casa, y no Internet. Las hermanas Roya y Elaha Mahboob quer¨ªan cambiar la situaci¨®n y dar oportunidades a las mujeres en el sector de la tecnolog¨ªa, equipando las escuelas para chicas con ordenadores y otros dispositivos, y ense?¨¢ndoles a usarlos.
¡°Este es el sector m¨¢s importante en estos momentos¡±, explica Elaha Mahboob sentada en un espacioso despacho lleno de luz en Kabul, y siempre con un ojo puesto en su m¨®vil, que no deja de tintinear. ¡°Queremos empoderar a las mujeres mediante las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n porque les van a ser muy ¨²tiles para ellas mismas y para su futuro¡±.
Hasta ahora, esta organizaci¨®n sin ¨¢nimo de lucro ha creado 13 centros inform¨¢ticos y de programaci¨®n en Herat y Kabul, lo cual ha dado acceso a Internet a 55.000 alumnas en un pa¨ªs en el que las tasas de alfabetizaci¨®n femenina adulta rondan el 18% y en el que las mujeres sufren acoso verbal en los cibercaf¨¦s. En los pr¨®ximos dos a?os, el DCF proyecta formar a m¨¢s de 5.000 estudiantes en alfabetizaci¨®n y programaci¨®n financiera y digital.
La iniciativa est¨¢ teniendo repercusiones en m¨¢s de un sentido. ¡°Les gusta mucho porque pueden conectarse, hablar con sus amigos, compartir sus blogs y sus ideas¡±, dice Mahboob. ¡°Despu¨¦s de la formaci¨®n que les damos, vemos un cambio en su manera de pensar y en su inter¨¦s por los ordenadores. Algunas incluso deciden estudiar inform¨¢tica. Se conectan m¨¢s a otros mundos¡±.
La propia Elaha Mahboob y su hermana son producto de este mundo m¨¢s interconectado. Su familia huy¨® a Ir¨¢n durante la ocupaci¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n y se quedaron en el pa¨ªs hasta 2003, dos a?os despu¨¦s de la ca¨ªda del r¨¦gimen talib¨¢n. Ambas, que ya tienen m¨¢s de 20 a?os, estudiaron inform¨¢tica en la Universidad de Herat y fundaron la consultor¨ªa Afghan Citadel Software, dedicada a las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n, que desaf¨ªa las normas sociales al emplear sobre todo a mujeres. Entre sus clientes est¨¢n la OTAN y muchos ministerios del Gobierno afgano.
Aun as¨ª, Mahboob y las personas que trabajan en el programa se han encontrado con una reacci¨®n de rechazo. Las llamadas telef¨®nicas y los correos electr¨®nicos amenazadores llevaron a una de las profesoras a dejar los cursos de inform¨¢tica. Pero el DCF se niega a abandonar. Por el contrario, est¨¢n intentando combatir el miedo de algunos padres y l¨ªderes locales a introducir a las mujeres en el mundo de los ordenadores. ¡°Hablamos con ellos para convencerles de que esto no es nada malo, que solo lo hacemos para ayudar a sus hijas, para aumentar sus conocimientos. Y les decimos que tambi¨¦n podr¨ªa ser una ayuda financiera¡±, explica Mahboob. Al parecer, este enfoque funciona. ¡°Ahora, la mayor¨ªa de ellos conf¨ªan en nosotras... y en sus hijas¡±.
Poner freno al acoso sexual en Egipto
Por: Louise Osborne (El Cairo)
Una tarde, Amany Mohamed, de 25 a?os, sali¨® de una estaci¨®n de metro del centro de El Cairo en la que, momentos antes, se hab¨ªa encontrado inesperadamente con un desagradable toqueteo que, seg¨²n cuenta, fue humillante para ella. ¡°Me tocaba peg¨¢ndose a m¨ª o de pasada¡±, explica la joven en una animada calle de la capital. ¡°Yo lo maldec¨ªa y me sent¨ªa asqueada del pa¨ªs y del mundo¡±.
¡°Normalmente, el acoso sexual consiste en que te silben y te hablen¡±, dice. ¡°Pero ahora las cosas est¨¢n peor. En Egipto, en todas partes, los hombres miran tu cuerpo. Y no me queda m¨¢s remedio que intentar taparme algunas zonas¡±. Que las piropeen, les silben y les metan mano es algo que, en Egipto, forma parte de la vida cotidianas de las mujeres en los autobuses, las tiendas, los centros de ense?anza y las calles.
Actualmente, la iniciativa Harassmap est¨¢ intentado hacer algo al respecto. A trav¨¦s de la investigaci¨®n, la divulgaci¨®n y la comunicaci¨®n, el grupo se propone que el acoso sexual deje de ser aceptable en un pa¨ªs en el que el fen¨®meno est¨¢ muy extendido. Para lograrlo, trabajan en la creaci¨®n de una nueva norma social contraria al acoso.
Un informe de 2013, publicado por ONU Mujeres, revel¨® que el 99,3% de las mujeres que respondieron a una encuesta realizada en Egipto hab¨ªan sufrido acoso, incluidas todas sus modalidades, desde las bromas insinuantes, llamadas de tel¨¦fono no deseadas, hasta la violaci¨®n.
El 99,3% de las egipcias asegura haber sufrido alg¨²n tipo de acoso, desde comentarios obscenos por la calle hasta violaciones
¡°A la gente ni siquiera se le ocurre que est¨¦ mal hacerlo, o que sea un delito, o que vaya a tener repercusiones¡±, constata Rebecca Chiao, cofundadora de Harassmap. ¡°Hay personas muy agresivas que lo hacen a prop¨®sito, pero tambi¨¦n hay otras que, sencillamente, van haciendo su vida normal y tienen la costumbre de meterse con cualquier chica que pasa¡±.
Harassmap documenta los casos de agresi¨®n sexual mediante una herramienta cartogr¨¢fica p¨²blica accesible por Internet y a trav¨¦s de mensajes desde el m¨®vil. Asimismo, llega a la comunidad gracias a una red de cientos de voluntarias que trabajan para convencer a los habitantes de los barrios y a las universidades del pa¨ªs para que est¨¦n alerta ante posibles casos de acoso sexual, e intervengan si es necesario.
Chiao cuenta que la organizaci¨®n tiene su origen en d¨¦cadas de agresiones que causaron mucho sufrimiento a sus antiguas compa?eras. Pens¨® que ten¨ªa que hacer algo al respecto. Por eso dedic¨® los dos a?os siguientes a investigar sobre el tema y finalmente cre¨® un programa que, en 2010, se convirti¨® en Harassmap.
Hace casi cuatro a?os, el entonces presidente provisional de Egipto, Adly Mansour, promulg¨® un decreto que criminalizaba el acoso sexual e impon¨ªa penas de c¨¢rcel y multas (o ambas) a los agresores. Despu¨¦s, el presidente Abdel Fatah inst¨® a crear un comit¨¦ para abordar el asunto. Desde entonces, algunos acusados de cometer delitos sexuales han sido condenados a prisi¨®n, pero, dada la proliferaci¨®n de obst¨¢culos, sigue sin estar claro hasta qu¨¦ punto la ley se ha aplicado y ha sido eficaz.
"Por supuesto, la polic¨ªa no se toma en serio esta clase de delitos", denuncia Helen Rizzo, catedr¨¢tica asociada de Sociolog¨ªa de la Universidad Estadounidense de El Cairo. "A menudo, ellos mismos son los acosadores".
Al menos, en Harassmap est¨¢n viendo los frutos de su esfuerzo, aunque no hay datos concretos que indiquen hasta qu¨¦ punto es eficaz en la prevenci¨®n. Al grupo le han llegado noticias ocasionales de que la poblaci¨®n vigila y se rebela contra las agresiones en aquellos barrios en los que se ha puesto en marcha su iniciativa para llegar a toda la comunidad, llamada ?reas seguras. "Si piensas en la totalidad del problema, este proyecto es muy peque?o, pero tenemos la esperanza de que si logramos extender nuestras ¨¢reas seguras, como lo estamos haciendo, a lo mejor, como m¨ªnimo, podemos hacer una peque?a contribuci¨®n", concluye Chiao.
Autodefensa y microfinanciaci¨®n en los suburbios de India
Por: Mandakini Gahlot (Lucknow)
Ocho j¨®venes vestidas con t¨²nicas rojas y pa?uelos negros caminan decididas por un estrecho callej¨®n del suburbio de Madiyav, en el norte de India. Los chicos se apartan veloces de su camino, evitando mirarlas a los ojos.
Las muchachas llegan a una casa que hay en la esquina del callej¨®n. Dos de ellas entran y aparecen con un chaval desali?ado. La adolescente Preeti Verma le rodea el cuello con la mano y lo empuja hacia las otras chicas para hacer justicia. El chico se ha dedicado a acechar a una de las j¨®venes de Madiyav.
"Se lo advertimos dos veces. Incluso nos quejamos a sus padres, pero ¨¦l no par¨®", explica Usha Vishvakarma, l¨ªder del grupo. Cuando levantan al joven en volandas y empiezan a golpearlo con los pu?os y los zapatos, los vecinos miran. El miedo se refleja en las caras de los espectadores varones, pero las chicas que hay entre la multitud observan con regocijo. "Parad, por favor. Prometo que no volver¨¦ a hacerlo", suplica ¨¦l.
El suburbio de Madiyav est¨¢ en las afueras de la ciudad de Lucknow. Es un denso asentamiento con calles estrechas flanqueadas a ambos lados por regueros de aguas residuales. No parece un lugar en el que puede haber arraigado una revoluci¨®n, y mucho menos una liderada por chicas. En todo el mundo, la violencia de g¨¦nero afecta al menos al 30% de las mujeres, pero estas j¨®venes forman parte de un movimiento m¨¢s amplio que dice: "Ya basta". Ahora, ellas caminan con paso firme por los estrechos callejones, infundiendo temor en los corazones de los hombres.
Las cosas no siempre fueron as¨ª. Hace pocos a?os, el suburbio de Madiyav era un lugar especialmente peligroso para las mujeres. A menudo las acosaban y las agred¨ªan, y cada semana se informaba de alguna violaci¨®n. La mayor¨ªa de las v¨ªctimas no ten¨ªan ning¨²n sitio al que recurrir.
"Antes, si una chica denunciaba que un hombre se hab¨ªa sobrepasado, le echaban la culpa a ella, por salir de casa. Se hab¨ªa expuesto a que le pasase", recuerda Afreen Jan, una de las primeras en unirse al grupo. "Cuando era peque?a, iba a clases particulares y un profesor me agredi¨® y me toc¨® indecentemente. M¨¢s adelante, mi hermanastro me viol¨®", relata. Le daba mucho miedo cont¨¢rselo a su familia porque sab¨ªa que, para protegerla, sus padres la encerrar¨ªan en casa y no dejar¨ªan que fuese al colegio.
A juicio de Vishwakarma, esta cultura del silencio y de la culpabilizaci¨®n de la v¨ªctima era incluso m¨¢s insidiosa que los ataques sexuales. Ella misma hab¨ªa padecido repetidamente la violencia sexual siendo ni?a, y decidi¨® tomar cartas en el asunto. En 2011, organiz¨® la Brigada Roja, un singular grupo de vigilancia que ha crecido a medida que el problema de los delitos sexuales ha adquirido m¨¢s visibilidad en el pa¨ªs.
"Si un chico molesta a una chica o se mete con ella, primero hablamos con ¨¦l y le preguntamos por qu¨¦ se porta as¨ª. El segundo paso consiste en quejarnos a sus padres si sabemos d¨®nde vive. Tambi¨¦n ponemos inmediatamente una denuncia a la polic¨ªa, de manera que no puedan acusar al grupo de violencia", explica Vishwakarma. "Si el chico no deja de acosar a la chica, nuestro ¨²ltimo paso consiste en juntarnos todas y humillarlo p¨²blicamente. Hay varias maneras de hacerlo; peleamos con ¨¦l o le pegamos".
Puede que a muchas personas estos m¨¦todos les parezcan extremos, pero han demostrado su eficacia. La polic¨ªa local no puede proporcionar datos exactos de la disminuci¨®n de las agresiones sexuales en Madiyav, pero calcula un descenso de casi el 50% desde que el grupo se form¨® en 2011.
Al principio, a Vishwakarma le cost¨® mucho oponerse a las ideas tradicionales que predominaban en el suburbio. "La postura tradicional es que las chicas tienen que quedarse en casa y cumplir las normas. Y cuando salimos para ir a trabajar o cualquier otra cosa, lanzan toda clase de acusaciones contra nosotras. Me llamaban prostituta. La gente piensa que las mujeres no podemos trabajar fuera del hogar, que somos muy d¨¦biles".
Las cosas cambiaron en diciembre de 2012, cuando una estudiante llamada Jyoti Singh fue violada y asesinada a 500 kil¨®metros de Nueva Dheli. El suceso conmocion¨® al pa¨ªs y tambi¨¦n cambi¨® las actitudes en el suburbio de Madiyav. Los padres se dieron cuenta de que era importante empoderar a sus hijas. Al poco tiempo, la Brigada Roja hab¨ªa reclutado m¨¢s de 100 miembros. Se re¨²nen casi a diario para aprender defensa personal, y, a menudo, llevan a cabo protestas en Lucknow en solidaridad con las v¨ªctimas de violaciones.
"Ahora, los mismos que antes me acosaban, cuando me ven cruzan las manos y me saludan", explica Vishwakarma. "As¨ª que ha habido un gran cambio. Hoy en d¨ªa, la gente de aqu¨ª nos respeta". Desde que empez¨® sus actividades, la Brigada Roja ha entrenado a 35.000 mujeres en t¨¦cnicas de defensa personal y, seg¨²n Usha, su objetivo es entrenar al menos a un mill¨®n en los pr¨®ximos a?os. El a?o pasado, el grupo se extendi¨® a Benar¨¦s, otra ciudad del Estado de Uttar Pradesh, y tambi¨¦n ha puesto en marcha un proyecto de microfinanciaci¨®n llamado Banco de las Mujeres.
Sin embargo, todav¨ªa se encuentran con la oposici¨®n de muchos vecinos, que siguen pensando que el sitio de una chica es su casa. Habitantes del suburbio como Aanchal Shukla, madre de tres hijas, tienen sentimientos encontrados sobre si dejarlas salir al mundo. "S¨ª, las apoyaremos, pero no para que salgan de casa. Dentro de ella, pueden hacer lo que quieran", puntualiza. "Mi marido no quiere que las chicas vayan fuera. Es muy convencional, no cree en las ideas modernas de que las j¨®venes tengan que estudiar y trabajar".
Combatir la violencia sexual en Sud¨¢frica
Por: Zaheer Cassim (Johanesburgo)
Era mayo de 2006 y el vicepresidente de Sud¨¢frica, Jacob Zuma, acababa de ser absuelto de un delito de violaci¨®n. Miles de partidarios, tanto hombres como mujeres, esperaban fuera del Tribunal Supremo de Johanesburgo para expresar su apoyo a su futuro presidente.
En medio del mar amarillo, verde y negro ¨Clos colores del Congreso Nacional Africano, el partido gobernante¨C, un grupo de mujeres se hab¨ªa situado detr¨¢s de la denunciante de Zuma, que hab¨ªa afrontado a diario los interrogatorios y las amenazas de lo partidarios del mandatario. El proceso, unido a la sensaci¨®n de que el sistema jur¨ªdico sudafricano no era justo, fue el catalizador para que surgiese la campa?a Una de Nueve, una organizaci¨®n que lucha en favor de las supervivientes de violaciones.
Para las mujeres negras pobres de clase trabajadora, la democracia no significa mucho en Sud¨¢frica
A lo largo de los a?os, la organizaci¨®n ha reclamado al Gobierno cambios en la legislaci¨®n, se ha manifestado fuera de los tribunales para defender que las supervivientes de violaciones suban al estrado a declarar, ha boicoteado marchas antifeministas y ha dado a conocer las carencias y la falta de comprensi¨®n que afectan a los asuntos relacionados con las mujeres y la violencia sexual en Sud¨¢frica.
"Cuando una mujer informa de una violaci¨®n y nosotras la apoyamos directamente, promovemos que se tome conciencia en torno al caso", afirma Kwezilomso Mbandazayo, miembro de la campa?a y anteriormente l¨ªder del programa. "Introducimos diversos aspectos de la educaci¨®n pol¨ªtica para entender por qu¨¦ se produce la violencia y en qu¨¦ clase de sociedad vivimos; celebramos talleres, conversamos y proyectamos pel¨ªculas. Estamos muy en contacto con los medios de comunicaci¨®n en relaci¨®n con el caso en concreto y con cualquier otra cuesti¨®n que pueda surgir", abunda.
Mbandazayo dice que la organizaci¨®n presta un servicio fundamental en un pa¨ªs que ha superado muchas injusticias, pero que todav¨ªa sigue relegando el tema de la violencia sexual contra las mujeres. "Nuestro papel en la sociedad sudafricana es importante, sobre todo porque la ret¨®rica del pa¨ªs cuenta la historia de una Sud¨¢frica con leyes fant¨¢sticas, que somos una naci¨®n que ha derrotado al apartheid y que ahora se enfrenta a unos cuantos asuntos, pero que, en general, va bien", afirma la activista. "Sin embargo, la verdad es que, en particular para las mujeres negras pobres de clase trabajadora, la democracia no significa mucho".
De hecho, las estad¨ªsticas de violaciones en Sud¨¢frica, pa¨ªs al que la Interpol ha puesto la etiqueta de "capital mundial de la violaci¨®n", son alarmantes. Seg¨²n las estad¨ªsticas de la polic¨ªa hechas p¨²blicas para 2014 y 2015, cada d¨ªa unas 147 mujeres denuncian agresiones sexuales en la "naci¨®n del arco iris", pero se cree que la cifra real es mucho m¨¢s alta, ya que la violaci¨®n es un delito que no se denuncia en todos los casos, puntualizaba Mbandazayo.
"En 2005, el consejo de investigaci¨®n m¨¦dica hizo un estudio que mostr¨® que de cada nueve mujeres violadas, solo una denuncia la violaci¨®n. De ah¨ª nuestro nombre, 'Una de Nueve'", explica.
Organizaciones como la campa?a Una de Nueve han contribuido a cambiar el discurso que rodea a la violencia sexual contra las mujeres y a los derechos de estas, afirman los analistas.
"No habr¨ªa un debate p¨²blico claro sobre estos temas, los periodistas no se estar¨ªan haciendo eco como lo hacen", afirma Shireen Hassim, profesora de Ciencias Pol¨ªticas de la Universidad de Witwatersrand de Johanesburgo. "No creo que quienes se dedican a las demandas de inter¨¦s p¨²blico (los abogados) le prestasen tanta atenci¨®n como le est¨¢n prestando, as¨ª que, en mi opini¨®n, han generado algo de debate p¨²blico y una cierta conciencia".
Las mujeres desaf¨ªan las tradiciones locales en el valle del Swat, en Pakist¨¢n
Por Naila Inayat (Valle del Swat)
Las verdes monta?as del valle del Swat, en Pakist¨¢n, est¨¢n gobernadas por la jirga. La instituci¨®n, cuya palabra es ley en el valle, desempe?a funciones de consejo y tribunal local. Antes estaba compuesta exclusivamente por hombres. Pero ya no.
Actualmente, 25 mujeres se sientan en el suelo de una peque?a habitaci¨®n y debaten asuntos relacionados con la custodia de los hijos, la violaci¨®n, las palizas y los robos, as¨ª como otros temas legales y jur¨ªdicos.
A la cabeza del grupo est¨¢ Tabassum Adnan, una habitante del valle que en 2013 dio un giro a los roles de g¨¦nero al constituir la primera jirga femenina de la regi¨®n, la misma zona que hab¨ªa estado bajo el dominio absoluto de los talibanes, y en la que en 2012 dispararon en la cabeza a la activista de 15 a?os Malala Yousafzai por empe?arse en que las ni?as ten¨ªan que ir al colegio.
Adnan cuenta que tom¨® la decisi¨®n de crear una jirga femenina despu¨¦s de haber visto c¨®mo el sistema era incapaz de proteger a una mujer de la zona. "Siempre he sido partidaria de la idea de la clemencia", declara Adnan. "Una ni?a fue atacada con ¨¢cido. Cuando se present¨® su caso a la jirga formada por hombres, estos le prometieron todo su apoyo, pero no ayudaron en absoluto". La chica suplic¨® que se hiciese justicia. Al poco tiempo, muri¨®.
La Gran Jirga de Swat, compuesta por hombres, recibe consultas sobre casos de violaci¨®n y asesinato, mientras que el consejo formado por las 25 mujeres se ocupa de la violencia de g¨¦nero, la herencia, la atenci¨®n sanitaria y otros temas sociales, incluidos los matrimonios infantiles. Estos ¨²ltimos son habituales en Pakist¨¢n como parte de la tradici¨®n wani, seg¨²n la cual se da en matrimonio a una ni?a en compensaci¨®n por un delito cometido por un pariente var¨®n. Las jirgas masculinas se suelen poner de parte de los hombres.
Los casos de matrimonio infantil son especialmente importantes para Adnan, que, cuando ten¨ªa 14 a?os, fue obligada a casarse con un hombre veinte a?os mayor que ella. Adnan pas¨® dos d¨¦cadas en esa relaci¨®n de maltrato, cay¨® en la drogadicci¨®n y perdi¨® un ri?¨®n antes de conseguir por fin el divorcio en contra de los deseos de su familia y de las normas de esta sociedad conservadora. ¡°Mi familia no me apoy¨® en absoluto¡±, recuerda. ¡°Pero yo me recuper¨¦ por mis propios medios y sal¨ª de esa situaci¨®n miserable¡±.
A pesar de que la jirga de mujeres est¨¢ ganando credibilidad en el territorio antes controlado por los talibanes, sus adversarios conservadores niegan que haya sitio para el consejo femenino. ¡°En nuestra sociedad no existe la idea de una jirga de mujeres¡±, asegura Mehboob Ali, uno de los habitantes del Valle de Swat. ¡°Es un falso consejo creado para conseguir financiaci¨®n extranjera. Las ONG que est¨¢n presentes en Pakist¨¢n siempre ponen en marcha esa clase de aventuras que luego la gente ni recuerda¡±.
Otros, como Inam-ur-Rehman Kanju, ex presidente de la jirga masculina, son m¨¢s tolerantes y aseguran que tienen confianza en el consejo femenino. ¡°Rezamos por su ¨¦xito¡±, dice Kanju. ¡°A veces las invitamos a nuestras reuniones para que puedan aprender c¨®mo se dirige una jirga. Tienen mucho camino que recorrer, pero a nosotros su consejo no nos molesta¡±.
La jirga femenina ya est¨¢ haciendo que cambie la forma de pensar, como indica su aceptaci¨®n por parte de Kanju. Adnan tambi¨¦n ha sido la primera mujer invitada a participar en la Gran Jirga de Swat. Adem¨¢s, actualmente es portavoz de la primera asamblea de mujeres de Swat, que se constituy¨® en enero de 2016 y que se ocupa de los derechos de las mujeres de la zona.
Tambi¨¦n ha cosechado sus propios ¨¦xitos. En una ocasi¨®n, un hombre irrumpi¨® en casa de una mujer del valle, la atrac¨® y le arranc¨® los dientes con un cuchillo. La jirga femenina lo llev¨® ante los tribunales, cuenta Adnan. Con todo, piensa que el consejo tiene mucho trabajo por delante. ¡°Quiero que nos libremos de las costumbres machistas tradicionales que reducen a las mujeres a los roles estereot¨ªpicos¡±, declara. ¡°Quiero fomentar el empoderamiento de las mujeres¡±.
Las reinas del macabro cabaret de M¨¦xico
Por: Maria Gallucci (Ciudad de M¨¦xico)
Cuatro mujeres ataviadas con llamativos trajes de vaquera salen al escenario en medio del ritmo machac¨®n y trepidante de la m¨²sica de una banda mexicana. El cuarteto empieza a bailar con una exageraci¨®n c¨®mica y canta una melod¨ªa nasal. La letra contrasta con el alegre caos. Trata sobre el feminicidio, los asesinatos sin aclarar de cientos de mujeres en el norte de M¨¦xico.
El objetivo de la troupe, conocida como Las Reinas Chulas, es precisamente crear momentos discordantes e irreverentes como este. La compa?¨ªa mexicana de cabaret utiliza el humor, la s¨¢tira y la farsa para inducir a la gente a hablar de los dif¨ªciles problemas a los que se enfrenta M¨¦xico, desde el aumento de la violencia contra las mujeres hasta la corrupci¨®n pol¨ªtica, pasando por la pobreza, la desigualdad de g¨¦nero y los ocho a?os de guerra contra el narcotr¨¢fico.
Nora Huerta, una de las fundadoras del grupo, afirma que re¨ªrse de las cosas serias es cat¨¢rtico. ¡°Para m¨ª, el cabaret es como una olla a presi¨®n con una v¨¢lvula para el vapor que evita que la olla explote. Nosotras somos esa v¨¢lvula para la sociedad¡±.
Las Reinas Chulas, cuyo nombre en espa?ol es un t¨¦rmino cari?oso para referirse a las mujeres, formaron su grupo en Ciudad de M¨¦xico en 1999. Huerta y sus compa?eras Marisol Gas¨¦, Ana Francis Mor y Cecilia Sotres son una de las pocas compa?¨ªas de teatro independientes del pa¨ªs, y han escrito, producido, dirigido y representado docenas de espect¨¢culos, muchos de ellos presentados en el bar-teatro El Vicio, en el barrio colonial de Coyoac¨¢n.
¡°Nos vestimos como hombres, nos quitamos la ropa, cantamos, gritamos y decimos tacos. Nos atrevemos a hacer muchas cosas y romper los paradigmas establecidos¡±, cuenta Huerta. Las actrices no aspiran a utilizar solo el valor de la sorpresa. Quieren suscitar reflexiones sobre temas delicados que la mayor¨ªa de la gente prefiere ignorar, y al mismo tiempo mover al p¨²blico a luchar por un M¨¦xico mejor. ¡°Ese es el objetivo de este espacio, crear una comunidad, decir las cosas en voz alta y denunciarlas¡±, subraya Gas¨¦. ¡°Esta ha sido nuestra principal tarea desde que creamos la compa?¨ªa Las Reinas Chulas: ponernos de parte de las causas que hay que sacar a la luz¡±.
Los detractores del Gobierno de M¨¦xico sostienen que los l¨ªderes no est¨¢n haciendo lo suficiente para acabar con el n¨²mero cada vez mayor de secuestros, violaciones y asesinatos de mujeres por parte de las bandas de narcotraficantes, que agreden a la poblaci¨®n femenina como demostraci¨®n territorial de fuerza. Ana G¨¹ezmes Garc¨ªa, representante de ONU Mujeres en M¨¦xico, ha calificado esta violencia de ¡°pandemia¡±.
Lo derechos en materia de salud reproductiva son otra de las grandes preocupaciones. En algunos estados, el aborto es delito, y hay hospitales que han informado de la discriminaci¨®n de las mujeres ind¨ªgenas embarazadas.
Con su trabajo, Las Reinas Chulas se han convertido en unas destacadas activistas a favor de los derechos humanos y de g¨¦nero. Por ejemplo, apoyaron una campa?a nacional a favor de la puesta en libertad de Yakiri Rub¨ª Rubio. Esta joven de 20 a?os pas¨® cuatro meses entre rejas tras matar en defensa propia a un hombre que la estaba violando, y todav¨ªa se enfrenta a la acusaci¨®n de homicidio.
Sergio Aguayo Quezada, profesor de El Colegio de M¨¦xico y defensor de los derechos humanos, considera que el cabaret puede difundir y reforzar las tendencias progresistas en el p¨²blico, particularmente en las zonas del pa¨ªs en las que los activistas, los periodistas y los pol¨ªticos sufren acoso o son asesinados por expresarse. A diferencia de las formas tradicionales de protesta, el humor negro ha sido ¡°tolerado hist¨®ricamente por el poder¡±, lo cual ha permitido que grupos como Las Reinas Chulas hagan p¨²blicas sus cr¨ªticas mediante la representaci¨®n.
Aguayo a?ade que Las Reinas Chulas han sido fundamentales para resucitar el cabaret como forma de activismo en M¨¦xico. ¡°Para ellas, es una cruzada no solo actuar delante de grandes p¨²blicos, sino tambi¨¦n divulgar el evangelio de las libertades¡±.
Para Sotres, adem¨¢s, las actrices no corren los mismos riesgos que otras activistas de M¨¦xico debido a su actitud c¨®mica. ¡°Nosotras somos las juglares, las bufonas, las que durante miles de a?os se han sentado al lado del rey y se han burlado de ¨¦l, pero a trav¨¦s del humor¡±, explica. ¡°Nuestra arma, y nuestro escudo, es el humor¡±.
Donde las mujeres reinan en un pedazo de tierra de Kenia
Por: Janelle Dumalaon y Tonny Onyulo
Cuando ten¨ªa 12 a?os, Rebecca Lolosoli estuvo a punto de morir debido a un accidente de nacimiento. Rebecca naci¨® en la tribu samburu de las vastas y abrasadas llanuras del norte de Kenia, y fue ni?a. Esta tribu de pastores semin¨®madas practica la mutilaci¨®n genital femenina.
¡°Sufr¨ª la circuncisi¨®n y estuve a punto de morir¡±, recuerda. ¡°Pero tuve suerte porque dio la casualidad de que estaba cerca de un hospital. Pas¨¦ un mes con suero y transfusiones¡±, detalla. Para Lolosoli y las dem¨¢s mujeres de su pueblo, la ablaci¨®n es un hecho de la vida imposible de evitar y una m¨¢s de las muchas duras lecciones que aprenden sobre lo que significaba ser una mujer samburu. Ya a los siete a?os, las ni?as son engalanadas con joyas, lo que indica que los hombres pueden tener relaciones con ellas aunque no tengan intenci¨®n de casarse.
¡°Cuando era peque?a, vi muchas cosas que les pasaban a las mujeres y a las chicas¡±, cuenta. ¡°Nos pueden matar en cualquier momento. Si tu marido te quiere matar, puede hacerlo. No ten¨ªamos derecho a elegir a nuestros esposos. No ten¨ªamos derecho a ser propietarias de nada. No ten¨ªamos derecho a vivir¡±, enumera. Ahora, cuatro d¨¦cadas m¨¢s tarde, vive en una aldea rudimentaria y polvorienta llamada Umoja Uaso, situada a cuatro horas en coche de la capital, Nairobi, en un desierto en el que se acaba la carretera y cerca de un campo de entrenamiento conocido como Archer¡¯s Post, que antes utilizaban los soldados brit¨¢nicos.
Un vallado tambaleante de ramas espinosas rodea la aldea, compuesta m¨¢s o menos por una docena de peque?as chozas de paja y adobe, sin apenas adornos ni protecci¨®n contra los elementos. Las mujeres se re¨²nen a diario en un lugar de encuentro situado en el centro para ensartar cuentas multicolores, matar moscas y arrullar a los beb¨¦s que sufren de c¨®licos.
No se ven hombres por ning¨²n sitio.
Umoja Uaso (en suajili significa ¡°unidad¡±) es un santuario exclusivamente femenino fundado hace 25 a?os por Lolosoli y sus amigas para las mujeres que huyen del maltrato y la violencia sexual. Actualmente, en el pueblo viven 48, pero la paz ha sido dif¨ªcil de ganar.
¡°Mi marido me pegaba. Se qued¨® con todos los animales y se negaba a alimentar a los ni?os¡±, cuenta Nalaram Lesarkapo, una de las primeras habitantes del poblado. ¡°Me un¨ª a las mujeres fuertes que conoc¨ª aqu¨ª, y eso fue lo que me dio fuerza. Olvid¨¦ a la persona que hab¨ªa sido antes¡±.
Lesarkapo huy¨® de su pueblo junto con otras 14 mujeres que explican que los soldados brit¨¢nicos las violaron. Despu¨¦s de las presuntas agresiones, fueron expulsadas de sus casas o los maridos intentaron matarlas por deshonrar a sus familias, as¨ª que ayudaron a fundar Umoja.
Ante la ausencia de medios viables para ganarse la vida, las mujeres del poblado empezaron a confeccionar y vender adornos de cuentas y artesan¨ªas hechas a mano junto a la carretera. Los hombres, resentidos con su ¨¦xito, ven¨ªan a menudo a hostigarlas mientras estaban trabajando, las empujaban a la maleza y las insultaban, relata Lolosoli.
Por eso, all¨ª los hombres no son bienvenidos. Hay algunos contratados para cuidar del ganado y arreglar el vallado, as¨ª como para otras tareas que las mujeres tradicionalmente no realizan. ¡°No construimos la aldea como un pueblo para mujeres sin hombres, solo que los varones nos pusieron ese nombre¡±, precisa Lolosoli. ¡°Para ellos es como una palabrota¡±.
Y, de hecho, la oposici¨®n ha seguido siendo fuerte entre los hombres de los poblados vecinos. ¡°En nuestra cultura, cuando las mujeres se hacen cargo de las responsabilidades de los varones como hacen ellas, se las margina¡±, explica Aleper Lomukunyu, que vive en un pueblo a un kil¨®metro de Umoja. ¡°Y cualquier mujer que se oponga a nuestra cultura se convierte en una traidora a la comunidad¡±.
La hostilidad que rodea a la aldea no es la ¨²nica dificultad a la que se enfrentan Lolosoli y sus amigas. Hace poco, la malaria acab¨® con la vida de tres de las vecinas de Umoja; los bandidos y los ladrones de ganado hacen acto de presencia de vez en cuando, como es habitual en el norte de Kenia, y tambi¨¦n ha habido algunas que se han marchado y han fundado un poblado aparte.
A pesar de todo, Umoja se ha convertido en un centro de asesoramiento para las mujeres. A lo largo de los a?os, Lolosoli y las dem¨¢s habitantes de la aldea han preparado a 28 grupos, les han asesorado sobre sus derechos y les han dado informaci¨®n sobre la ablaci¨®n y las posibilidades de escolarizaci¨®n de las ni?as. Sin embargo, esta parte de su misi¨®n se vuelto m¨¢s dif¨ªcil cuando la financiaci¨®n ha disminuido, cuenta Lolosoli, quien promete que seguir¨¢ luchando de todas maneras. ¡°Creo que esta aldea seguir¨¢ existiendo mucho tiempo porque las mujeres necesitan un sitio al que ir cuando tienen problemas¡±, vaticina.
¡°La lucha por los derechos de las mujeres es algo que llevo en el coraz¨®n¡±, zanja.
Esta serie de reportajes ha sido realizada con el apoyo del European Journalism Centre (EJC).
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