Yo era otro
Si no hablas desde tu nicho identitario, nadie ni siquiera te entiende.
Llegu¨¦ a vivir a Estados Unidos hace una d¨¦cada. Ten¨ªa 24 a?os y me acababa de titular en la UNAM con una tesis en Filosof¨ªa Pol¨ªtica (diatriba bienintencionada y mal escrita) sobre c¨®mo la teor¨ªa de la justicia de John Rawls exclu¨ªa del contrato social a los migrantes indocumentados. Mi visi¨®n del pa¨ªs era monol¨ªtica, simplista, llena de confuso encono y contrariada admiraci¨®n.
A los pocos meses, contestando un cuestionario en un hospital, di con la pregunta: ¡°?Raza?¡±. Las opciones: Blanco, Negro, Hispano, Otro¡ Fui a protestarle al recepcionista (como si fuera su culpa). ¡°?Hispano no es una raza, Se?or!¡±. Me escane¨® desde las profundidades de su hast¨ªo y nom¨¢s alz¨® las cejas. Volv¨ª a mi asiento y tach¨¦: ¡°Otro¡± y, junto a eso, escrib¨ª: ¡°And fuck you¡±. Meses despu¨¦s, el editor de una revista de modas me ofreci¨® una columna sobre el dating en NY como ¡°mujer de color¡±. Declin¨¦: ¡°Soy casada y de color verdoso, as¨ª que nadie me invita a dates¡±.
La violencia taxon¨®mica se extend¨ªa a otras esferas. En mis seminarios de doctorado, en Columbia, las lecturas de teor¨ªa literaria empacaban todo en r¨ªgidas categor¨ªas ¡ª¡°minor¨ªas¡±, ¡°marginalidad¡±¡ª y se me revolv¨ªa el est¨®mago. Me enojaba, no porque no sea cierto que en la desigual distribuci¨®n de poderes y prestigios tenemos literaturas que unos consideran ¡°marginales¡±, as¨ª como sexos y grupos vistos como ¡°minoritarios¡±, sino porque me parec¨ªa hip¨®crita que acad¨¦micos y escritores reputados pontificaran desde el ¡°margen¡± cuando era claro que sus sueldos y posiciones los colocaban m¨¢s bien en un ¡°centro¡±, muy lejos de la experiencia de las personas a las que supuestamente daban voz. No cre¨ªa, por ejemplo, que la brillante y c¨¢ustica cr¨ªtica Gayatri Spivak, jefa del programa donde yo era alumna, dijera nada que garantizara una mejor vida a las caribe?as que por las noches barr¨ªan los pasillos de la universidad, o a los yemen¨ªs due?os de delis, o a los repartidores mexicanos, pedaleando sin tregua por la ciudad, con las cadenas de sus bicis terciadas como dobles cananas, a la Zapata.
Lo que todav¨ªa no entend¨ªa era que el poder del aparato del identity politics es tal que subsume a todo ¡°otro¡± a esas categor¨ªas. Y no hay escapatoria. En el Land of the Free nadie elige la identidad o intersecci¨®n de identidades que le es asignada. Si no hablas desde tu nicho identitario, nadie ni siquiera te entiende. Imposible navegar con la bandera rimbaudiana: Yo soy otro (and fuck you). Integrarse es dejarse someter a una sola forma de ser otro. Por supuesto, ahora siempre tacho ¡°Hispanic¡±, y le sonr¨ªo d¨®cilmente a los recepcionistas.
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