La verdad de la novela
La convalecencia de una guerra no dura cuatro d¨ªas, sino cien a?os. 'El monarca de las sombras', de Javier Cercas, habla de los muertos cuando todav¨ªa est¨¢n vivos en la memoria sentimental. Es, por tanto, una apolog¨ªa de la memoria hist¨®rica
Los fantasmas vivos del pasado y del presente han vuelto a despertar con El monarca de las sombras, de Javier Cercas. Ma?aneras voces se han puesto en guardia para recelar o combatir sus posiciones, mientras otros hemos vuelto a leer lo que dice la novela por si esta vez Cercas se hab¨ªa metido en un berenjenal indecoroso. Pero es f¨¢cil saber la verdad: el berenjenal es su lugar natural porque es el h¨¢bitat de la literatura que quiera ser algo m¨¢s que entretenimiento, sin dejar de ser entretenimiento y emoci¨®n, narraci¨®n y aventura.
Otros art¨ªculos del autor
Algunas de las reacciones en defensa de la memoria hist¨®rica (contra un supuesto agresor a la memoria hist¨®rica, como ya pas¨® con El impostor), me han sacado del sopor contemplativo: como tengan raz¨®n quienes le asignan intenciones subterr¨¢neas de destruir, sabotear o enterrar de una vez la memoria hist¨®rica, mi verg¨¹enza personal y hasta cultural va a ser infinita e irreversible. Aunque no cueste nada leer sus libros, porque se leen a todo tren, es posible que pida algo de calma comprender el dispositivo que los pone en marcha.
A m¨ª me parece que El monarca de las sombras est¨¢ escrito contra el peso de las leyendas familiares, sentimentales y consoladoras; est¨¢ escrito contra la cobard¨ªa que prefiere no saber y mantener la paz en casa. Todo ¨¦l nace del coraje que por fin ha tenido Cercas para contarle a su madre ¡ªa todas las madres¡ª la verdad de la historia de su familia y su h¨¦roe privado, y no perpetuar el consuelo legendario de la memoria familiar. Por eso no es un ataque a la memoria hist¨®rica sino una defensa radical de la memoria hist¨®rica: es una apolog¨ªa de la verdad del pasado sin la intoxicaci¨®n interesada de la memoria sentimental de los nuestros. Las leyendas familiares mienten y fabulan porque son nuestras y no est¨¢n ni contrastadas ni objetivadas, viven de generaci¨®n en generaci¨®n como una especie de milagroso ritual de pertenencia a la tribu que constituye cada familia, dispuesta a perseverar en el relato urdido de una sola vez e inmaculadamente inc¨®lume, sin que nadie o casi nadie decida explorar la veracidad efectiva de ese relato heredado porque hacerlo podr¨ªa poner en duda su fiabilidad y romper la cadena de transmisi¨®n de padres a hijos y nietos.
Equivocar la raz¨®n pol¨ªtica no condena autom¨¢ticamente al error moral
Este libro no lo pudo escribir Javier Cercas hace decis¨¦is a?os porque no hab¨ªa aprendido todav¨ªa a imaginarlo. Para entonces no sab¨ªa ¡°escribir a mi modo el libro sobre Manuel Mena¡± que s¨ª ha sabido ya escribir, seg¨²n explica en El monarca de las sombras. Lo s¨¦ porque yo estaba all¨ª. El resultado de aquel fracaso de hace diecis¨¦is a?os fue Soldados de Salamina, que era una defensa de la raz¨®n pol¨ªtica de la Rep¨²blica y sobre todo correg¨ªa la ingratitud que, tambi¨¦n en democracia, los poderes y la sociedad misma tuvieron con quienes hab¨ªan perdido en Espa?a la guerra civil y hab¨ªan ganado en Europa la Segunda Guerra Mundial: los exiliados y los vencidos. Eso suced¨ªa en 2001, y con raz¨®n contribuy¨® decisivamente a fortalecer el impulso de las asociaciones de la memoria hist¨®rica en favor del rescate de las v¨ªctimas de la guerra y el franquismo. Pero hab¨ªa nacido del fracaso o la impotencia para contar la historia que no pudo o no supo contar entonces. Lo que fue imposible tantos a?os atr¨¢s, est¨¢ hoy en El monarca de las sombras. Es el repudio de la confusi¨®n usual entre raz¨®n moral y raz¨®n pol¨ªtica: tener la raz¨®n pol¨ªtica no garantiza tener la raz¨®n moral y equivocar la raz¨®n pol¨ªtica (como le sucede al joven envenenado de falangismo de El monarca de las sombras) no condena autom¨¢ticamente al error moral.
Cercas abandon¨® entonces esta novela que ha escrito hoy, como habr¨ªamos abandonado la mayor¨ªa de nosotros, por una raz¨®n moral que es literaria: todav¨ªa no hab¨ªa reunido el valor para averiguar la historia verdadera detr¨¢s de un relato de familia que era m¨¢s leyenda que verdad, y m¨¢s tentativo que fiable, rutinaria argamasa de emociones para mantener a la familia unida o al menos no escindida, da?ada, saboteada por culpa del sabelotodo o del bocazas que rompe el pacto y se pone a desmontar el relato de toda la vida en casa.
Lo que vale para la familia vale para el pa¨ªs entero, porque la convalecencia de una guerra no dura cuatro d¨ªas sino cien a?os. No lo digo yo; se lo dijo Javier Pradera a Basilio Baltasar en una de las ¨²ltimas entrevistas que le hicieron, en 2010. En ella evocaba esa verdad que muchos historiadores repiten pero pocos recuerdan: el duelo de una guerra dura un siglo al menos, y s¨®lo acaba cuando ya nadie de veras, ni los tataranietos, puede vivir como experiencia propia aquel origen traum¨¢tico, cuando los muertos est¨¢n muertos de verdad. En eso, como en tantas otras cosas, dec¨ªa Pradera, tampoco Espa?a muestra ¡°singularidad¡± alguna ni un particular y mal¨¦fico ¡°esp¨ªritu cainita¡±.
La buena literatura est¨¢ para que mintamos menos de lo que mentimos sobre el pasado
Hoy todav¨ªa no est¨¢n muertos, y por eso El monarca de las sombras habla de los muertos cuando todav¨ªa est¨¢n vivos en la memoria sentimental y afectiva de las familias a poco que hurguen, a poco que desbaraten alg¨²n relato consabido, a poco que rompan el c¨®digo privado de las cosas mil veces contadas, y lo hagan despu¨¦s de haber averiguado contrastadamente, buscando papeles y testigos, reconstruyendo rutas y peripecias, lo que sucedi¨® a alguien concreto en un lugar concreto y en una circunstancia concreta.
No hay cura r¨¢pida para una guerra. Mientras tanto, lo mejor que podemos hacer es no mentir en exceso, desconfiar de los relatos familiares sentimentalmente blindados y atreverse a decir la verdad con el dolor de saberla y con la alegr¨ªa de hallarla. Cuando un escritor como Javier Cercas dice que la literatura cuenta la verdad no est¨¢ diciendo mentiras ni hace ret¨®rica automitificadora sino que entrega el resultado de una investigaci¨®n verdadera y no ficticia: contar una historia real y el modo de averiguarla. Por eso al final del libro sabe Cercas que esa historia ¡°iba a contarla para contarle a mi madre la verdad¡±, aunque no le gustase, o aunque no fuese la verdad que ella esperaba sobre su familia o su antepasado en la guerra. No ser¨¢ ya la verdad de la leyenda o de la memoria sino la verdad de una historia que incluye la verdad de la leyenda: la novela corrige con la historia a la leyenda, sin renunciar a ella.
Esta novela sin ficci¨®n es por tanto una aut¨¦ntica apolog¨ªa de la memoria hist¨®rica, si la memoria hist¨®rica aspira a restituir la verdad de la historia adem¨¢s de restituir la dignidad, el decoro y la decencia de las v¨ªctimas de la guerra civil y el franquismo. La buena literatura est¨¢ para contrariar las expectativas emocionales y sentimentales pero falsas, est¨¢ para desbaratar los relatos confortables pero deformados que nos hacemos sobre nosotros mismos, est¨¢ para que mintamos menos de lo que mentimos sobre nuestro pasado personal y colectivo. La literatura est¨¢ para decirle la verdad a los padres o, al menos, para que ni padres ni hijos sigan mintiendo o enga?¨¢ndose, queriendo o sin querer.
Jordi Gracia es profesor y ensayista.
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