El final del paradigma Ortega-Camb¨®
Ha fracasado la estrategia para Catalu?a de la 'conllevanza' y favorecer el nacionalismo moderado. Toca ahora reafirmar sin complejos la vigencia del sistema de derecho y proceder a la reforma del Estado, cuyo ordenamiento tiene fallos de dise?o
Durante m¨¢s de un siglo, con excepci¨®n de la dictadura y especialmente tras la recuperaci¨®n de la democracia, la manera de abordar la cuesti¨®n catalana se ha regido por lo que podemos llamar el paradigma Ortega-Camb¨®. Hoy podemos asegurar que esta doctrina est¨¢ agotada y requiere reemplazo.
De Ortega, el paradigma toma la idea de conllevanza. Esto es, el problema catal¨¢n no tiene soluci¨®n. A lo sumo se puede conllevar. Ni la independencia ni la cabal y serena integraci¨®n de Catalu?a en Espa?a son posibles. Ambas partes han de conformarse con vivir en una situaci¨®n de perenne empate. Siento enorme respeto hacia nuestro m¨¢s alto fil¨®sofo, pero, en mi opini¨®n, la conllevanza es solo una ocurrencia de phraseur. Y una ocurrencia da?ina, porque encuadra el problema bajo el modo nacionalista de pensar: Espa?a y Catalu?a ser¨ªan dos naciones esenciales, condenadas a la fricci¨®n en virtud de no se sabe qu¨¦ inventada ley de la gravitaci¨®n de las naciones. Ortega estaba convirtiendo un problema pol¨ªtico en uno metaf¨ªsico, como bien le recrimin¨® Aza?a (v¨¦anse los discursos de uno y otro en la hora del Estatuto de N¨²ria, recuperados no hace mucho por Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao).
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Este derrotismo pol¨ªtico trae consigo una importante consecuencia: las ¨¦lites del Estado, da igual si en el Gobierno o en la oposici¨®n, no creen que el nacionalismo pueda dejar de ser hegem¨®nico en Catalu?a y, en consecuencia, no se esfuerzan en refutarlo ni en deslegitimarlo. Su m¨¢ximo cuidado estriba en procurar que no mute en independentismo, para lo cual conf¨ªan en un personaje clave de nuestra reciente historia, Santo Grial de la pol¨ªtica madrile?a: el ¡°nacionalista moderado¡±, cuyo modelo inolvidado es Camb¨®, y a quien el Estado absentista encarga la gesti¨®n de la conllevanza. Para desesperaci¨®n de los catalanes no nacionalistas, en Catalu?a el Estado no hace pol¨ªtica y el nacionalismo no se discute: no se lo percibe como una ideolog¨ªa con la que competir, sino como una realidad con la que deferir, eterna y venerable como el macizo de Montserrat.
Para comprobar hasta qu¨¦ punto se da por perdida ¡ªpor no dada¡ª la batalla de las ideas en Madrid, basta notar c¨®mo en la capital nunca se habla de ¡°derrotar al nacionalismo¡±, como s¨ª se habla, con fiera ret¨®rica, de ¡°derrotar a la derecha¡±, siendo en realidad mucho m¨¢s plausible la idea de conllevanza cuando se habla del continuo ideol¨®gico: conservadores y progresistas se conllevan en todos los pa¨ªses y en todas las ¨¦pocas, sin que la derrota de un bando u otro parezca posible o deseable en una sociedad pluralista.
No necesitamos ofrecer nada a los soberanistas; esta vez, a los nacionalistas, ni agua
Es hora de asumir que el viejo paradigma est¨¢ obsoleto. Est¨¢ basado en un modelo te¨®rico de nacionalismo estacionario que no existe; tarde o temprano, todo nacionalista desea poner por planta su programa m¨¢ximo, que es, explic¨® Gellner, hacer que las fronteras de la naci¨®n coincidan con las del Estado. Requiere tambi¨¦n de la cesi¨®n continuada de poderes, para engrasar la conllevanza: como si fuera a haber siempre cosas que ceder sin romper el v¨ªnculo. La f¨®rmula ha sido probada por todos los Gobiernos democr¨¢ticos y es expectativa generalizada que el viejo guion se repetir¨¢: el nacionalismo abdicar¨¢ del independentismo, las ¨¦lites del Estado conceder¨¢n m¨¢s encaje y todos nos conllevaremos 15 a?os m¨¢s. Solo que ahora ya no se busca a un nacionalista moderado, sino a un independentista pragm¨¢tico (?Oriol Junqueras?) que sepa postergar sus apetitos.
Hace poco se lo escuch¨¦ decir a un grande de la pol¨ªtica espa?ola reciente: antes de saber qu¨¦ podemos ofrecer, necesitamos el interlocutor al que ofrec¨¦rselo. El nuevo Camb¨®. Venciendo el gran respeto que me inspiraba el viejo gobernante, me atrev¨ª a contradecirle: no necesitamos ofrecer nada a los soberanistas; esta vez, a los nacionalistas, ni agua. Tercera v¨ªa, disposici¨®n adicional ¨¤ la Herrero de Mi?¨®n, Estatut bis: todo eso fracasar¨¢, haciendo al Estado m¨¢s d¨¦bil por el camino. Cualquier soluci¨®n que pase por la renovaci¨®n del lazo feudal con los nacionalistas pone proa a las rocas.
?Qu¨¦ hacer entonces? Una estrategia nueva, en dos movimientos. El primero, la afirmaci¨®n desacomplejada del Estado de derecho. Tomando, si persiste el desacato, las medidas coercitivas que la ley democr¨¢tica dispone. El segundo, proceder a la reforma del Estado. Reconocer que nuestro ordenamiento contiene fallos de dise?o territorial no supone dar la raz¨®n al soberanismo, sino entender que su actual configuraci¨®n concede a los nacionalistas demasiados pretextos (no causas) para enciza?ar a la ciudadan¨ªa. El fallo m¨¢s conspicuo es la ausencia de un cierre competencial que minimice las ocasiones de litigio entre distintos niveles de gobierno; la t¨¦cnica federal puede ayudar. Hay problemas tambi¨¦n de tipo fiscal: falta un mecanismo claro, justo y eficiente para la financiaci¨®n del autogobierno. Hay, en fin, una larga y fatigosa querella ling¨¹¨ªstica, agravada por la indiferencia del Estado (que ignora la dimensi¨®n pol¨ªtica de las otras lenguas espa?olas, de las cuales ha cedido con desde?o la gesti¨®n en exclusiva a las comunidades) y la mala fe de los nacionalistas (que a poco que alcanzan el poder, gobiernan con evidente desprecio del pluralismo ling¨¹¨ªstico): es necesario estabilizar el marco regulatorio del pluriling¨¹ismo espa?ol con criterios de equidad, haci¨¦ndose cargo de las razonables aspiraciones de todos los hablantes.
Ambas partes se han conformado hasta ahora con vivir en una situaci¨®n de perenne empate
Y tambi¨¦n se podr¨ªa pensar en una desconcentraci¨®n de la capitalidad del Estado y de sus instituciones: no parece una mala idea en un pa¨ªs con una estructura regional tan acusada. Pero todo esto, insisto, no puede, y no debe, provenir de un pacto con el secesionismo. Espa?a ha de dialogar, s¨ª, pero consigo misma y tom¨¢ndose el tiempo necesario (di¨¢logo al que los nacionalistas est¨¢n invitados, con tal de que renuncien a monopolizar la representaci¨®n de sus territorios, cosa para ellos dif¨ªcil).
Vale decir: los espa?oles no necesitan pasar por la aduana del nacionalismo para proceder a la automejora de sus leyes. M¨¢s all¨¢ de esta mejora y de la aplicaci¨®n de la norma democr¨¢tica, no queda m¨¢s que la confrontaci¨®n dial¨¦ctica diaria con el nacionalismo, en la convicci¨®n de que nuestras ideas ¨Cconvivencia, suma de potencialidades, libre desarrollo de la personalidad por encima de coacciones identitarias¨C son mejores que las suyas, y terminar¨¢n por persuadir a una mayor¨ªa de catalanes.
Esta aproximaci¨®n supondr¨ªa el fin del paradigma Ortega-Camb¨® y la jubilaci¨®n de otras nociones a su abrigo. El encaje, por ejemplo, imposible por definici¨®n mientras el nacionalismo sea el modo normal de hacer pol¨ªtica en Catalu?a. Y tambi¨¦n del catalanismo, aquel movimiento necesario y beneficioso anta?o, cuando reg¨ªa el centralismo, pero que pierde todo sentido si es incapaz de prever el escenario de su propia desaparici¨®n: el momento de la historia donde ya no haga falta ser catalanista ni espa?olista, porque se podr¨¢ ser catal¨¢n y espa?ol sin traumas ni conllevanzas.
Juan Claudio de Ram¨®n Jacob-Ernst es ensayista.
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