Magistrales
Goya supo pintar esos momentos sublimes en los que la guerra parece suspenderse y emergen los h¨¦roes invisibles
En la gran exposici¨®n de la Fundaci¨®n Thyssen figuran numerosas obras maestras prestadas por la Galer¨ªa Nacional de Hungr¨ªa, pero hay dos que emocionan a quienes tienen sentido com¨²n para la historia de Espa?a y admiran a uno de sus mejores testigos, Francisco de Goya. Su obra es inmensa e ilimitada. Comienza como un brillante ilustrador de cartones para tapiz, un pintor de escenas sencillas para la nobleza, pero acaba como profeta de la revoluci¨®n modernista que no llegar¨¢ hasta un siglo m¨¢s tarde.
La transformaci¨®n de Goya, desde la ¨¦poca de los cartones a la de los Disparates, tiene su noche pascaliana en la guerra contra el franc¨¦s. Aquel enfrentamiento entre los invasores y un pueblo furioso fue tan cruel, sanguinario y despiadado por ambas partes como las futuras guerras mundiales en las que los civiles iban a sufrir la peor parte. Goya se sinti¨® horrorizado y de ah¨ª nacieron los espeluznantes grabados de los Desastres de la guerra, todav¨ªa hoy tan duros de contemplar, o m¨¢s, que los de Grosz, Dix o Beckmann.
Pero adem¨¢s de las violaciones, latrocinios, carnicer¨ªas y salvajadas, Goya supo pintar esos momentos sublimes en los que la guerra parece suspenderse y emergen los h¨¦roes invisibles. No pod¨ªa presentarlos como lo que eran, a riesgo de ser fusilado, as¨ª que los disimul¨® con recursos de g¨¦nero. De modo que La aguadora y El afilador parecen dos tipos populares, dos figuras costumbristas, cuando son, en realidad, la mujer que, jug¨¢ndose la piel, daba de beber a los guerrilleros y el hombre que afilaba sus cuchillos y sables. El soberbio equilibrio de la aguadora, su aplomo, la divinizan. El afilador es tambi¨¦n una deidad, aunque infernal. Hay que mirarlos una y otra vez, y otra vez m¨¢s porque dif¨ªcilmente los volveremos a ver.
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