Genealog¨ªa de la posverdad
La democracia liberal se asienta el reconocimiento de que la verdad suele ser elusiva y provisional. En nuestra ¨¦poca, para evitar confusiones, es necesario subrayar el papel central de la verdad factual
Nadie ha expresado mejor el sentido de la posverdad que el caricaturista David Sipress, quien en una vi?eta publicada en The New Yorker muestra a un presentador de informativos diciendo que tras el anuncio meterol¨®gico dem¨®crata da paso al pron¨®stico republicano. ?Metereolog¨ªa e ideolog¨ªa! De esta escena hilarante parece deducirse que el sentido de la posverdad est¨¢ en su sinsentido. Sin embargo, las cosas quiz¨¢ no sean tan sencillas. Por eso, y a la vista de su capacidad para erosionar el debate p¨²blico, conviene tomarse el fen¨®meno en serio. Bien podemos empezar por indagar en sus causas, ensayando una genealog¨ªa de la posverdad que nos ayude a comprenderla.
Antes, no obstante, conviene precisar el sentido de los t¨¦rminos en juego. Si el posfactualismo designa la p¨¦rdida del valor persuasivo de los hechos en el debate p¨²blico, de manera que estos ya no ser¨ªan determinantes para la configuraci¨®n de las creencias privadas, la posverdad nos indica que la propia noci¨®n de verdad, y m¨¢s concretamente de verdad p¨²blica, habr¨ªa dejado de tener sentido. La mejor s¨ªntesis de ambos postulados se la debemos a Kelly Conway, consejera del presidente Donald Trump, quien adujo ¡°hechos alternativos¡± para justificar la afirmaci¨®n de que la investidura de este ¨²ltimo hab¨ªa congregado a m¨¢s p¨²blico que la de Obama cuatro a?os antes.
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Por supuesto, es razonable preguntarse si esto que llamamos posverdad no alude al viejo arte pol¨ªtico de la disimulaci¨®n, vestido ahora con nuevos ropajes. ?Acaso no dej¨® escrito Maquiavelo que el pr¨ªncipe que enga?a encontrar¨¢ siempre quien se deje enga?ar? Sin duda. Pero se dir¨ªa que nuestra ¨¦poca ha a?adido acentos nuevos a esta vieja pr¨¢ctica: no siendo la posverdad una novedad radical, tampoco es la mentira de siempre. Sigue una somera exposici¨®n de sus fundamentos.
La genuina novedad de este momento es la digitalizaci¨®n de la conversaci¨®n p¨²blica
Filosof¨ªa. No ser¨ªa exagerado afirmar que la pregunta por la verdad es la pregunta central de la filosof¨ªa, aunque solo sea porque de ella depende el valor de lo que la propia filosof¨ªa pueda decir. Es por ello tambi¨¦n la pregunta m¨¢s dif¨ªcil y no son pocos los pensadores que han claudicado ante ella. Pilatos ya expres¨® burlonamente ante Jes¨²s de Nazaret un doble escepticismo: ante la existencia de la verdad y ante la posibilidad de llegar a ella. La causa no ser¨ªa otra que la presentada por Hobbes, a saber: la radical duplicidad del lenguaje. Este puede hacer que ¡°lo bueno y lo malo, lo ¨²til y lo in¨²til, lo honorable y lo deshonroso, aparezcan como mayores o menores de lo que verdaderamente son, y hacer que lo injusto parezca justo, seg¨²n convenga al prop¨®sito de quien habla¡±. Pero habr¨¢ que esperar al siglo XX para que la problematizaci¨®n filos¨®fica de la verdad termine por hac¨¦rnosla inaccesible. Foucault, Rorty, Vatimo: todos ellos ponen de manifiesto que la verdad depende casi siempre del punto de vista de quien la formula y deriva de un proceso de construcci¨®n ¡ªo imposici¨®n¡ª social m¨¢s que de su correspondencia con una realidad exterior al ser humano. No es menor aqu¨ª la influencia del ¨²ltimo Wittgenstein, quien con sus tesis sobre la ligaz¨®n ontol¨®gica entre lenguaje y formas de vida parece anticipar las c¨¢maras de resonancia de las comunidades digitales.
Afectividad. Quien haya visto The People vs. O.J. Simpson, la excelente serie televisiva sobre el juicio a la estrella negra de f¨²tbol americano por el asesinato de su esposa, habr¨¢ comprendido la medida en que nuestra percepci¨®n de los hechos est¨¢ mediada por las emociones: pese a los abrumadores indicios de culpabilidad, los miembros negros del jurado creyeron inocente a Simpson. ?ste es quiz¨¢ el hallazgo central del estudio contempor¨¢no de la relaci¨®n entre la racionalidad y afectividad humanas. Nuestra mirada sobre el mundo est¨¢ te?ida de afectos; es una cognici¨®n ¡°caliente¡±, un razonamiento motivado que solo podemos enfriar mediante un costoso ejercicio de deliberaci¨®n interior. Y por lo general, nuestro ¡°ego totalitario¡±, como lo llama Anthony Greenwald, rechaza la informaci¨®n que desajusta su organizaci¨®n cognitiva: preferimos creer aquello que ya ven¨ªamos creyendo. S¨²mese a ello el tribalismo moral que, por razones evolutivas, nos impele a buscar cobijo en el grupo propio y sus verdades, rechazando de plano las ofertas de sentido rivales. Resulta de aqu¨ª que el contenido de nuestras creencias importar¨¢ menos que los sentimientos que experimentamos abraz¨¢ndolas: la verdad no es m¨¢s que un coste que no deseamos pagar.
El ¡°ego totalitario¡± rechaza la informaci¨®n que desajusta su organizaci¨®n cognitiva
Tecnolog¨ªa. Cuando hablamos de posverdad, nos referimos sobre todo al proceso de b¨²squeda de la verdad en la esfera p¨²blica y a su impacto sobre las creencias privadas de los ciudadanos. Es aqu¨ª donde reside la genuina novedad sin la que no cabe explicar el auge de la posverdad: la digitalizaci¨®n de la conversaci¨®n p¨²blica. Se ha dicho que las redes a¨ªslan a los individuos en silos donde solo se comunican con quienes ya piensan como ellos, compartiendo noticias que ratifican sus creencias; en el interior de esas comunidades digitales, adem¨¢s, nos sentimos empujados al acuerdo. Cass Sunstein lo tiene claro: ¡°Las redes sociales pueden operar como m¨¢quinas polarizadoras, porque ayudan a confirmar y por tanto amplificar los puntos de vista preexistentes¡±. Habr¨ªamos pasado as¨ª de los grandes medios moderadores a una fragmentaci¨®n ca¨®tica. Fake news, rumores, teor¨ªas conspirativas: flores venenosas de la primavera digital. Pero a ello han contribuido tambi¨¦n los medios tradicionales, ya sea por echar mano del tremendismo o por incurrir en un exceso de neutralidad. El resultado es la libre circulaci¨®n del bullshit, que Harry Frankfurt defini¨® como una ret¨®rica persuasiva que se desentiende de la verdad.
?Todo resuelto! O m¨¢s bien no. Porque la democracia liberal no se asienta sobre la idea de que exista una verdad indisputable que podamos fijar tras un infalible proceso de deliberaci¨®n p¨²blica, sino sobre el reconocimiento de que la verdad suele ser elusiva y provisional. Las democracias son esc¨¦pticas, aunque al tiempo conf¨ªen en su probada capacidad para acumular conocimiento hist¨®rico y cient¨ªfico. As¨ª las cosas, la ¨²nica soluci¨®n es distinguir entre diferentes tipos de verdad, subrayando como hace Arendt el papel central de la verdad factual. Sin esta, el debate sobre las verdades morales carecer¨ªa de anclaje; por eso urge encontrar medios para protegerla. Pero atenci¨®n: aunque estas ¨²ltimas no pueden desentenderse de los hechos, ellas mismas son menos descubiertas objetivamente que construidas intersubjetivamente. No podemos determinar cu¨¢nta desigualdad es socialmente aceptable sin tener en la mano los datos sobre la desigualdad, por ejemplo, pero los puros datos no nos dar¨¢n una respuesta. Y para eso, precisamente, sirve la democracia.
Manuel Arias Maldonado es profesor titular de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad de M¨¢laga.
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