De un desastre oscuro
El chismorreo, el espect¨¢culo, la igualdad: tres rasgos que definen nuestra nueva relaci¨®n con lo p¨²blico. Lo que ocurre en Francia no es una crisis, ni siquiera una ¡°extra?a campa?a¡±, sino una extra?a derrota que da sus ¨²ltimos pasos
En el fondo, este pimpampum comenz¨® en la izquierda. Hollande, traicionado por los suyos. Valls, segundo de la lista en el banquete can¨ªbal. Luego, el gran cad¨¢ver de uno de nuestros partidos de gobierno, no ya boca arriba, sino en descomposici¨®n avanzada. Y el lamentable se?or Hamon que, cuando todos esper¨¢bamos que, como candidato a presidente, explicase lo que le dir¨ªa a Trump, a Putin o a los islamistas radicales, solo se le ocurre hablarnos de la despenalizaci¨®n del cannabis, de la invasi¨®n de lodos rojos y de los perturbadores endocrinos.
Fue en la derecha donde, poco despu¨¦s, la hecatombe alcanz¨® su apogeo. El expresidente Sarkozy eliminado. El virtual presidente Jupp¨¦, que hab¨ªa sido encumbrado por la opini¨®n p¨²blica y a quien el 6 de marzo pasado le descubr¨ªamos una insospechada grandeza, relegado al banquillo. Y, ante el vencedor, Fran?ois Fillon, elegido por los cuatro millones de electores de las primarias, el espect¨¢culo de unos corderos que se vuelven d¨ªscolos y ahora intentan apartarlo del juego tambi¨¦n a ¨¦l.
Tejemanejes de aparato. Maniobras y componendas. Todo ello sobre un fondo de sondeos escrutados por los modernos ar¨²spices. Segundo cad¨¢ver boca arriba.
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Y luego, los magistrados, por supuesto, que evidentemente cumplen con su papel cuando instruyen un caso de empleos ficticios, pero a quienes en nada menoscabamos si recordamos que: no por ser jueces dejan de ser hombres y, como tales, pueden verse dominados por pasiones y resentimientos ordinarios; que tienen un poder considerable y que, como todo poder, el suyo siempre tiende a llegar hasta sus propios l¨ªmites; y que, por consiguiente, se han convertido en actores de una campa?a de la que, en buena doctrina Montesquieu, deber¨ªan mantenerse escrupulosamente al margen.
Dicho esto, lo peor somos nosotros, cada uno y cada una de nosotros, con esta nueva y extra?a relaci¨®n con la pol¨ªtica que revelan las circunstancias y que resumo en tres rasgos.
El primero, el chismorreo. El ruido que hacemos cada mi¨¦rcoles tras la salida de ese famoso peri¨®dico sat¨ªrico cuya guasa, anta?o patrimonio de los anarcos de derecha e izquierda, tiende a convertirse en el lenguaje usual de la pol¨ªtica. Hubo un tiempo en que la lectura de ese peri¨®dico fue la plegaria matinal del fil¨®sofo. He aqu¨ª otro en que su lectura alimenta cada semana el insaciable apetito del elector.
Los magistrados se han convertido en actores cuando deber¨ªan mantenerse al margen
?Ah, la maliciosa excitaci¨®n con la que acechamos cada nueva infamia de nuestros pol¨ªticos electos y candidatos! ?La avidez con la que engullimos nuestra dosis semanal de corrupci¨®n, podredumbre y hedores m¨®rbidos! ?Y la sorda decepci¨®n, la insipidez de todas las cosas cuando por ventura no hay nada! ?Habr¨¢ que recordar, como el Mallarm¨¦ de El azur, que, cuando nos divertimos as¨ª, cuando disfrutamos y nos intoxicamos tanto con esos ¡°casos¡± no aspiramos sino a ¡°bostezar l¨²gubremente hacia un ¨®bito oscuro¡±?
El segundo, el espect¨¢culo. Y, a modo de juicio, el comentario incansable y fr¨ªvolo de las mil y una peripecias del juego electoral. Primero vino el tiempo en que los canales de informaci¨®n continua comentaban el deporte como si de pol¨ªtica se tratara. Ahora ha llegado el tiempo en que se comenta la pol¨ªtica como si fuera deporte; en que el relato del encuentro deportivo se ha convertido en el paradigma de la narraci¨®n ciudadana; y en que, en nuestra vieja naci¨®n celebrada por Marx como la naci¨®n pol¨ªtica por excelencia, la pol¨ªtica se est¨¢ convirtiendo en una subcategor¨ªa del f¨²tbol, con sus goleadores, sus seleccionadores, sus hinchas, sus ¨¢rbitros, sus jugadores... ?Acaso, en lo m¨¢s ¨¢lgido del caso Fillon, los caciques republicanos y sus entrenadores fantasmas no se han vuelto con la mayor naturalidad, y haciendo caso omiso de las diferencias de sensibilidades y programas, hacia el ¡°n¨²mero 2¡±, que, como en el f¨²tbol, se supon¨ªa que esperaba en el banquillo de los suplentes?
?Acaso los fieles del se?or Fillon le reconoc¨ªan otro m¨¦rito que el de su ¡°resistencia¡±, su capacidad para ¡°encajar¡± o la imagen que dio cuando, derrotado, se levant¨® como despu¨¦s de una ordal¨ªa inacabada?
Y tercero, para terminar, la igualdad. Fue la m¨¢s noble de las pasiones. En ella convivieron el sue?o de elevar un cuerpo social y el de darle su dignidad a la pol¨ªtica. Y estoy de acuerdo con Jean-Claude Milner cuando en su Relire la R¨¦volution (Verdier) nos muestra, contra el Anatole France de Los dioses tienen sed, que lejos de limitarse a ofrecer al pueblo su litro de sangre cotidiano, Robespierre intent¨® detener a su manera la ca¨ªda de todos en la plebe vengativa y salvar lo que a¨²n se pod¨ªa salvar de la verticalidad republicana. No hay nada de todo esto en el igualitarismo de hoy.
Ahora ha llegado el tiempo en que se comenta la pol¨ªtica como si fuera deporte
Solo una multitud cada vez m¨¢s cerca de su momento de poder ¨²ltimo que proclama una igualdad, no de los intereses, sino de las miserias, de las indignidades, de las corrupciones particulares. Y, entre los hijos descompuestos de las Luces, entre los herederos zombis de Rousseau que dudan entre ensa?amiento, ceguera y desesperaci¨®n, una igualdad que ya no es una tarea sino una mancha: una especie de manchurr¨®n oscuro, una aureola de resentimiento y de odio a la que nuestra lengua com¨²n se aferra como a una boya a la deriva. Otro desastre. Otro v¨¦rtigo. Desde la igualdad redentora hasta esta igualdad de gru?ido hemos recorrido todo el espectro que conduce a un cuerpo social desde la vida hasta la muerte.
Puesto que de eso se trata.
No una crisis, ni siquiera una ¡°extra?a campa?a¡±, sino una extra?a derrota que da sus ¨²ltimos pasos.
No el ¨¢rbol de esta o aquella infamia, sino el bosque masivo de una palabra indistinta, y por tanto loca, a fuerza de rebajarse.
Y, emboscado, guiado por unas Eum¨¦nides que finalmente no sorprende que sean sin¨®nimo de justicia al mismo tiempo que de furia, un rostro que se perfila como, en los textos antiguos, el irremediable y funesto destino.
Bernard-Henri L¨¦vy es fil¨®sofo.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez Silva.
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