Hambre de alma
Es necesario acabar con las suciedades caninas, pero me asaltan otras mierdas m¨¢s urgentes que nadie se pone a limpiar
A veces me pierdo, lo confieso. Cuando oigo o leo ¡°an¨¢lisis de ADN¡± pienso en el n¨²cleo de la vida, en genes que guardan todos nuestros secretos, en complicadas secuencias que preservan lo bueno y malo de nuestra herencia. Pero nunca en heces de perro, por inc¨ªvicos que sean algunos de sus due?os. Tampoco consigo elevarme aunque el debate se traslade al solemne hemiciclo con sus se?or¨ªas enzarzadas en argumentar razones para cortarles o no el rabo a los canes.
No es que no crea necesario acabar con la suciedad en las ciudades ni que apoye la mutilaci¨®n de los animales, es que me asaltan sin remisi¨®n posible otras mierdas m¨¢s urgentes que nadie se pone a limpiar. Contratos basura que no dejan llegar a fin de mes, ancianos impedidos por insolidarios recortes adem¨¢s de por sus dolencias, empresas y empleados condenados a jactarse de trabajar doce horas diarias aunque la vida se nos escape a borbotones en una incontenible hemorragia...
As¨ª las cosas, le voy pillando el sentido al pen¨²ltimo prototipo desarrollado por el MIT, una especie de reloj de pulsera capaz de detectar si estamos tristes o alegres. Dicen los ¡®sabios¡¯ que puede ser ¨²til para mejorar la comunicaci¨®n, para ayudar a personas con ansiedad o a quienes padecen el s¨ªndrome de Asperger. Ni una pega. Es m¨¢s, sugiero que incorporen una alarma que avise al menor signo de falta de urbanidad. Pero no me llena, sigo teniendo hambre: de esp¨ªritu, de aliento, de fuerza, de sustancia, de sensibilidad, de sentido com¨²n, de alma. Ll¨¢menlo como quieran, pero ?hambre!
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