Los rostros del troll
Internet se ha llenado de personas que vierten opiniones ofensivas sobre cualquier tema y cuyo surgimiento explica los importantes cambios sociales que est¨¢ aparejando el acceso ¡®redentor¡¯ a la tecnolog¨ªa
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Ese baluarte del periodismo serio que es el diario The Guardian ha hecho p¨²blico hace ya unas semanas el documental que encarg¨®, junto con la Fundaci¨®n Bertha, al cineasta y fot¨®grafo noruego Kyrre Lien. Se titula The Internet warriors ¡ªLos guerreros de Internet¡ª y consiste en una serie de entrevistas con algunas de esas personas, conocidas como trolls, que dedican buena parte de su tiempo a postearcomentarios extremos en las redes sociales.
Hay un cockney xen¨®fobo de suburbio ingl¨¦s; un defensor de la pureza racial que opina que mandar ni?os de diferentes razas a la misma escuela es ¡°una forma de eugenesia¡±; un devoto de Trump que es la representaci¨®n perfecta de eso que llaman white trash; una rusa cincuentona y hom¨®foba; un gay anti Cameron que odia a la cantante Lady Gaga y adora los videojuegos; un extremista sirio que considera a Estados Unidos el origen de la destrucci¨®n del mundo pero postea refugiado fuera de su pa¨ªs; un tal Pete, cruzado de la bandera norteamericana, que desbarra contra los mexicanos y sale en su bici a promulgar la belleza de los s¨ªmbolos patrios con los que envuelve su poco apuesta figura; una noruega que defiende los derechos de los animales pero opina que hay que aplicar a todos los musulmanes la ¡°soluci¨®n final¡± preconizada por Hitler; otro se?or que lamenta el fin del colonialismo porque hubiera mantenido a los musulmanes ¡°bajo control¡±...
Cada uno de estos pareceres desaforados viene acompa?ado de un rostro: el rostro del hater. A cada uno de los entrevistados se les pide que lean y comenten algunas de las opiniones ¡°incorrectas¡± que expresaron en la red: todos, salvo un caso interesante, al final, se reafirman en lo dicho.
Pero junto con esos rostros hay tambi¨¦n un paneo, necesariamente breve pero revelador, del mundo que rodea a estas personas. M¨¢s que retratos del odio, lo que vemos son expl¨ªcitas representaciones de la necedad, y del fondo de tristeza y contradicci¨®n que casi siempre la acompa?a.
Descubrimos as¨ª que varios de estos xen¨®fobos est¨¢n casados con extranjeros. Que la mayor¨ªa de estos profesionales del insulto adora a sus animales dom¨¦sticos (el documental es tambi¨¦n una especie de bestiario dom¨¦stico: perros, gatos y periquitos; consuelos, tal vez, de cierta decepci¨®n por lo humano). Que muchos de ellos confiesan que pasan las 24 horas del d¨ªa enganchados ¨²nicamente a sus redes y no les importa otro tipo de noticias. La mayor¨ªa pone el m¨¢s descarnado solipsismo por encima del bien com¨²n. Se sienten traicionados, fuera del mainstream. Ejercen desde una soledad inconsolable: se r¨ªen de sus propios ¡°chistes¡± e interact¨²an desde lo extremo porque parecen buscar, por la excitaci¨®n ¡°argumental¡± que provocan sus opiniones, una forma de autogratificaci¨®n moment¨¢nea e iluminadora.
Estos fieles de la incorrecci¨®n degradan el sentido actual de la libertad de opini¨®n
El resultado de esta investigaci¨®n es una pieza fundamental para entender no s¨®lo el estado actual de la opini¨®n pol¨ªtica y las maneras que adopta hoy el viejo e incorregible h¨¢bito de la estupidez humana, sino tambi¨¦n los cambios que ha tra¨ªdo aparejada esta ¨¦poca de acceso redentor a la tecnolog¨ªa. Todos estos Bouvards y P¨¦cuchets de la nueva era han cambiado definitivamente la personalidad de Internet. No se trata s¨®lo del efecto desinhibitorio del anonimato o de la broma, sino de algo, me temo, m¨¢s complejo.
Cualquiera que haya tenido un trato frecuente con blogs y redes sociales conoce a esas criaturas aberrantes. Una encuesta del Pew Research Center publicada hace tres a?os encontr¨® que el 70% de los j¨®venes de 18 a 24 a?os que usaban Internet hab¨ªan sufrido acoso on line por parte de perfiles que mostraban oscuros rasgos de personalidad, como narcisismo, psicopat¨ªa y sadismo. ?Qu¨¦ es exactamente un troll? Se trata, como todos los ogros, de un monstruo, es decir, de una bestia que tiene necesidad de mostrarse. Alguien extra?o a la especie m¨¢s com¨²n o dominante, pero que tampoco puede permanecer demasiado alejado de ella. El ogro no ve muy bien, pero tiene un olfato muy desarrollado. Es el rey de la ¡°intuici¨®n¡± y todo el mecanismo de su odio funciona a partir del instinto. Es tambi¨¦n, por supuesto, alguien que arrastra una tristeza incurable y un profundo malestar consigo mismo.
Por otro lado, las preguntas por la naturaleza ¨²ltima del terrorismo y la llamada ¡°crisis de la democracia¡± han terminado por reforzar no s¨®lo la tendencia a la autopreservaci¨®n, sino tambi¨¦n la b¨²squeda de un pensamiento neutro o un paradigma de valores que pretende colocarse al margen de todo tipo de conflicto.
Para el pensamiento tecnol¨®gico, por ejemplo, la libertad ya es menos una cuesti¨®n de capacidad de libre elecci¨®n que de libre acceso, ese always on en donde se intersectan el individuo, el ciudadano y el empleado.
El sistema corrompe y reduce nuestras interacciones y opiniones
Tanto estos fieles de la incorrecci¨®n, que muestran a menudo la nostalgia de un regreso a cierto estado y concepci¨®n de lo ¡°aut¨¦ntico¡± donde se privilegian posiciones oscurantistas o, si se quiere, antiilustradas de adoraci¨®n pol¨ªtica, como los siempre correctos opinadores satirizados en ese espeluznante episodio de la popular serie dist¨®pica Black Mirror (Espejo negro), donde una chica vive inmersa en el mundo pan¨®ptico de actos likeables, son criaturas que degradan el sentido actual de la libertad de opini¨®n.
Porque la otra cara de esa man¨ªa por la diversidad social, por lo identitario a escala personal y por la ret¨®rica de correcci¨®n pol¨ªtica es una poco cuestionada uniformidad del ¡°sujeto digital¡±: nuestra participaci¨®n casi obligatoria en un orden simplista de valores, dictado por las nuevas y crecientes funciones de la tecnolog¨ªa, que se propone tambi¨¦n como veh¨ªculo de una narrativa permanente del yo.
El rostro del troll es bifronte. Tanto el hater como ese ser afirmativo y ¡°neutro¡± que ejercemos tratando de quedar bien con todos y de no molestar a nadie son evidencias de nuestra sujeci¨®n a un sistema que reduce y corrompe nuestras interacciones y opiniones. Ese uso ¡°redentor¡± de la tecnolog¨ªa podr¨ªa ser el com¨²n m¨²ltiplo del nuevo ordenamiento social de la opini¨®n, lo que organiza todas esas narrativas de autoafirmaci¨®n narcisista y las canaliza bajo un espejo negro que es hoy el emblema perfecto de nuestra derrota pol¨ªtica.
Ernesto Hern¨¢ndez Busto es ensayista (premio Casa de Am¨¦rica en 2004). Sus libros publicados m¨¢s recientes son La ruta natural (Vaso Roto) y Diario de Kioto (Cuadrivio).
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