La Uni¨®n Europea y el populismo
La elecci¨®n de Macron es una inyecci¨®n de europe¨ªsmo que hay que aprovechar, pero la UE da s¨ªntomas de cansancio y debe reaccionar. El d¨¦ficit democr¨¢tico y el fin de la garant¨ªa de prosperidad por estar en el club lastran a Bruselas
?La lectura en clave europea de los resultados de las presidenciales francesas no ofrece dudas. La victoria de Emmanuel Macron es una victoria del internacionalismo frente al populismo, de los cosmopolitas frente a los xen¨®fobos, de los defensores de una Francia abierta frente a los partidarios de cerrar puertas a la inmigraci¨®n y al libre comercio. Es una victoria del proyecto europeo.
Sin embargo, no supone una derrota definitiva del populismo, ni mucho menos. El n¨²mero de votos cosechados ayer por el Frente Nacional no hubiera sido posible sin la insidiosa sensaci¨®n de malestar que pesa sobre Europa. Lo advirti¨® el propio Macron hace muy pocos d¨ªas: la Uni¨®n debe reformarse. De otro modo, la victoria de ayer puede no ser m¨¢s que un respiro temporal.
Los s¨ªntomas de fatiga son obvios. El Reino Unido se va. El motor franco-alem¨¢n no funciona. La eurozona no ha superado plenamente la grave crisis iniciada hace casi una d¨¦cada. Grecia sigue intervenida. En Varsovia y Budapest, los gobernantes no respetan los valores comunes. Las respuestas a la guerra siria, a la cuesti¨®n de los refugiados y a la actitud de Rusia son decepcionantes. Un traspi¨¦ en Francia hubiera puesto a la Uni¨®n en grave peligro.
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Mucho se ha escrito sobre los motivos de esta situaci¨®n, pero tal vez no est¨¦ de m¨¢s insistir en dos. El primero es la ruptura de un viejo contrato no escrito ¡ªpero interiorizado por todos¡ª en cuya virtud la transferencia de competencias a Bruselas debe recompensarse con crecimiento y bienestar. Nos unimos porque juntos somos m¨¢s fuertes y m¨¢s pr¨®speros. De no ser as¨ª, el proyecto puede no tener sentido. Para muchos ¡ªentre ellos, parte de los menos favorecidos¡ª, los beneficios de una uni¨®n cada vez m¨¢s estrecha ya no son incuestionables. El Frente Nacional no es el ¨²nico partido europeo que pinta el euro como una especie de c¨¢rcel econ¨®mica y defiende la idea de abandonarlo.
Sin duda, esto no ser¨ªa as¨ª sin la profunda recesi¨®n de los ¨²ltimos a?os. Pero hay m¨¢s. Durante d¨¦cadas, la mera transferencia de competencias a Bruselas generaba crecimiento por las ventajas de las econom¨ªas de escala. Poner nuestros recursos y nuestros mercados en com¨²n nos beneficiaba a todos. Ahora, los frutos f¨¢ciles de esta pol¨ªtica ya se han cosechado. Los que quedan en el ¨¢rbol exigen m¨¢s esfuerzos y unos riesgos que no todos los Estados miembros est¨¢n dispuestos a asumir.
El segundo motivo es el d¨¦ficit democr¨¢tico y de representaci¨®n de la Uni¨®n. Muchos ciudadanos tienen la sensaci¨®n de que las decisiones que les afectan se toman a sus espaldas, en comit¨¦s opacos integrados por personas que no conocen y a las que no han elegido.
Los pol¨ªticos europeos mantienen una relaci¨®n demasiado abstracta con los electores
No es un sentimiento totalmente injustificado. Tomemos, por ejemplo, la pol¨ªtica econ¨®mica de la eurozona. De los mandos para manejarla, el monetario est¨¢ en manos del Banco Central Europeo, fuera del control de las capitales, y el fiscal se divide entre la Comisi¨®n Europea, el Eurogrupo y los ministros nacionales. El resultado es que los ministros de econom¨ªa controlan solo una parte de los instrumentos propios de su funci¨®n: son como los conductores de los coches de las autoescuelas, que parece que conducen porque est¨¢n al volante, pero en realidad est¨¢n sometidos al control del instructor que va a su lado.
No es malo que sea as¨ª ¡ªa problemas europeos, respuestas europeas¡ª, pero el inconveniente es que los ciudadanos no elegimos a esos hombres de negro que erraron el tiro al hacer frente a la crisis de la eurozona con demasiada austeridad, sino a los Gobiernos nacionales, cuyos miembros, para m¨¢s inri, no tienen empacho en apuntarse los ¨¦xitos, cuando los hay, y echar la culpa de los fracasos a Bruselas.
La salida del Reino Unido encierra una lecci¨®n que el resto de Europa no parece querer ver. Una de las razones de los brit¨¢nicos para votar a favor de la salida fue la voluntad de no someterse a normas elaboradas fuera de su pa¨ªs. Y no era ¡ªo no ¨²nicamente¡ª por chovinismo. No: los brit¨¢nicos se sienten leg¨ªtimamente orgullosos de su democracia y muy vinculados al Parlamento de Westminster a trav¨¦s de los diputados que les representan, a los que se dirigen con frecuencia para pedir apoyo por los motivos m¨¢s variados y a los que despiden sin contemplaciones ¡ªdejando de votarles¡ª si al t¨¦rmino de su mandato no est¨¢n satisfechos con su labor. En cambio, no se sienten vinculados a las instituciones de Bruselas, demasiado lejanas y poco transparentes, y por ello no quieren someterse a sus decisiones.
Para recuperar la ilusi¨®n, La Uni¨®n debe retomar el impulso integrador, aun a velocidades variables
No puede extra?arnos que en otros pa¨ªses europeos haya partidos que est¨¢n ganando cada d¨ªas m¨¢s adeptos con argumentos parecidos. Se les puede tachar de populistas, de nacionalistas, de extremistas: da igual, ah¨ª tienen un punto de raz¨®n. La direcci¨®n de los destinos europeos est¨¢ en manos de unos pol¨ªticos que mantienen una relaci¨®n demasiado abstracta con los electores. Sobra tecnocracia y falta cercan¨ªa.
La integraci¨®n europea ha alcanzado un punto de muy dif¨ªcil retorno. El coste de renunciar a sus logros ser¨ªa enorme. Pero defender el proyecto europeo con el argumento de que sin ¨¦l estar¨ªamos peor no ofrece muchas garant¨ªas de ¨¦xito. Resignarse a una arquitectura institucional incomprensible para el ciudadano medio y a unos dirigentes cuidadosamente elegidos para no hacer sombra a los gobernantes nacionales es suicida.
Para cerrar el paso al populismo necesitamos m¨¢s democracia y dirigentes que conecten con los ciudadanos, con ideas para cosechar los numerosos frutos que quedan en el ¨¢rbol, dirigentes de los que no se pueda decir mal¨¦volamente, como Churchill de su rival: ¡°Lleg¨® un taxi vac¨ªo y de ¨¦l sali¨® Clement Atlee¡±. Adem¨¢s, hay que buscar mecanismos que permitan, si no su elecci¨®n directa, dotarles de m¨¢s representatividad. Como se vio en la elecci¨®n de Jean-Claude Juncker ¡ªaunque luego no se haya notado la diferencia por culpa del interesado¡ª, para conseguirlo no se precisan grandes reformas.
El viejo s¨ªmil de la bicicleta que no puede detenerse, so pena de perder el equilibrio, contiene un fondo de verdad. Para recuperar la ilusi¨®n, para volver a ser atractiva, la Uni¨®n debe retomar el impulso integrador, aunque sea con velocidades variables. La elecci¨®n de Macron supone una inyecci¨®n de europe¨ªsmo: ser¨ªa necio no aprovecharla a fondo. Pero para que una mayor integraci¨®n sea viable es necesario acercar los dirigentes e instituciones de Bruselas a los ciudadanos. De otro modo, el nacional populismo no dejar¨¢ de crecer.
Carles Casajuana, escritor y diplom¨¢tico, fue embajador en el Reino Unido. Su ¨²ltimo libro publicado es Las leyes del castillo (notas sobre el poder).
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