La lecci¨®n (Pascual P¨¦rez)
Ese chico de 13 a?os que, en el fondo del gimnasio, practica castigando una bolsa podr¨¢ ser uno cualquiera para todos, para todos pero no para m¨ª. ?Por qu¨¦ raz¨®n? Porque es mi padre (ser¨¢ mi padre, a?os despu¨¦s). Enjundioso aunque esmirriado, sacude apenas el mamotreto de lona azul que pende delante de ¨¦l.
De pronto, viniendo desde la puerta principal del gimnasio, la que da a la estaci¨®n de tren, alcanza a percibirse un revuelo: agitaci¨®n general y voces altas. Todos dejan lo que est¨¢n haciendo y miran, tambi¨¦n el chico de 13 a?os interrumpe su entrenamiento. ?Qu¨¦ es lo que pasa?
Un acontecimiento mayor: el campe¨®n mundial de peso mosca (peso mosca: todo un ox¨ªmoron), el gran Pascualito P¨¦rez, est¨¢ de visita en el gimnasio. Generoso con la modestia de este galp¨®n perdido del barrio de La Paternal, acude a dejar un saludo y recorrer distribuyendo elogios sus someras instalaciones. Una escolta espont¨¢nea, que aumenta con cada paso que el campe¨®n da, constituye comitiva, remeda una recepci¨®n oficial.
As¨ª, rodeado de varios, llega Pascualito P¨¦rez hasta el sitio en el que el chico de 13 a?os transpira junto a la bolsa detenida. Lo saluda, le pregunta su nombre, lo felicita sin motivo visible. Se se?ala su propio abdomen y le dice al chico que pegue.
¨CAc¨¢. Justo ac¨¢.
Pero ese uno es Pascual P¨¦rez, campe¨®n mundial de peso mosca, orgullo argentino y sudamericano.
El chico asesta un golpe modesto, contenido intencionalmente, el golpe atenuado que por nobleza corresponde dar a uno que no se est¨¢ defendiendo. Pero ese uno es Pascual P¨¦rez, campe¨®n mundial de peso mosca, orgullo argentino y sudamericano. Pascualito sonr¨ªe, menea la cabeza.
¨C?Peg¨¢ fuerte, pibe! ?Fuerte! ?Ac¨¢!
Abre los brazos, ofrece el abdomen.
El chico toma envi¨®n, aprieta los dientes, pega con furia.
Corr¨ªa el a?o cuarenta y nueve. ¡°Fue lo mismo que pegarle a una pared. Fue peor que pegarle a una pared¡±, dir¨ªa mucho despu¨¦s ese chico, cuando ya no era m¨¢s un chico, cuando ya era mi padre, cada vez que contaba la an¨¦cdota (y la cont¨® numerosas veces). ?Qu¨¦ lecci¨®n dejaba la historia? Porque las historias que contaba mi padre tra¨ªan, dejaban, lecciones. Para cualquiera, yo supongo que esta: la guapeza de los campeones. Para m¨ª, supongo, esta otra: que esos golpes, los de mi padre, no dol¨ªan, o pod¨ªan no doler, o deb¨ªan no doler.
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