El ¡®Guernica¡¯ vuelve a gritar contra el horror
El cuadro de Picasso conserva su fuerza como s¨ªmbolo de la piedad frente al terror
Han coincidido las largas colas que se est¨¢n formando en Madrid delante del Reina Sof¨ªa para visitar la exposici¨®n que celebra el 80? aniversario del Guernica con la exhibici¨®n de fuerza de Estados Unidos sobre un remoto paraje de Afganist¨¢n para castigar con la madre de todas las bombas las actividades en ese pa¨ªs de los yihadistas del Estado Isl¨¢mico. Se ha hablado de cerca de un centenar de muertos.
El episodio que sirvi¨® de inspiraci¨®n a Picasso para realizar la imponente obra, que presidi¨® el pabell¨®n de Espa?a en la Exposici¨®n Universal de Par¨ªs de 1937 ¡ªun encargo que le hizo la Segunda Rep¨²blica¡ª, fue el bombardeo de la legi¨®n C¨®ndor sobre Guernica durante la campa?a del Norte, en la que se hab¨ªan volcado las fuerzas franquistas despu¨¦s de fracasar en la conquista de Madrid durante la Guerra Civil.
Era un d¨ªa soleado de mercado y los habitantes de la villa andaban en sus cosas cuando aparecieron en el cielo los aviones Juncker, una de las tantas ayudas del r¨¦gimen de Hitler a los militares que dieron el golpe de Estado. Primero lanzaron unas cuantas bombas pesadas, luego ametrallaron a la poblaci¨®n cuando sal¨ªa escopetada, y finalmente lanzaron bombas incendiarias. Dos horas y cuarenta y cinco minutos de puro infierno. Despu¨¦s regresaron a sus aer¨®dromos, como quien dice, sin que se les estropeara el peinado. Murieron m¨¢s de un centenar largo de personas (aunque las cifras han bailado mucho). Y eso fue lo que atrap¨® Picasso: el inmenso dolor de los inocentes. Por eso en su cuadro hay mujeres, una criatura sin vida, algunos animales. Y un hombre tirado con la espada rota: impotente para herir la fr¨ªa indumentaria de las m¨¢quinas.
Todo el mundo parece que est¨¢ gritando en el Guernica. Todos parecen agitados, desgarrados, rotos. Al mismo tiempo, el cuadro est¨¢ como atravesado por un insoportable manto de silencio.
F¨ªjense en el relincho del caballo; si se fijan con atenci¨®n, es insoportable. ?Qu¨¦ saben las bestias de ese castigo que les llega del cielo sin ning¨²n aviso? ?Qu¨¦ saben de la guerra? Nadie podr¨¢ jam¨¢s hacerles entender a qu¨¦ obedece ese brutal castigo que les cae sin venir a cuento. Igual salieron galopando desesperados. Corrieron y corrieron como locos. A alguno debi¨® partirle el cuerpo uno de esos siniestros artefactos; igual otros se vieron envueltos en las llamas que las bombas provocaron. Quedaron las bestias asombradas ante tanto horror. Ah¨ª est¨¢ el toro (como si llorara).
Guernica era una ciudad indefensa. No se la atac¨® porque fuera un objetivo militar. La legi¨®n C¨®ndor simplemente hizo abdominales, ejercicios para lo que pudiera venir despu¨¦s. Franco se lo permiti¨®. Y Picasso pint¨® su cuadro como un grito contra tanta aberraci¨®n. En 1981, el Guernica regres¨® a Espa?a. En este pa¨ªs que tan mal se lleva con sus s¨ªmbolos, lleg¨® como un regalo a la nueva democracia. Y como un s¨ªmbolo contra el terror, y a favor de la piedad, se ha quedado definitivamente con nosotros.
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